Capitulo 2

Elisa se propuso ignorarlo, y a pesar de la viva hoguera nunca había sentido tanto frío. Se negó a creer que él estaba siendo amable de verdad con ella. Estaba convencida de que sólo le interesaba su fortuna. 

—Si te apetece puedes ignorarme —dijo junto a ella, volviendo a mirarla fijamente—. Tenía pensado volver a la ciudad esta noche, pero esperaré hasta mañana. Enviaré el chofer a la ciudad para que nos traiga cena caliente y cosas que podamos necesitar. Además de ropa más apropiada para ti. 

Ella se levantó y lo miró de frente.

—Puedes volver a Nueva York esta noche. No tienes por qué quedarte conmigo. 

A él se le oscureció la mirada.

—Elisa, tú volverás conmigo

.

—Entonces, señor, tendrá que ser a la fuerza.

—Eres un equipaje testarudo —dijo él serenamente—. Y te sugiero que será mejor que no sigas llevándome  la contraria de modo tan infantil.

—Oh, ¿así que ahora soy una niña? — se sintió aún más herida—. St. Clare, antes, cuando me cortejabas  y besabas no me tratabas como una niña. Él la miró fijamente a la boca. Elisa deseó no haber mencionado el tema.

—Vete y déjame sola —dijo con la mirada baja.

—No puedo hacerlo... 

Ella alzó la cabeza. 

—No voy a casarme contigo —dijo con vehemencia—. ¡Aunque fueras el último hombre del mundo no me casaría contigo! 

Él se cruzó de brazos y la miró.

—Conque ahora retomamos el quid de la cuestión.

—Sí. El quid. El quid es que eres un hombre vil e indiferente. Eres falso, St. Clare. —Por desgracia,  hablaba trémulamente. Deseaba que sus ojos no reflejaran el dolor que sentía. Nunca había sido una buena actriz.

La expresión de él resultaba imposible de descifrar.

—Acabemos esto de una vez. Lo siento. Te pido disculpas por no haber sido sincero desde el principio. 

Quizá si hubiera sido honesto y te hubiera explicado las razones por las que pedí tu mano, ahora no estaríamos en esta situación. Elisa se mostró incrédula, tremendo cara dura era este hombre. Se levantó rudamente y. arrojó el abrigo al suelo. Pero al instante se sintió  mareada. St. Clare la sujetó por los brazos.

—Estás enferma.

—No; estoy bien. Sólo tengo un poco de hambre —dijo mientras se recuperaba y, advirtiendo que la tenía  cogida por las muñecas, trató de liberarse de él—. No me toques —espetó.

A él se le nubló la vista, pero la soltó.

—Estás enferma —repitió, mirándola escrutadoramente.

—Estoy bien. Sólo un poco cansada, eso es todo. Y no acepto tus disculpas…

—Ya veo. ¿Tratas de luchar conmigo hasta las últimas consecuencias?

—Sí. Aunque no te des cuenta. Dudo que seas capaz de darte cuenta de algo que no sea tu propio egoísmo.

 

Eres un hombre frío y desagradable. Puede que tengas una cara bonita, pero no tienes corazón... y jugaste conmigo, ¡hiciste algo imperdonable! Para su consternación, de pronto a Elisa se le anegaron los ojos en lágrimas. Él permaneció en silencio.

—Eres demasiado joven —dijo por fin—. También debo pedirte disculpas por haberte hecho daño. No  era mi intención.

—¿Y cuál era tu intención? —dijo llorando—. Aparte de la de casarte con una heredera inocente.

—Estoy harto de tus acusaciones. Es muy normal que una heredera se case con alguien que tenga un título,  al igual que es normal que un noble como yo se case con una heredera. Te comportas como si eso fuera un delito. No somos los primeros que estamos en esta situación, Elisa. 

—¡No! —Negó con la cabeza. Su larga y negra melena, que llevaba suelta desde que perdiera la cinta, le caía sobre los hombros como seda negra. 

—Nuestro matrimonio puede ir bien si tú y yo llegamos a comprendernos.

—No —dijo con furia—. Cuando me case, lo haré por amor.

Algo chispeó en los ojos de él.

—Me temo que eso no es posible. 

A ella no le gustó el tono de su voz.

—Rogaré a mi padre que rompa el compromiso. Seguro que ahora que sabe lo rebelde que soy no me  obligará a casarme contigo. Mi padre me quiere.

—Es demasiado tarde —dijo  con calma.

—¡Por supuesto que no es demasiado tarde! 

Él titubeó, mirándola fijamente.

—Elisa, la semana pasada nos casamos por poderes.

Se quedó petrificada. ¿Había oído bien? Los labios de él formaban una línea recta y delgada.

—Ya somos marido y mujer.

  

Se mantuvo un silencio estoico desde que Jon la puso al tanto de que ya estaban casados. Él no quería  sentirse culpable, y sin duda tampoco quería tener que hacérselo comprender, pero le resultaba muy duro mostrarse distante pues allí donde miraba veía sus ojos de color ámbar. Ella no podía ocultar sus sentimientos de dolor, amargura y desesperación. Sólo tenía dieciocho años... era tan joven. 

Él estuvo a punto de maldecirse por lo que había hecho, pero no había tenido elección. Sólo era un hombre, no podía cambiar la voluntad de Dios, y estaba en una situación desesperada.  Jon  no tenía apetito, pero se sentó con su mujer a la gran mesa ovalada del comedor. Ella, en un gesto desafiante, prefirió sentarse frente a él en el otro extremo de la mesa y negarse a mirarlo y hablar. Pero parecía muerta de hambre, y no había dejado de comer desde que el sirviente dispuso el ágape.

 

Él observó cómo se servía otra porción de pollo asado y patatas hervidas. No podía creer lo mucho que había adelgazado en los tres últimos meses. Se acordaba de que cuando la levantó en brazos era tan ligera como una pluma. Tenía ojeras alrededor de los ojos. Él no podía dejar de sentirse responsable por ello.  Sabía que debería haber elegido a otra mujer como esposa.

 Ella era demasiado joven, demasiado vulnerable, y también demasiado hermosa. Ella no le convenía, y cuando la llevara a Castle, su casa no le gustaría. Él apartó sus dolorosos pensamientos. Sabía que no debía pensar en los errores, sobre todo en los suyos, pues  entonces los pensamientos acabarían debilitándolo y llevándolo a un lugar al que no osaba ir. Nunca más.

Elisa suspiró. Jon  la miraba fijamente, y finalmente sus miradas se encontraron. Él se sentía insoportablemente tenso. De  repente supo que no podría llevarla a Castle. Todos sus instintos le aconsejaban en contra de ello. De pronto ella arrojó la servilleta sobre la mesa y se levantó. Dijo con impasibilidad:

—Me retiro a mi habitación. —Los ojos le brillaban con hostilidad.

Él optó por levantarse educadamente.

—Buenas noches, madam —dijo, inclinando cortésmente la cabeza.

Lanzándole una mirada fugaz, pues en sus ojos el dolor resultaba evidente, ella apartó la silla haciendo el  mayor ruido posible y salió de la habitación.

Jon  suspiró y se dejó caer en el asiento. Era consciente de que ella intentaba provocarlo. Quizá era mejor  que se fuera. O’Hara apareció silenciosamente en la estancia. Bajo, gordo y lo suficiente viejo para ser el padre de Jon,  era su único sirviente, le hacía de mayordomo, criado, lacayo, chofer y cuanto fuera preciso. Había insistido en acompañar a Jon  a América. 

—Esa pobre muchacha estaba famélica, milord —dijo O’Hara.

Jon  le paró los pies con una fría mirada.

—Soy perfectamente consciente del estado de la señora.

Sin preguntárselo, O’Hara rellenó la copa de vino de Jon.

—No está bien, milord. Parece infeliz y...

—O'Hara —dijo con calma—, estás yendo demasiado lejos.

O'Hara no prestó atención a la advertencia.

—Quizá debería atenderla un poco más.

Jon  se levantó con rudeza y abandonó el comedor llevándose la copa de vino. Una vez en la biblioteca,  miró por la ventana. Había comenzado a nevar considerablemente, el cielo estaba opaco y la pradera con una capa de nieve. Apenas le importó. Su esposa estaba en el piso de arriba, dolida y sintiéndose desgraciada, y todo por su culpa. ¿Por qué seguía pensando en ella? 

Desde que la conoció no había tenido un instante de paz, ni uno solo. Imágenes indeseables acudieron a su mente... imágenes de ella acurrucada en la cama con cuatro columnas, con los labios rojos y tentadores, la naricilla respingona, los ojos cerrados mientras dormía y las negras pestañas destacando en lo alto de las pálidas mejillas. La negra melena estaría ondulada alrededor de los hombros, de los hombros desnudos...  Jon  tragó saliva y se alejó de la ventana. De pronto sintió la entrepierna hinchada. No tenía derecho a tales pensamientos. Pero se le había puesto tan malditamente tiesa. 

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