Suba al auto, señorita Saint

Capítulo 7: Suba al auto, señorita Saint

POV ALESSANDRO BALESTRI

He aprendido a subsistir por mí mismo, a respirar entre sombras y a caminar con el corazón de hielo. No porque lo eligiera, sino porque me arrebataron todo lo que alguna vez me sostuvo. Crecer huérfano no solo me dejó sin familia… me dejó sin raíces, sin un refugio al cual llamar hogar. 

Desde entonces, cada día ha sido un enfrentamiento contra la soledad, y cada noche, un recordatorio implacable de que la vida no concede treguas ni ofrece manos dispuestas a levantarte cuando caes, eso solo lo puedes hacer tú mismo porque simplemente este mundo no es para los débiles.

Ese destino, cruel y certero, llevaba un apellido:Lefevre. 

Ellos no solo me arrebataron lo poco que quedaba; me condenaron a vivir en guardia, siguiéndoles la pista y esperando el momento de ajustar cuentas. Desde entonces, mi vida dejó de ser inocente para convertirse en estrategia: un tablero de ajedrez donde cada movimiento debía calcularse, porque mi enemigo se escondía incluso en los rincones más profundos de mi ser.

He sobrevivido a base de frialdad. He aprendido a no temblar, a no mostrar debilidad, porque en un mundo donde todo puede ser arrebatado en un abrir y cerrar de ojos, la única coraza posible es el hielo que cubre el corazón. Pero incluso ese hielo… guarda fuego en lo más profundo.

Y ese fuego, será el incendio que muy pronto consumirá a los Lefevre.

No he borrado de mi memoria ninguno de los ataques que marcaron mi camino hasta convertirme en lo que soy hoy: Alessandro Balestri, el gran CEO italiano, dueño de una de las fortunas más imponentes, no solo en Italia, sino en toda Europa. Cada herida, cada traición y cada afrenta de los Lefevre se convirtió en combustible para mi ascenso. Y ahora que he alcanzado la cima, ha llegado la hora de cobrar cuentas pendientes.

Años atrás, Mónica Lefevre, en su arrogancia, envió un escuadrón de asesinos para silenciarme. Querían acabar con mi vida, intentando reducirme  a un obstáculo insignificante. Aunque terminé malherido,el destino, en su caprichoso juego del azar que nunca es en vano, me llevó a cruzar caminos con una mujer inesperada: Irene Saint.

Ella no me conocía, y aun así me ofreció refugio. Curó mis heridas con sus propias manos, me dio alimento y un techo bajo el cual descansar. 

Aquella vez ella me abrió su puerta sin dudar. Yo la  reconocí de inmediato: era la joven de mirada rota a quien había visto llorar en la estación de tren, el mismo día que fui a Brucelas a enfrentar a Mónica. Nunca fui el tipo de hombre que se entromete en la vida ajena, pero aquel día en esa fría estación, no pude resistirme a ofrecerle unas palabras de consuelo.

Su bondad al verme herido despertó en mí una curiosidad que nunca había experimentado; en mi mundo, los débiles eran aplastados sin piedad o convertidos en simples herramientas para el beneficio ajeno, pero ella… ella actuó de otra manera. Lo que realmente me atrapó no fue solo la compasión que me ofreció, sino la altivez silenciosa que irradiaba, una nobleza contenida que no buscaba reconocimiento ni elogios, sino que parecía surgir de su esencia misma. Era un enigma en un mundo donde todo se compra y se vende, y mi instinto me decía que había algo en ella que podría cambiarlo todo.

Desde el instante en que abandoné su hogar, encomendé a Víctor, mi leal mayordomo y confidente, que indagara cada detalle de su vida, cada conexión, cada secreto que pudiera revelarnos quién era realmente aquella joven. Sabía que no podía dejar nada al azar; pues he aprendido que cualquier error podía ser fatal.

Los días de investigación no hicieron más que confirmar mi corazonada. Irene Saint no era solo diferente; era excepcional. Cada descubrimiento sobre su carácter, su determinación, y su capacidad de mantenerse firme frente a la adversidad me convencía de que estaba destinada a ser más que una simple espectadora de mi ambición. Era la pieza que había esperado toda mi vida, una fuerza inesperada que podía ser moldeada y canalizada hacia mis planes.

Mientras recordaba su mirada, esa mezcla de fortaleza y determinación, comprendí que no se trataba solo de estrategia ni de poder; había algo en ella que despertaba en mí una intriga irresistible, un deseo de conocerla a profundidad antes de revelar mis verdaderas intenciones. Porque en este mundo, donde cada gesto es sospechoso y cada palabra puede ser un arma, la verdadera fuerza no residía solo en la riqueza o el poder… sino en entender a quienes podrían convertirse en aliados o enemigos.

Es por ello que la observé desde las sombras, apoyándola cuando lo necesitaba, poniéndole en las manos los recursos que jamás hubiera imaginado. Pero fue ella, con su esfuerzo y su orgullo indomable, quien los transformó en victorias. Cada paso que dio confirmó que no me había equivocado: aquella mujer no estaba destinada a ser salvada… sino a ser mi aliada.

Hoy, el tablero está completo. La partida que comencé años atrás al fin se definirá. Miro por el ventanal, dejando que la penumbra de la tarde me cubra, y murmuro apenas, con una sonrisa contenida:

«Hoy es el día, Irene… hoy descubrirás quién es realmente el señor Balestri.»

—Ya todo está dispuesto, señor —interrumpe de pronto una voz grave detrás de mí, sacándome de mis pensamientos.

No me giro. Solo asiento, con la mirada fija en el horizonte. Sé que lo que está por venir no solo marcará el destino de los Lefevre, sino también el de Irene… y el mío.

—Víctor, vamos —digo finalmente, con voz firme.

Está noche asistiría  a una premiación, pero no iba como un invitado cualquiera. Esta ocasión tenía un propósito mucho más personal: entregar el premio a la mejor abogada, la más destacada… Irene Saint. Por fin, había decidido presentarme ante ella.

—Señor Balestri, gracias por aceptar nuestra invitación —comentó uno de los anfitriones, apenas me vio llegar al evento.

—No es nada —respondí, con la indiferencia calculada que siempre me acompaña.

No me interesaba socializar. Esta noche mi objetivo era otro.

La vi aparecer. Elegante, segura, imponente incluso sin darse cuenta de su propio poder. Aquella jovencita solitaria y bondadosa que conocí años atrás se había convertido en una mujer fuerte, altiva y absolutamente destacada. Una sonrisa contenida cruzó mi rostro.

«Irene… hoy puedo comprobar que estás lista.»

El programa siguió su protocolo. Cada aplauso, cada discurso era solo un preámbulo. Finalmente, llegó el momento: yo era quien tenía el honor de entregarle el premio.

Al principio, su mirada no me reconoció de inmediato, pero con un par de frases que le había dicho en  el pasado, sus ojos se iluminaron. Sabía quién era yo. Lo supe en esa pequeña fracción de segundo cuando nos enfrentamos frente a frente.

La ayudé a bajar del escenario. Mientras sus manos temblaban apenas, me incliné cerca de su oído y susurré con voz magnética:

—Todo lo que esperaste… inicia aquí, y tu venganza reclama su momento.

Estaba a punto de responderme cuando Lorenzo Visconti, un abogado de renombre y ahora socio de Irene, se acercó a saludarme.

—Buenas noches, señor Balestri. Siempre es un honor saludarlo —dijo, estrechando mi mano con una sonrisa diplomática.

—Lo mismo digo, señor Visconti —respondí con neutralidad, midiendo cada palabra.

—Irene, felicidades —continuó, girándose hacia ella y abrazándola con afecto.

—Gracias, Lorenzo —respondió ella, con esa firmeza que la caracteriza.

Percibí la tensión que se generaba entre nosotros y decidí retirarme antes de que la situación se volviera incómoda.

—Ha sido un placer, señorita Saint. Espero que pronto me dé la oportunidad de hablar de negocios… por ahora debo retirarme —dije, con cortesía calculada, pero con la autoridad de quien no admite objeciones.

—Señor Visconti, un placer haber coincidido… con permiso —añadí, y me dirigí hacia la salida.

Víctor ya esperaba afuera, impasible junto al auto.

—Señor, ¿nos vamos? —preguntó.

—No, todavía no —respondí, mientras me acomodaba dentro del auto.

Saqué el celular y marqué a Irene. Apenas contestó, dije con voz firme, pausada y autoritaria:

—Estoy en un auto negro, estacionado a la entrada. Te espero.

Colgué antes de que pudiera responder. No era una invitación: era una orden disfrazada de paciencia. Esa era mi realidad; yo no pedía, yo simplemente ordenaba.

Al cabo de pocos minutos, Irene apareció, caminando con cautela. Sin mediar palabra, Víctor se adelantó y le abrió la puerta del auto.

Ella me miró, dudando, evaluando la situación.

—Suba al auto, señorita Saint —dije, con la voz impregnada de promesa y autoridad—. Créame que nunca se arrepentirá de hacerlo… porque hoy le daré los motivos necesarios para que sepa la razón por la que conocerme podría  cambiar el rumbo de  su vida.

Su mirada buscó respuestas, pero al encontrarse con la intensidad de mis ojos, se vio obligada a callar. Un silencio denso, cargado de tensión y misterio, se instaló entre nosotros…

Anika

¿Qué creen que le hizo Mónica Lefevre a Alessandro? Dejen sus comentarios 😉

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