9. Seré tu mejor decisión

POV IRENE SAINT

En lo más profundo de mi corazón guardo un agradecimiento inmenso hacia quien me abrió las puertas del conocimiento y me dio la oportunidad de convertirme en la profesional que soy hoy. Ese gesto cambió mi destino y marcó el rumbo de mi vida.

Ahora, frente al señor Balestri, no puedo evitar que los recuerdos regresen. Siempre fue un misterio para mí, una figura enigmática que parecía inalcanzable. Saber que es él a quien salvé en el pasado y, al mismo tiempo, quien impulsó mi carrera al ofrecerme las herramientas necesarias, despierta en mí una mezcla de emociones difíciles de contener.

En aquel entonces lo hice sin esperar nada a cambio. No buscaba favores ni recompensas; solo seguí lo que dictaba mi conciencia. Pero el destino, con su carácter caprichoso e impredecible, decidió entrelazar nuestros caminos una y otra vez.

Y hoy, frente a su mirada, una pregunta resuena en lo más hondo de mi ser, imposible de acallar:

¿Ha llegado, al fin, el momento de regresar y hacer justicia?

A lo largo de mi formación aprendí la lección más valiosa: las emociones mal controladas se convierten en armas que terminan en manos del enemigo. Por eso entrené mi calma, perfeccioné cada gesto y dominé mi lenguaje corporal, porque sabía que solo así podría mantenerme un paso adelante.

Por eso, aun con el contrato entre mis manos, lo sostengo con firmeza mientras repaso cada línea, obligando a mi mente a serenarse y a mi corazón a mantenerse en silencio.

Al concluir la lectura de las cláusulas, entendí que durante tres años quedaría unida a él en un matrimonio que no nace del amor, sino de la necesidad de reclamar justicia contra quienes alguna vez nos hirieron.

Deberé vivir a su lado, fingiendo ante el mundo ser una esposa enamorada, aunque dentro de las paredes de nuestra casa no se me exija convivencia alguna. Esa condición, fría pero clara, me ofrece cierto alivio.

Si hay algo de lo que estoy segura es que mi corazón permanece cerrado al amor. Ese privilegio lo enterré el mismo día en que perdí a mi bebé… junto con la posibilidad de ser madre. Desde entonces aprendí que hay dolores que no cicatrizan, apenas se ocultan bajo la armadura de la fortaleza. Y este acuerdo, por extraño que parezca, no hace más que recordarme que el amor, para mí, ya no tiene cabida.

—Es interesante —comenté, midiendo cada palabra—, pero ¿puedo saber con exactitud qué le hicieron los Lefevre?

—Todo a su tiempo, señorita Saint —respondió Alessandro, su mirada fija en mí, fría y penetrante.

—Entonces, ¿podría al menos darme una idea del plan exacto? —insistí, mientras sentía que mi pulso se aceleraba con cada segundo que pasaba.

Se recostó ligeramente en su sillón, los dedos entrelazados sobre el escritorio de madera oscura. Sus ojos brillaban con un misterio casi tangible, revelando que sabía algo que yo no podía comprender del todo.

—Mira, Irene —dijo, inclinándose hacia adelante—. Primero nos casaremos. Juntos iremos a Bélgica; tú serás mi abogada y mi aliada más cercana. Y luego… golpearemos a los Lefevre donde más les duele: su poder, su dinero, todo lo que creían intocable.

Suspiré, intentando imaginar la magnitud de lo que me decía. La certeza en su voz me envolvía, me empujaba a confiar, a creer que, si aceptaba, no habría nada que nos detuviera.

—Cada paso —continuó, señalando un elegante plano sobre la mesa— lo he planeado durante años. Expandí una de mis empresas en Bélgica hace tiempo, y ahora es una de las más codiciadas para colaboraciones. He preparado todo el terreno para que el matrimonio Balestri—Saint se haga presente en Bruselas y deje su marca. Nadie lo verá venir. Absolutamente nadie.

Tomé el contrato que estaba frente a mí, sintiendo el frío del papel entre mis dedos. Cada línea parecía cargar una promesa y un peligro a partes iguales. Mi corazón latía con fuerza mientras recorría las palabras, comprendiendo que esto no era solo un acuerdo legal; era un pacto letal para nuestros enemigos en común.

—¿Y esto funcionará? —pregunté, con la voz apenas un susurro.

Alessandro se inclinó hacia mí, dejando que su aliento se mezclara con el aroma del despacho, cálido y profundo.

—Funcionará —dijo con un brillo intenso en la mirada—. Porque esto no es una venganza simplemente, Irene. Esto es justicia. Gloriosa y calculada. Y créeme… juntos seremos mejores aliados que cualquier otro, imbatibles. Nuestros enemigos no sabrán ni por dónde les llegó.

Alargó la mano, ofreciéndome el bolígrafo, pude sentir que de esa forma parecía entregarme un nuevo destino.

Lo tomé y su frío me recorrió la espina dorsal, un estremecimiento que parecía anunciar la gravedad del acto. Cuando la tinta tocó el papel, el raspado firme del trazo resonó en mis oídos como un eco solemne, sellando un pacto que prometía “JUSTICIA”.

—Bien —murmuró Alessandro, inclinándose apenas—. Que comience nuestra alianza. Recuerda, Irene… este matrimonio es estrategia no es algo que podamos llamarlo amor.

—Estoy completamente de acuerdo, señor Balestri. Somos aliados impulsados por la venganza, no por el amor.

Su mirada brilló con un orgullo controlado y yo le devolví una sonrisa que no era de cortesía ni de coquetería, sino de complicidad silenciosa.

En mi interior, un fuego antiguo se encendía, una certeza latente de que, a su lado, nada sería imposible, y que nuestra alianza no solo cambiaría nuestro destino, sino que dejaría una huella imborrable en todo lo que juntos tocaríamos.

Cuando terminé de firmar el documento, Alessandro me entregó otro folder, su mirada intensa fija en la mía.

—Irene revisa esto cuando llegues a tu casa…además le pediré a Víctor que te haga llegar todo lo necesario para que estés lista mañana —dijo, con esa calma que parecía esconder un plan milimétrico.

—¿Qué habrá mañana? —pregunté, conteniendo la curiosidad.

—Nuestra boda —pronunció con voz profunda, varonil, cargada de autoridad.

No pude evitar sonreír ante la ironía de la situación. Hace años soñé con casarme con Aiden, portar un vestido blanco y formar una familia… un sueño que ahora parecía tan lejano, casi absurdo.

—Al parecer, usted ya lo tenía todo preparado, ¿verdad? —comenté intentando sonar casual, aunque mi corazón seguía un latido más rápido.

—Sí —respondió, ladeando apenas la cabeza, sus ojos brillando con un desafío silencioso.

—¿Cómo estaba tan seguro de que aceptaría? —pregunté, jugando con mi propia intriga.

—Porque eres una mujer muy inteligente, Irene —dijo, su voz firme y magnética—, con la misma sed de venganza que yo. Créeme, eso soy tumejor camino, tu mejor elección… y ahora también tu mejor decisión.

Sentí un escalofrío recorrerme mientras su convicción llenaba la habitación. Sonreí, devolviéndole la mirada:

—Quizá también yo sea su mejor elección, señor Balestri.

—Eso solo lo dirá el tiempo…

Se levantó con la elegancia de un hombre seguro de cada paso que da y se acercó a mí.

—Vamos, Irene —dijo—. Es momento de que regreses a tu casa y te prepares. Mañana, a mediodía, la boda será aquí. Víctor se encargará de llevarte.

Cada palabra que pronunciaba estaba cargada de convicción y poder, una autoridad natural que imponía respeto y despertaba una extraña fascinación.

Al llegar al auto, abrió la puerta con un gesto medido y añadió:

—Irene Saint, bienvenida al mundo Balestri, donde nada podrá detenerte.

El mensaje era claro: a partir de mañana, todo cambiaría, y yo estaba a punto de entrar en un juego donde la alianza con Alessandro no solo sería poderosa, sino implacable.

Perdida en mis pensamientos, apenas noté cuando el auto llegó a mi destino.

—Hemos llegado a su casa, señorita Saint —dijo Víctor, el mayordomo, con una cortesía impecable.

Se bajó con elegancia y abrió la puerta del auto.

—Que tenga una buena noche, señorita Saint. Mañana a primera hora, un equipo de estilistas y una selección de vestidos la visitarán para prepararla para la boda —añadió, mientras su mirada era respetuosa pero intensa.

—Gracias, Víctor —respondí, aún inmersa en la impresión que Alessandro había dejado en mí.

Subí a mi departamento, uno de los más lujosos de Milán, y deposité el folder sobre la mesa con cuidado, consciente del peso de los secretos que podría contener. Me quité los zapatos y me dirigí a la ducha, dejando que el agua caliente arrastrara la tensión acumulada, mientras cada palabra que Alessandro me dijo, resonaban en mi mente.

¿Sería en verdad mi mejor decisión? —me pregunté.

No lo sabía. Pero con él, por primera vez, la alerta constante que siempre llevaba conmigo parecía disiparse; no había veneno en el aire, solo una intensidad que desarmaba y atraía al mismo tiempo.

Cuando me sentí lista, volví a la mesa y tomé el folder. Mis dedos temblaban ligeramente mientras lo abría.

No pude evitar preguntarme qué habría dentro del folder:¿información comprometedora de los Lefevre? ¿herramientas que nos permitirían adelantarnos a cada movimiento de nuestros enemigos?

Documentos meticulosamente organizados: mapas, listas, nombres, fechas y fotografías que delineaban un plan de acción. Todo apuntaba a un ataque letal a los Lefevre, directo a su poder y riqueza, pero había algo más… un sobre pequeño, sellado con cera y marcado con las iniciales de Alessandro. Mi corazón dio un vuelco.

«Esto no es solo estrategia… es una prueba, una invitación a entrar en su mundo » pensé, sintiendo un escalofrío recorrerme la espalda.

El suspense me envolvió, y mientras mis dedos se acercaban a la cera, una mezcla de miedo, curiosidad y adrenalina me recorrió. Sabía que abrirlo marcaría un antes y un después, y que, de alguna manera, nada volvería a ser igual. Y no me equivoqué…

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