Un alma rota

Capítulo 2 : Un alma rota 

POV IRENE SAINT

Su dolor retumbó en mi pecho.

No lograba comprender los sentimientos de Aiden, y antes de poder siquiera proteger a mi hijo, la oscuridad me envolvió, implacable, dejándome completamente indefensa.

—¡Hijo mío, perdóname! —susurré entre sollozos—. Hoy he fallado en mi misión como madre, al no poder resguardarte de quien, por naturaleza, debería haberte amado tanto como yo.

Sentí cómo mis párpados se abrían lentamente, pesados, cargados de un cansancio antiguo que parecía arrastrar siglos enteros. Cada músculo de mi cuerpo ardía en una agonía constante; un dolor profundo y punzante recorría mis brazos, mis piernas y mi espalda, desgarrando cada fibra de mi ser. Me encontraba atrapada en un estado de suspensión insoportable, una especie de limbo entre la vida y la muerte, donde incluso el simple acto de respirar se transformaba en una batalla titánica, dolorosa y cruel.

Cuando finalmente logré abrir los ojos, las luces frías del hospital parpadeaban a mi alrededor, y el pitido constante de las máquinas me golpeaba como un recordatorio cruel de mi vulnerabilidad. Mi voz apenas logró escapar:

—Mi bebé…

Un escalofrío helado recorrió mi espalda en cuanto esa voz rompió el silencio, una voz que temía escuchar, porque cada palabra nacía impregnada de veneno. Alcé la mirada con el corazón encogido, y allí estaba Mónica Lefevre, la madre de Aiden. Su presencia llenó la habitación de un peso asfixiante, y su tono cortante, cruel, resonó en el aire como el chasquido de un látigo dispuesto a marcarme la piel.

—Vaya… hasta que por fin despiertas.

Intenté incorporarme, pero un dolor agudo en mi vientre me obligó a quedarme apoyada en la camilla.

—Señora… ¿qué hace aquí? ¿Qué le hicieron a mi bebé? —pregunté, con la voz quebrada, entre lágrimas y desesperación, pues podía sentir vacío mi vientre y mi alma.

Mónica se inclinó hacia mí, con esa sonrisa cruel que parecía arrancarme el aire:

—Ese bastardo, por suerte, ya no está.

El mundo se me vino abajo. Mis pensamientos se congelaron y, poco a poco, comencé a procesar cómo había llegado hasta allí, reviviendo lo ocurrido con una claridad dolorosa. Escuchar que mi bebé ya no estaba en mi vientre desgarró no solo mi corazón, sino cada rincón de mi alma.

—¿Qué me hicieron? —mi voz se quebró, mezclando terror y furia.

—Nada que no puedas superar —replicó con desdén, su mirada helada recorriéndome como un cuchillo—. Fuiste atropellada, y yo solo estoy aquí para confirmar que el  “problema” de mi hijo  ya no existe. Mi misión está cumplida. Pero no olvides esto: aléjate de mi hijo. Eres demasiado insignificante para él. Si quieres sobrevivir sin más dolor, déjalo en paz.

—¿Por qué me odia tanto? —pregunté, con lágrimas ardiendo en mis mejillas.

—Porque eres una muerta de hambre, sin linaje, sin clase… no eres digna de mi hijo —dijo con una risa gélida, venenosa—. Ya bastante se divirtió contigo. Considera estos días que pasaste aquí como un… regalo. Tu embarazo ya fue “resuelto”. A Aiden ya no le importas, y ni siquiera necesitas quedarte en esta ciudad.

El miedo se mezclaba con la rabia en mi pecho, un fuego que amenazaba con consumir todo. Respiré hondo, tratando de sostenerme en medio de la tormenta emocional:

—Créame, señora… seré yo misma quien se aparte, y no volveré a desear cruzarme con su hijo. Si decido quedarme en esta ciudad, no será por él ni por nadie más… será únicamente por mi madre, porque ella es lo único verdadero que aún me sostiene.

Mónica se acercó más, para poder  envolverme en su desprecio, y su voz se volvió más afilada, más venenosa:

—Ah, querida… qué ingenua eres. Tu miserable casa  ya no existe; un incendio hace dos días  la redujo a cenizas y las llamas se llevaron a tu madre con ellas. ¿Lo entiendes ahora? Estás sola, despojada de todo. Nada te queda… salvo esa amiguita tuya, tan pobretona y patética como tú. ¿Quieres perderla también? Créeme, un accidente puede ocurrir en cualquier momento.

Escuchar la posibilidad  de que mi madre había dejado este mundo terminó por sacudir cada fibra de mi ser. No… no podía ser cierto. Mi mente se aferraba desesperada a la idea de que era una mentira cruel, una de tantas que esta malvada mujer podría usar para  destrozarme. 

Me repetía una y otra vez que no era posible, que debía estar equivocada, que mi madre me esperaba en casa como siempre.

Entonces Mónica sacó de su bolso un pliego doblado y lo dejó frente a mí con una frialdad insoportable. Mis manos temblaban mientras lo abría, y al leer el encabezado, la palabra “Defunción” se grabó como fuego en mis ojos. Cada línea confirmaba lo que yo me negaba a aceptar. Era su nombre.

«Margaret Clair»

 El nombre de mi madre. La fecha. La causa.

El suelo pareció desvanecerse bajo mis pies. Sentí cómo algo dentro de mí se quebraba en mil pedazos. Un grito ahogado quedó atrapado en mi garganta, y la realidad me golpeó con tanta fuerza que apenas podía sostener el papel entre las manos. Mi madre… ya no existía en este mundo. Y con ella, lo poco que quedaba de mí también se había apagado.

—¿Qué le hicieron a mi madre? —grité con la voz quebrada, cargada de exasperación y dolor.

Mónica soltó una carcajada que retumbó en la habitación como un eco siniestro. Su risa era tan cruel, tan impregnada de desprecio, que me revolvió el estómago hasta causarme náuseas. ¿Cómo podía existir alguien tan vil, tan podrido por dentro?

Apreté los puños, conteniendo las lágrimas que ardían en mis ojos. No les daría ese placer. Ellos querían verme rota, de rodillas, pero no les entregaría mi espíritu, aunque ya lo estuvieran desgarrando poco a poco.

—Queridita… —dijo Mónica, inclinándose con una sonrisa maliciosa— esos son pequeños “accidentes” que le suceden a la gentuza como tú. Y más aún cuando se meten con los hombres equivocados. Tú lo entiendes, ¿verdad?

Su mirada se clavó en mí como un cuchillo. Cada palabra era un golpe que me hundía más hondo, pero dentro de mí, en lo más profundo, algo se negaba a romperse.

Mi corazón latía con violencia, convirtiéndose en un tambor frenético de miedo y rabia desatada. Mi bebé, mi madre, mi propia vida… todo lo que amaba había sido arrancado, profanado o reducido a cenizas por esa maldita familia. Y, aun así, entre las lágrimas que me nublaban la vista, juré en silencio que no permitiría que la oscuridad me consumiera. Algún día, ellos pagarían por cada gota de dolor que me habían obligado a tragar. Sería yo quien, al final, volteara la moneda. Ellos pagarían por la vida de mi hijo… y por la de mi madre.

Entonces finalmente comprendí…lo que  mi madre  me lo había advertido, y yo no quise escucharla.

«Aiden solo traerá desgracias a tu vida.» 

Yo, ciega de amor, no la escuché. El deseo me arrebató la razón, y ahora la verdad me golpeaba con la crudeza de un demonio revelado.

—Y para que veas que soy generosa, a tu amiguita le entregaron  las cenizas de tu madre. Yo misma pagué la cremación. Esto no quiero repetirlo, Irene. Aléjate de Aiden. Te lo digo por las buenas: para él no eres nada, y creo que eso ya quedó más que claro. Lo mejor que puedo hacer, como su madre, es borrar la mancha que representas en su vida. Muy pronto él se casará con una mujer verdaderamente digna de su apellido. — escupió Mónica, con esa sonrisa pérfida que helaba la sangre—.Tienes veinticuatro horas para desaparecer ¿queda claro? 

Sus palabras eran dagas envenenadas que se hundían hasta lo más recóndito de mi ser, desgarrando no solo mi piel invisible, sino la médula misma de mi alma. Y entonces, dentro de mí, comenzó a despertar un sentimiento desconocido, oscuro y abrasador: el odio. La miré con la fiereza brutal de quien ha sido despojada de todo aquello que alguna vez dio luz y sentido a su existencia, con la certeza de que algo en mí había muerto para siempre… y algo mucho más temible había nacido en su lugar.

El amor que alguna vez sentí por Aiden terminó por convertirse en la más cruel de mis maldiciones, había arrasado como un incendio devastador con la vida de mi madre y la de mi hijo, dejando tras de sí solo cenizas y vacío. Y, aun así, lo único que me mantenía en pie era el miedo insoportable de que Abby, mi única amiga, el último lazo que me unía a este mundo, también terminara pagando con su vida el precio atroz de mis errores.

—No se preocupe, señora —dije con la voz rota pero firme—. El día que me den de alta, me marcharé.

—Ya hablé con el médico —replicó con indiferencia—. Estás bien, hoy mismo podrás salir. Mira, aquí tienes dinero. Te servirá para empezar lejos de aquí.

—No es necesario —le respondí, apartando el sobre con un gesto brusco que me incendiaba las manos—. No quiero nada de ustedes. No lo necesito.

Su mirada de desprecio fue lo último que me dejó antes de salir de la habitación. Solo entonces, cuando el peso de su presencia se desvaneció, me permití romperme. Lloré sin consuelo, ahogada en el vacío de todo lo que había perdido.

No sé cuánto tiempo transcurrió cuando la puerta volvió a abrirse. Un médico entró con paso monótono, portando la indiferencia de quien mira a un cuerpo más y no a un alma rota.

—Señorita Saint, ¿cómo se siente? —preguntó sin un ápice de compasión, repitiendo una frase hueca, aprendida de memoria.

—¿Cuándo me darán de alta? —inquirí, sin rodeos. Necesitaba salir, buscar a Abby, confirmar con mis propios ojos la suerte de mi madre.

El médico hojeó unos papeles, sin levantar la mirada.

—Ahora que ha despertado, podrá salir en unas horas. Su accidente le provocó principalmente contusiones, razón por la que permaneció sedada durante cuatro días. Sin embargo, la caída también desencadenó un aborto espontáneo y una hemorragia grave. Su útero ha quedado severamente comprometido; es probable que un futuro embarazo sea extremadamente difícil, incluso casi imposible. Tal vez… nunca vuelva a poder tener un hijo.

Continue lendo este livro gratuitamente
Digitalize o código para baixar o App
Explore e leia boas novelas gratuitamente
Acesso gratuito a um vasto número de boas novelas no aplicativo BueNovela. Baixe os livros que você gosta e leia em qualquer lugar e a qualquer hora.
Leia livros gratuitamente no aplicativo
Digitalize o código para ler no App