Creí que, al liberar la magia, todo habría terminado. Que mi sacrificio bastaría. Que finalmente podría dormir sin sentir los susurros en la oscuridad de mi mente, esos que nunca dejaban de murmurar. Pero me equivoqué.
No quedaba magia dentro de mí, no como antes. Ya no podía alzar una mano y controlar el fuego o calmar los cielos con una oración. Y, sin embargo, algo seguía vivo. Una chispa oscura. Silenciosa. Persistente. Algo que no me abandonó cuando el resto se fue.
La oscuridad.
No era magia externa. Era una grieta interior. No tenía forma ni nombre, pero era la herencia de los errores, de los secretos sellados demasiado tarde, de la carga de ser la Elegida. Una p