Mundo ficciónIniciar sesiónIrene Saint lo perdió todo: el amor, la confianza y lo más sagrado, su bebé. Destrozada, huyó a Italia para proteger su vida, aquí resurgirá como una mujer poderosa, elegante y dueña de sí misma. Conocerá a Alessandro Balestri, un CEO italiano imponente y magnético, que le ofrece no solo una alianza profesional, sino la llave para su venganza. Al regresar Irene encuentra un Aiden: Arrepentido. Redimido. Dispuesto a demostrar que no fue él quien la destruyó, que aún hay espacio para recuperar lo perdido. Y ahora, Irene tendrá que enfrentar el dilema más grande de su vida: ¿dar una oportunidad al amor que nace en el presente, o volver a confiar en aquel que la condenó al infierno?
Leer másPOV IRENE SAINT
—Aiden, mi amor… estoy embarazada —le digo, con la voz temblorosa de emoción. El silencio que sigue es breve, pero se siente eterno. Lo observo: mi novio, mi príncipe azul. Aunque yo tenga apenas diecinueve años y él veinticinco, siempre creído que el amor que nos une es lo bastante fuerte para desvanecer cualquier diferencia: no solo la edad, también la distancia de nuestras clases sociales, sostenidos por la certeza inquebrantable de nuestro amor. Pues él, ahora convertido en el joven CEO de Lefevre Corp, heredero de una de las fortunas más influyentes de Europa, me había demostrado con hechos que nada de eso tenía verdadero peso. Ni los títulos, ni la riqueza, ni el linaje que lo rodeaba lograban interponerse entre nosotros; lo que realmente definió nuestra historia era la manera en que elegía mirarme, protegerme y amarme. Al menos eso creía yo. Hasta este día. Sonrío mientras acaricio mi vientre aún plano. —Es nuestro bebé, Aiden… —susurro—. Nuestro regalo de la vida. Pero lo que esperaba que fuera un abrazo lleno de alegría, fue un muro de hielo. Su rostro cambia, apenas perceptible al inicio, y lo que antes era dulzura se torna en un gesto serio, casi perturbador. —Irene… —dice con voz grave, más fría de lo normal—. No lo puedes tener. Mis labios se entreabren, sin comprender. —¿Qué… qué acabas de decir? Él desvía los ojos, revelando que lo que está a punto de decir no nace del corazón, sino de un cálculo frío y deliberado. —No entiendes nada… un hijo sería mi mayor debilidad. Acabo de asumir el mando como CEO y no pienso arriesgar mi imperio por un error. Los niños no son bendiciones, son cadenas, y yo no voy a cargar con uno que manche mi nombre o ponga en juego mi poder. ¿Podrías comprender que este no es el momento? —¡Pero es nuestro hijo! —exclamo, con el corazón encogiéndose. Sus ojos se clavan en los míos, y por primera vez veo algo que jamás había notado: una frialdad cortante, cruel, casi despiadada. Sus dedos se cierran con brusquedad alrededor de mi brazo, arrancándome un leve quejido. —Escúchame bien, Irene —su voz es firme, como una sentencia—: no puedes tener ese bebé. Yo me niego. —¿Negarte? —susurro, con un nudo en la garganta—. Esto no es una decisión solo tuya, Aiden. ¡Es mi cuerpo, es mi hijo! Y yo… ya decidí tenerlo. —Ahora mismo te llevaré al hospital —declara sin pestañear—. Este embarazo se tiene que interrumpir. Siento que todo el aire me abandona. ¡Plaf! Sentí cómo mi corazón se hacía trizas en mil fragmentos. Todo se desvanecía, aplastado por el peso helado de su rechazo. —No… —susurro apenas, con lágrimas asomando en mis ojos—. No puede ser que me pidas eso. ¿Quién eres? —Pregunté con voz entrecortada. Una sonrisa ladeada y una mirada con un destello de oscuridad fue la única respuesta. Fue en ese pequeño gesto que al final comprendí: el verdadero Aiden no es mi príncipe azul, sino el verdugo de mis sueños. Respire profundo, intentando asimilar todo lo que estaba viviendo. Mientras descubría su nueva faceta, me levanté, tomé mi pequeño bolso del sofá dispuesta a marcharme, con mirada firme, le dije: —Desde hoy, Aiden… esto se acabó. Este bebé será únicamente mío. Intenté alejarme, pero Aiden volvió a sujetarme del brazo con más fuerza, haciendo que un dolor agudo recorriera mi piel. —Irene… no seas terca. Termina con este embarazo y podremos ser felices, los dos —dijo con frialdad, una que me heló la sangre. No pude contenerme y mi mano cruzó el aire con furia, estrellándose contra su rostro. El golpe resonó como un trueno en la habitación, y en un instante, su expresión se endureció, revelando la sombra oscura, casi demoníaca, que parecía haber guardado pacientemente en su interior para salir a la superficie. Antes de que pudiera reaccionar, prácticamente arrastrándome, me llevó hacia su auto. Durante el trayecto, una y otra vez le supliqué que me soltara, pero él fingó no escucharme. Me aferré a un milagro, a cualquier cosa que me permita escapar y salvar a mi bebé. Las lágrimas caían sin control por mi rostro; La decepción, el dolor y la impotencia se mezclaban en un nudo en mi garganta. Al llegar a un hospital privado, Aiden me tomó con brusquedad dirigiéndome al interior, hasta un consultorio de ginecología. Allí, un médico anciano, corpulento, de mirada fría y cruel, lo saludó: —Buenas tardes, señor Lefevre. Qué gusto poder ayudarle. Lo miré, buscando un atisbo de piedad, que detuviera lo que se avecinaba. Pero no había nada. Nada que refleje la voluntad de ayudarme. Solo encontré indiferencia. —Yo le ayudaré a solucionar su “problema”, señor Lefevre —comentó el doctor, con desdén. “¿Problema?” Pensé. Nuestro bebé no era un problema, era mi vida. Tomé fuerzas y lo enfrenté: —Antes del procedimiento, Aiden… quiero hablar contigo a solas. Quise apelar al amor que decía sentir por mí desde que me conoció. —Está bien… doctor, déjenos a solas —pidió él. Frente a frente, con lágrimas rodando por mis mejillas, lo miré: —Aiden… por favor, mírame. Decías que me amabas, que yo era la mujer de tu vida… no nos hagas esto. —Llevé su mano a mi vientre—. ¿Ves? Esto es nuestro hijo. Sus ojos parecieron empañarse de lágrimas, pero no llegó a posar su mano sobre mi vientre; en cambio, se zafó de mi agarre con brusquedad. —Irene… todo estará bien. Solo que… ahora no es el momento. Después podremos tener todos los hijos que quieras. ¿Por qué no era el momento 'adecuado'? ¿Acaso existe uno? Sus palabras me desconcertaban; No lograba entender qué le ocurría, pero el simple hecho de que hablara de un futuro juntos encendió en mí una chispa de esperanza que me atravesó fugazmente. —Aiden… te lo ruego. Si no lo quieres, me iré. Nunca más volverás a verme. —No, Irene —apretó mis brazos con fuerza atrayéndome a su pecho—. No lo repitas. Tú te quedarás conmigo, y este embarazo… acabará hoy. —Si haces esto, Aiden… te juro que jamás volverás a escuchar de mis labios un “te amo”. Solo lograrás que te odie. Él intentó besarme, aferrándose a mí hasta dejarme sin aliento, con la fiereza de un depredador decidido a doblegarme a su voluntad. —Cariño… no lo compliques más —murmuró, con esa voz grave y dominante que no admitía réplica. Logré fingir sumisión. —Está bien… solo déjame ir al baño, por favor. Aiden asintió, distraído. Aproveché ese instante y salí, moviéndome con cautela pero con el corazón desbocado, buscando desesperadamente una salida. La puerta de emergencia estaba cerca, brillando como un pequeño faro. Caminé despacio, conteniendo la respiración, tratando de no llamar la atención, pero los guardaespaldas de Aiden me vieron a lo lejos y comenzaron a seguirme. Cada golpe de sus botas contra el suelo retumbaba en mis oídos como un tambor de advertencia. Entonces, Aiden apareció, su rostro lleno de furia, avanzando decidido a detenerme. Sentí el miedo implantarse aún más en mi pecho, pero el instinto de supervivencia fue más fuerte. Corrí, esquivando sillas y mesas. La puerta de salida estaba a solo unos pasos, y con cada movimiento podía sentir cómo se acortaba la distancia entre ellos y yo. —¡Hijo mío… mamá te va a salvar! Seremos felices…lo prometo —susurré. Una vez que logré salir del hospital, mis piernas parecían tener vida propia; corría sin mirar atrás, con el corazón latiendo a mil por hora. Sin poder evitarlo, al fin me alcanzaron, intenté cruzar la calle, pero él ya estaba frente a mí, bloqueando mi camino. Nuestros ojos se encontraron y, por rápidos segundos reconocieron al hombre que he amado. En esa mirada había dolor, el mismo que ardía en mi pecho; para él tampoco era fácil, en su silencio también sangraba la herida de lo que me estaba haciendo. —¡Déjame! ¡Por favor, aléjate! —grité con todas mis fuerzas, pero Aiden ya me tenía del brazo. Mordí el brazo de Aiden con todas mis fuerzas así logré liberarme de su agarre. Creí que finalmente había logrado escapar, cuando de repente un auto irrumpió en la calle frente a mí. El vehículo apareció sin aviso, y el golpe fue tan brutal que me arrancó el aliento de los pulmones. Desde la distancia, escuché su grito desesperado, desgarrador como la de un animal herido que está perdiendo lo que más quiere en este mundo : —Ireneee…POV ABBY DE LA VEGA Esta primera semana en España ha sido reconfortante, un respiro necesario después de tanto dolor. Estar junto a mi nueva familia me ha devuelto una sensación de pertenencia que creí no sentirla jamás. Mi padre… él ha sido el ángel que el destino puso en mi camino. Su cariño me envuelve con una ternura que no conocía; me hace sentir segura, amada, completa. A veces me descubro observándolo en silencio, preguntándome cómo habría sido mi vida si lo hubiese tenido desde el principio. Ahora me espera una nueva etapa: voy a iniciar mi carrera y cumplir el sueño que durante los últimos años guardé en el fondo del alma:«convertirme en una gran chef» Pero no puedo negar que, a pesar de la emoción, aún me duele el corazón. Cada vez que pienso en Daniel, una punzada suave pero constante me atraviesa el pecho. Al llegar a este país, abandoné toda posibilidad de volver a verlo, y aun así… no logro desprenderme del recuerdo de sus labios, de sus manos guiando las mías ent
POV SABINE DUPONT No, en lo absoluto. No podría.Este hombre es de mundo, y lo más probable es que me vea solo como una más de sus conquistas, un rostro más entre tantas. No puedo caer en sus redes, no puedo enamorarme. Al menos no de él.Mi vida depende de mantener la distancia. Si me encuentran, me obligarán a casarme con ese hombre, y no pienso hacerlo. No quiero. No puedo seguir obedeciendo sin imponer mi voluntad… no esta vez.Salí del auto perdida entre mis pensamientos, sin pronunciar palabra alguna. Una corriente de aire me golpeó el rostro, devolviéndome un poco de cordura. Caminé tras él, en silencio, hasta el ascensor que nos llevó a su departamento.Apenas cruzamos la puerta, supe que estaba entrando en otro mundo.El lugar era amplio y elegante, con una vista imponente de la ciudad. Cada detalle transmitía perfección, tonos sobrios y un lujo que se percibía sin necesidad de ostentación. No me sorprendió; Aiden Lefevre tenía esa habilidad de impregnar cada ent
POV SABINE DUPONT —¡Maldito Lefevre! —escupí entre dientes, apenas mi tío Antonio pronunció su nombre con ese aire solemne, anunciándome un favor divino que no pedí ni deseaba.«Trabajarás con él», exclamó en medio del desayuno.Una sola frase bastó para obligarme a que me coloque de nuevo la máscara de obediencia que había llevado toda mi vida.No me quedó más remedio que sonreír. Sonreír, fingir agrado, aparentar gratitud. La hipocresía era un traje que había aprendido a usar con elegancia. Me vestí con el mismo cuidado con el que un soldado se coloca su armadura: cada botón, cada prenda, cada trazo de maquillaje era parte de mi estrategia de supervivencia.Mi vida entera había sido eso: una colección de apariencias bien pulidas para esconder la sed de libertad que me mantenía en pie.Sin un padre que me protegiera.Sin una madre que me amara.Y con una madrastra que solo me crió como un instrumento útil, una pieza más en su tablero de ambiciones.Aiden Lefevre no sabí
POV AIDEN LEFEVRE Era el momento de poner en orden los restos de una vida que durante años se me había ido de las manos. Algunas heridas no se cierran solas; hay que enfrentarlas.Y allí, frente a mí, estaba Abby. En su mirada encontré algo que no esperaba: una calma profunda, un perdón anticipado. No había reproche, solo esa serenidad que distingue a quien ha sobrevivido.Salimos al jardín. La noche nos envolvía, y las luces del salón quedaban atrás como ecos de otra historia. Nos quedamos frente a frente. La brisa movía apenas su cabello, y por un instante dudé en hablar, temiendo quebrar ese equilibrio recién hallado.—Abby… —empecé con voz baja—. Perdón por todo. Por las veces que te hablé con rabia, por las amenazas, por no saber controlar lo que sentía.Ella me sostuvo la mirada con una calma que me desarmó. Luego sonrió, despacio, con esa dulzura que podría desarmar cualquier defensa.—Aiden, olvidemos el pasado. —dijo con serenidad—. Los dos cargábamos con demasiadas so
POV ABBY DE LA VEGAEra pasado el medio día cuando llegamos a España. El aire se sentía diferente, más denso, cargado de nuevas promesas. Mi padre nos llevó directamente a la que sería, desde ese instante, nuestra nueva casa.—Bienvenidos a su nuevo hogar —anunció con una sonrisa cálida, abriendo la puerta principal—. Ven, David, Abby… estas serán sus habitaciones.David fue el primero en entrar. Observé cómo sus ojos brillaban al descubrir su nuevo espacio.—Hermana, voy a arreglar mis cosas —dijo entusiasmado, dejando su mochila sobre la cama. Luego se volvió hacia mi padre—. Gracias, señor Alonso… por todo esto.Mi padre lo miró con ternura.—Ya eres mi hijo, legalmente y de corazón —respondió con serenidad—. No te exijo que me digas “papá”, pero al menos dime Alonso, ¿de acuerdo?David asintió con cierta timidez.—Gracias —murmuró, sin saber bien cómo reaccionar. Todo esto para él era también nuevo. Me acerqué a él y acaricié suavemente su cabello.—Cariño, aprovecha y
POV AIDEN LEFEVRE No negaré que la noche que pasé con Sabine —sin desmerecer a nadie— fue la mejor que he tenido. Su primera vez… y, aun así, logró seguirme el ritmo con una entrega que rozaba lo salvaje.Su flexibilidad, su cuerpo respondiendo al mío, me hicieron perder cualquier resto de cordura. Cada embestida me hundía más en el deseo, y cuando reaccioné, ya no existía posibilidad alguna de dejarla escapar.Su sarcasmo y su arrogancia me enfermaban, pero en el fondo, eran precisamente eso lo que me incendiaba. No había pureza que resistiera la lujuria que despertaba en mí.Cuando se marchó dando un portazo, sólo quedó en mí la satisfacción de saber que la complací… y el orgullo viril de haber sido el primero. Ella intentó restarle importancia, pero yo no podía hacerlo: fue mía, y la mancha en las sábanas blancas lo confirmaba, recordándomelo como un sello indeleble.Tomé la sábana. No como recuerdo, sino como prueba de posesión.Al llegar a casa me di una ducha larga, inten
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