Jon St Clare marques de Connat anda en busca de una heredera que lo ayude a salir del problema en el que esta su situación financiera. Elisa Margot Bleis es una de las herederas mas prominentes en el nuevo mundo, siempre ha creido en el amor. Cuando Elisa descubre el verdadero interés de Jon, decide huir el día de su petición de manos. ¿Podrá Jon convencer a la mujercita que el interés que tiene en ella no es solo por su fortuna? O se necesitara un milagro durante las fiestas navideñas
Ler maisEra casi Navidad y en su vida Elisa Margot Bleis nunca se había sentido tan miserable ni había estado tan asustada. Se escondía de su prometido, el marqués de Connat. Hacía Tres meses que había huido de él, la noche de la fiesta de petición de mano. Pero ahora estaba desesperada. No sabía cuánto tiempo podría seguir escondiéndose así, sola, pasando frío y hambre, y tan infeliz y atemorizada.
Elisa se estremeció,se abrigaba con un chal de muaré echado por encima de un delgado vestido de popelín blanco y azul Cuando huyó del baile de su fiesta de compromiso, lo hizo sin más ropa que el vestido de noche que llevaba.Y hacía mucho frío, el cielo estaba oscuro y tan helado como en el interior de la gran casa de verano de sus padres.
Pero no se atrevía a encender una hoguera por temor a que algún residente local o transeúnte la descubriera.Por temor a que él se enterara de su presencia. Cómo le odiaba. Aun así, las lágrimas no asomaban a sus ojos. La noche de la fiesta de petición de mano había llorado tanto que creía que jamás volvería a hacerlo. Para su joven corazón, la traición de Jon supuso un golpe fatal.
Qué ingenua era entonces al creer que un hombre como él la había cortejado por amor en lugar de por razones mezquinas y puramente económicas. Sólo se había interesado por ella porque era una heredera. No la amaba, nunca la había amado; sólo quería su dinero y los beneficios que le podían reportar este enlace matrimonial. Una de las contraventanas abiertas comenzó a golpetear. Elisa estaba acurrucada en un rincón del dormitorio que había ocupado desde que se refugió en la Casona.
Las contraventanas estaban abiertas, al igual que las cortinas azules con pequeñas flores blancas, para que la tenue luz del invierno penetrara en la estancia. La casa ya estaba mal abastecida, sus padres pocas veces habían venido a este lugar por esa razón ella se encontraba escondida en este paraje. Aunque había luces de gas, Elisa no se atrevía a utilizarlas; sólo hizo uso de las velas, pero quedaban pocas ya que la gran mayoría se habían agotado.
Además, apenas le quedaba comida, en la despensa sólo había unos cuantos productos en conserva, la noche que escapo solo se llevó el dinero que podía cargar con ella y con eso había comprado las cosas que hasta la fecha había consumido, aún quedaba algo de efectivo a mano pero el temor de ser encontrada le había impedido salir una vez llego a este lugar.
Elisa encogió los dedos de los pies entumecidos por el frío. Fijó la mirada en la ventana, la lluvia había comenzado hacia poco tiempo pero ya no se podía ver nada más allá de unos pocos metros, aunque la ventana estaba cerrada se oía los truenos de la tormenta. Imaginó el agradable salón de la familia en su casa de la Quinta Avenida. Sin duda a esa hora su padre estaría atizando los leños del fuego, observando el crepitar de las llamas, vestido con su chaqueta de cachemira preferida.
Suzan, su madrastra, descendería por las amplias escalinatas vestida formalmente para la cena. Y Sofía, que habría vuelto de París con su preciosa hija recién nacida. Elisa sintió que se le encogía el corazón. Añoraba a su padre, a su madrastra y a su hermanastra. Tuvo una profunda sensación de pérdida, tan aguda que le cortó la respiración y se mareó.
¿O se mareó por el hambre y la falta de sueño? Por la noche dormía de manera irregular a causa de los sueños que la trastornaban. Como si fuera una niña pequeña, soñaba que la perseguía una horrible bestia. Siempre corría presa del pánico, temiendo por su vida. Las bestias siempre tienen una cara y era la de Jon con sus ojos grises y fríos como el invierno que se estaba acercando cada vez más.
Elisa oyó los golpes de las contraventanas y la tormenta que se avecinaba. La cara de Jon la había deslumbrado. La cara y los besos. Qué estúpida había sido. Ahora, al haberse enterado de los chismorrees de la fiesta de petición de mano. Ella sabía que su mala reputación era bien conocida, él había empobrecido, llevaba una vida recluida y no le gustaban las mujeres
Sólo se casaba con ella por su herencia. Y Jon no lo negó cuando lo confronto y le pregunto.Volvió a estremecerse. Esta vez el frío le calaba los huesos, y sintió una helada punzada en el corazón. Según Sofía, Jon estaba furioso con ella, y decidido a encontrarla. Había contratado detectives para ello. ¿Jamás se cansaría de este juego? Diariamente Elisa rogaba que abandonara, que encontrara otra heredera americana y volviera a su antigua casa de Irlanda.
Los golpes de la contraventana se hicieron más estruendosos y continuados. Sofía sabía dónde estaba ella. Si Jon St. Clare se marchaba, Sofía se lo diría enseguida y ella podría volver a casa.Bang. Bang. Bang.
Su breve ensoñación de volver a casa y arrojarse en brazos de su padre quedó bruscamente interrumpida. Algo no iba bien. Se irguió para escuchar con atención.
Bang. Bang.
La contraventana seguía golpeteando salvajemente por el viento, pero además había algo que golpeaba en el piso inferior. Un ruido distinto, fuerte e insistente. Elisa sintió pánico. ¿Alguien estaba golpeando la puerta principal? No podía ser. Se quitó el chal y corrió escaleras abajo. Agarrándose del pasamanos de madera, llegó hasta el vestíbulo. En esta ocasión no dudó: alguien golpeaba la puerta de la entrada. Palideció.
Y luego se oyó el ruido del picaporte de cobre. Elisa estaba helada. Le horrorizó la idea de que Jon St. Clare la hubiese encontrado. De repente estalló el vidrio de la ventana de al lado de la puerta, quiso gritar, pero apenas emitió un gemido.
Una gruesa rama de árbol derribó los restos de vidrio del marco de la ventana. Y a continuación, por el hueco apareció el, sus miradas se encontraron.Los ojos grises de él brillaban de furia. A Elisa le castañeteaban los dientes y le temblaban las rodillas.
—¡Abre la puerta! —exigió el marqués a viva voz.
Elisa echó a correr hacia la casa.—¡Elisa! —gritó él.Ella no sabía qué hacer. Mientras corría hacia su dormitorio pensó que si volvía allí la atraparía. Corrió pasándolo de largo, jadeando, con el corazón palpitando, y se escurrió hacia las escaleras traseras. Si osaba esconderse en la casa, él la encontraría. Lo oyó correr por el pasillo del piso superior.Tenía que escapar, abrió la puerta trasera y sintió una ráfaga de viento helado, pero igual echó a correr. Cruzó los jardines y la pista de tenis. De pronto oyó que él gritaba su nombre. Jon St. Clare acababa de salir de la casa. Elisa gritó al resbalar y caer. Trató de levantarse pero el dobladillo de la falda se le enganchó. De un tirón, arrancó la falda y avanzó otro paso. Pero una mano la sujetó con fuerza por el hombro.
Los pies de Elisa siguieron moviéndose, pero su cuerpo estaba atrapado por un par de fuertes brazos. Desesperada, hincó los dientes en uno de aquellos brazos. Pero lo único que logró fue morder la manga del abrigo. Jon St. Clare la echó sobre sus hombros y se apresuró a volver a la casa.
—¡No! —suplicó mientras le golpeaba la espalda con los puños y sentía en las mejillas el roce de su abrigo de lana. Él no dio muestras de advertir su desesperada resistencia. Lisa lo aporreó con más fuerza mientras sollozaba.
St. Clare entró a grandes zancadas en la parte trasera de la casa, cerrando de un portazo. Siguió avanzando a grandes zancadas por la casa, abriendo de golpe las dos puertas del salón principal. Sin disminuir el paso entró en la sala y dejó caer a Elisa en el sofá. Sus miradas se encontraron. La furia de los ojos de él disminuyó. La miró de la cabeza a los pies y agrandó los ojos. A Elisa le castañeteaban los dientes. Temblaba incontroladamente, no sólo de miedo sino también de frío.
—Oh, Dios —dijo él con gravedad, apretando la mandíbula. Se quitó el abrigo y, antes de que Elisa protestara, la envolvió con él.Elisa se encogió bajo el cálido abrigo, tratando de no percibir la fragancia de hombre que desprendía. Ella no apartó los ojos de él. Los dientes aún le castañeteaban más, y los temblores no cesaban. Jon se arrodilló frente a la chimenea y empezó a encender el fuego.
En pocos minutos las llamas comenzaron a crepitar. Mientras ella permaneció en el sofá con la mirada fija en su espalda, presa del miedo y demasiado confusa para pensar con coherencia. No podía creer que la hubiese encontrado. Una vez encendido el fuego, se volvió y se dirigió hacia ella. Elisa no pudo evitar estremecerse, apretándose contra el respaldo del sofá.
Él la miró sombríamente:—Estás demacrada —dijo—. ¿No pensaste que podías coger una pulmonía y morir, llevando un vestido de verano con este tiempo?ELisa replicó: —Entonces tendrías que encontrar a otra heredera, ¿verdad?Él la miró sin parpadear. Elisa deseó no haber dicho nada. La expresión de él se endureció.—Sí.Elisa tragó aire.—Te odio.—Lo has dejado muy claro. —De repente la cogió entre sus brazos.Elisa gritó y él la levantó en vilo.—No voy a hacerte daño —dijo fríamente, volviendo hacia el fuego—. Puede que tengas ganas de suicidarte, pero yo no las comparto. —Una sombra que ella no comprendió nubló su expresión.Estaba tensa, consciente de ser mecida en su amplio y fuerte pecho. Su aroma masculino la invadió, lo despreciaba y no iba a casarse con él, pero era un hombre tremendamente atractivo, y no podía olvidar las pocas ocasiones en que la había besado cuando la cortejaba —antes de que se enterara de la verdad—. Antes de Jon St. Clare el marqués de Connat
Había tenido muchos pretendientes, incluso con sólo dieciocho años. Los hombres jóvenes siempre habían revoloteado a su alrededor llamando su atención. Pero sólo uno de esos jóvenes se había atrevido a besarla antes del marqués de Connat , un amigo que al hacerlo le confesó estar enamorado de ella. Aquel beso fue casto e inocente. Los besos de Jon le encendían no sólo el cuerpo, sino también el alma. Y no habían sido castos.
Él la había acercado en brazos al fuego y la observaba fijamente, deseó ocultar sus pensamientos. Ruborizada, humedeciéndose los labios, dijo con voz frágil:
—Bájame.Arrugó la frente al dejar de mirarla y posarla sobre la alfombra delante de la chimenea.
Aliviada por quedar libre de sus brazos, desechó esos recuerdos, sin importarle lo difícil que fuera. Nunca permitiría que volviera a besarla, y estaba decidida a no casarse con él, al margen de los planes de él y de su padre.
Pero era consciente de que él estaba de pie junto a ella, al igual que era consciente de la tensión que mediaba entre ellos.
Castle un Año y medio después. Navidad Elisa no aguantaba más. Después de mirar a Jhon, que seguía roncando en la cama, se levantó y se puso la bata. Mientras atravesaba el dormitorio, tiritando, volvió a mirarlo su esposo dormía como un bebé. La más sincera de las sonrisas le iluminaba el rostro. Lisa no pudo evitar maravillarse ante aquella visión. Seguía sin poder creer que ella era suya y que él era de ella y que estaban locamente enamorados. Lisa salió de la habitación. El castillo estaba en silencio, en unas horas todo el mundo estaría atareado para que la celebración fuera magnífica. Era el día de Navidad y ella estaba algo impaciente por descubrir lo que su esposo iba a regalarle, desde hacía semanas estaba algo misterioso y ella no había podido obtener ninguna información o indicios de su regalo navideño. Al descender por las escaleras sonrió. El regalo que le iba a hacer a Jhon sería grande y, esperaba, toda una sorpresa. Se detuvo en el salón de baile. Pocos días antes
Jhonn sonrió. —Buenos días, O’Hara. Hace un día maravilloso, ¿verdad? Los ojos del mayordomo se agrandaron. No había visto al marqués con aquella sonrisa desde la tragedia ocurrida hace algunos años. Hoy parecía ser el niño sonriente y el joven lleno de ilusión que fue antes de la muerte del joven amo y de la primera esposa del señor. —Hace buen día, ¿verdad, 0'Hara? —repitió Lisa dulcemente. Su rostro tenía cierto brillo, que la hacía resplandecer. Le dedicó una amplia sonrisa; nunca había estado tan feliz. En cuanto ellos avanzaron, O’Hara recuperó la compostura. —Es el mejor de los días —murmuró felizmente, por el l comportamiento de los dueños sabía que pronto la alegría volvería a la gran casa y podía apostar que tal vez pronto muy pronto se podría escuchar la risa de niños. Elisa y Jhon se detuvieron en el umbral del comedor. —Oh, cariño —dijo ella suavemente en cuanto Jhon vio el apasionado abrazo de Robert y Edith—. Santo cielo... —añadió. Jhon rió. —No me sorprende
Tres días después Robert caminaba pensativamente por el comedor. Sin duda Jhonn y su cuñada se habían reconciliado. Desde la noche del baile no se les había visto el pelo y seguían encerrados en los aposentos de su hermano. Nadie los había visto, excepto O’Hara, quien fielmente les subía algún refrigerio. Y cada vez que volvía lucía una sonrisa radiante. Robert, por supuesto, estaba encantado. Pero ahora tenía que enfrentarse a un serio problema. La verdad saldría a la luz. Jhon se pondría furioso cuando le contara lo que había hecho, solorogaba porquefuera comprensivo y su castigo no fuera tan estricto al final todo lo habia hecho con buenas intensiones. Suspiró , en realidad no le agradaba la posibilidad de acabar con un ojo moradoconociendo el temperamento de su hermano mayor esto ultimo podia no ser una posibilidad sino un hecho .O’Hara se detuvo en el umbral. —Señor Robert, lady Tarrin está aquí. Robert ya la había visto detrás del mayordomo, con las mejillas sonrosadas
La mirada de él se enardeció aún más, y obedeció, empujando lo justo para introducirle el hinchado glande. Elisa se tensó, abriéndosele los ojos.—No temas —murmuró él—. Te dolerá pero sólo por un instante.Lisa se humedeció los labios, mirando sus cuerpos parcialmente unidos.—No tengo miedo —logró decir.Él sonrió, se inclinó y la besó en la boca y la oreja y le lamió un pezón, mientras la penetraba delicadamente. Cuando ella se relajó, él la penetró milímetro a milímetro todo lo que pudo procurando no hacerle daño. Lisa le abrazó la ancha espalda y se aferró a él. —Ahora —dijo él, y empujó más profundamente. El dolor fue breve e insignificante, porque ahora Elisa lo poseía en cuerpo y alma, y mientras él se deslizaba en su interior con convulsiones cada vez más rápidas volvió a sentir que de nuevo iniciaba el ascenso al otromundo. —Jhon —sollozó cuando se besaron.—Lisa. —Él también sollozó.Sobre ella, él la embistió una y otra vez, y cuando Lisa no pudo soportarlo más pron
Él se colocó sobre ella y se quitó el frac sin apartar la mirada de sus ojos. Ella le puso las manos en la cabeza y le sonrió alegremente. Los ojos de él brillaron y una hermosa sonrisa transformó sus atractivos rasgos, hasta que volvió a bajar la cabeza y besarla.ELisa suspiró. Con ternura, él le besó la cara, deteniéndose en los párpados, los pómulos y la nariz. Elisa no se movió. El cuerpo se le había derretido, mientras una cálida humedad le llenaba interiormente. Jhon comenzó a acariciarle el cuello, los hombros y la desnudez del escote, para luego ir descendiendo hasta donde terminaba el corpiño. La respiración de Jhon invadía la habitación, grave, varonil e impaciente. Lisa jadeó suavemente, reconociendo la necesidad de él porque era como la suya. Él le acarició los pechos con las mejillas y también jadeó. Desplazó más abajo la cabeza. Bajo ella un brazo se convirtió en una barra de hierro que la alzó ligeramente.—Lisa, cómo te quiero —dijo, besándole el vientre a través
—¡Maldita sea! —exclamó, y con el brazo arrojó al suelo todo lo que había sobre la cómoda—. ¡Dejó que nuestro bebe se ahogara! ¡Y luego se suicidó! ¡Me abandonó... maldita sea! —¡Jhon! —exclamó ella, desesperada. Pero si él la oyó, no dio señal alguna. Estaba fuera de sí. Con fuerza sobrehumana alzó la cómoda de roble. Lisa observó, atónita y aterrada, cómo cayó en el centro de la habitación.Pero Jon no se detuvo. Con expresión de rabia y locura, extrajo un cajón superior y lo arrojó al otro extremo de la estancia. Lisa corrió hacia el otro lado de la cama mientras el resto de los cajones impactaban contra la pared. Jhon arrancó las cortinas de la cama mientras Elisa, acurrucada, era incapaz de apartar la mirada o de echar a correr para esconderse. Luego arrancó las cortinas de la ventana y alzó la mesilla de noche, sin duda haciéndosedaño en los pies. Al arrojar libros por todas partes derribó la lámpara de gas. Como poseído, por último cogió el precioso espejo Victoriano y lo ar
Último capítulo