El amanecer no trajo consuelo.
Me quedé de pie en lo alto del risco, donde el viento cortaba como navajas y el cielo parecía pesar más que la tierra. Desde allí podía ver los valles, los bosques dormidos, las torres de las ciudades aún cubiertas por la neblina. La calma antes del despertar del mundo. La calma antes del final.
Había elegido la verdad. Había destapado las viejas heridas. Ahora venía la consecuencia.
La paz se mantenía colgando de un hilo. Y yo era ese hilo.
Mis dedos se cerraron alrededor del colgante que llevaba al cuello, un pequeño cristal que contenía la última chispa de la magia sellada. No era un arma. Era una promesa. Y una