No sé cuántas veces al día me pregunté si me estaba volviendo loca.
Desde que llegué a Greystone Hollow, mi vida se deshilacha como una tela vieja tironeada desde todos los extremos.
Dormir se volvió un acto violento.
Y yo despertaba empapada en sudor. Con el corazón latiendo fuera de compás.
No entendía qué me estaba pasando.
—Te estás desmoronando —me dijo Maggie, la dueña del café donde pasaba las tardes intentando encontrar algo de normalidad.
Yo solo la miré.
—Estoy bien —mentí, revolviendo el café frío que ya no pensaba tomar.
—No, no lo estás. Pero vas a estarlo. Porque así es como empieza para todas.
—¿Todas quiénes?
Ella solo sonrió.
Las cosas con Ronan, peor que nunca.
Después del incidente en el bosque, me evitaba como si tuviera la peste.
Pero Kael… Kael se estaba convirtiendo en otra cosa.
Esa noche, me encontró sentada en la vieja banca junto al lago, con el diario de mi madre entre las manos y el corazón en ruinas.
—¿Sabes? No deberías leer eso sola —dijo, sentándose a mi lado sin pedir permiso.
—Tú siempre apareces cuando no te llamo.
—Y tú siempre estás sola cuando no deberías.
No le respondí. Él bajó la mirada al diario.
—¿Has llegado a la parte de la Alianza?
—¿La conoces?
Él asintió lentamente.
—Eran un círculo. Un pacto entre mujeres de sangre antigua. Las únicas capaces de vincularse con las manadas sin perderse en ellas. Tu madre fue una de las últimas. Lo dejó todo para salvarte a ti. Para sacarte de ese mundo.
—¿Qué mundo?
—El nuestro.
Me giré hacia él.
—¿Y tú en qué parte de ese mundo estás, Kael?
Él me sostuvo la mirada, como si me pesara.
—En la parte en la que me estás empezando a importar demasiado.
Sus palabras me cortaron la respiración.
—Tú y yo… —dijo, inclinándose apenas, tan cerca que su aliento rozaba mi cuello—. Esto no debería estar pasando.
—¿Entonces por qué pasa?
Nuestros labios estaban a milímetros.
Un rugido. Lejano. Grave. Doloroso.
Kael se tensó. Se alejó como si algo lo quemara.
—No puedo —murmuró—. No ahora.
—¿Qué fue eso?
—Ronan.
Mi corazón se sacudió.
—¿Está bien?
—No si sigue ignorando lo que siente por ti.
Sus palabras me dejaron paralizada.
Esa noche volví al lago.
Todo en mí temblaba. Mi piel, mis pensamientos, mi pulso.
Me arrodillé en la orilla. Respiré profundo. Y miré mi reflejo.
Al principio, solo era yo.
Mis ojos.
Retrocedí, ahogada por el miedo.
Y entonces lo supe.
Algo dentro de mí estaba despertando.