Los días siguientes al enfrentamiento en el bosque fueron un borrón de ansiedad y preguntas sin respuestas.
Ronan desapareció.
Kael no.
Era como una sombra adherida a mi vida, apareciendo en momentos estratégicos: cuando salía de la tienda del pueblo, cuando cruzaba la plaza, incluso en los pasillos del instituto abandonado que mi madre intentaba restaurar.
Y siempre, siempre, había otros. Observándome desde lejos. Siluetas con ojos que destellaban en colores que ningún humano poseía.
La sensación de estar en una jaula invisible me sofocaba. Cada paso que daba era vigilado, cada decisión analizada.