La cima de la colina era el lugar perfecto. No porque estuviera alejada de todo, sino porque era el sitio donde todo había comenzado. Desde aquí, todo había cobrado sentido. Y ahora, al amanecer de este día, era donde todo terminaría para dar paso a algo nuevo.
El viento del amanecer acariciaba mi rostro con suavidad, como si el universo entero me estuviera susurrando que todo había valido la pena. El cielo, teñido de una mezcla de rosado y dorado, pintaba un cuadro perfecto sobre las tierras que había ayudado a sanar, sobre los pueblos que ahora, en su mayoría, estaban reconstruyendo sus vidas. No había guerras, ni ruinas, ni la sombra de la oscuridad que me había perseguido durante tanto tiempo. Todo era paz, finalmente.
Yo, sin embargo, no era la misma. No p