Él se colocó sobre ella y se quitó el frac sin apartar la mirada de sus ojos. Ella le puso las manos en la cabeza y le sonrió alegremente. Los ojos de él brillaron y una hermosa sonrisa transformó sus atractivos rasgos, hasta que volvió a bajar la cabeza y besarla.ELisa suspiró. Con ternura, él le besó la cara, deteniéndose en los párpados, los pómulos y la nariz. Elisa no se movió. El cuerpo se le había derretido, mientras una cálida humedad le llenaba interiormente. Jhon comenzó a acariciarle el cuello, los hombros y la desnudez del escote, para luego ir descendiendo hasta donde terminaba el corpiño. La respiración de Jhon invadía la habitación, grave, varonil e impaciente. Lisa jadeó suavemente, reconociendo la necesidad de él porque era como la suya. Él le acarició los pechos con las mejillas y también jadeó. Desplazó más abajo la cabeza. Bajo ella un brazo se convirtió en una barra de hierro que la alzó ligeramente.—Lisa, cómo te quiero —dijo, besándole el vientre a través
La mirada de él se enardeció aún más, y obedeció, empujando lo justo para introducirle el hinchado glande. Elisa se tensó, abriéndosele los ojos.—No temas —murmuró él—. Te dolerá pero sólo por un instante.Lisa se humedeció los labios, mirando sus cuerpos parcialmente unidos.—No tengo miedo —logró decir.Él sonrió, se inclinó y la besó en la boca y la oreja y le lamió un pezón, mientras la penetraba delicadamente. Cuando ella se relajó, él la penetró milímetro a milímetro todo lo que pudo procurando no hacerle daño. Lisa le abrazó la ancha espalda y se aferró a él. —Ahora —dijo él, y empujó más profundamente. El dolor fue breve e insignificante, porque ahora Elisa lo poseía en cuerpo y alma, y mientras él se deslizaba en su interior con convulsiones cada vez más rápidas volvió a sentir que de nuevo iniciaba el ascenso al otromundo. —Jhon —sollozó cuando se besaron.—Lisa. —Él también sollozó.Sobre ella, él la embistió una y otra vez, y cuando Lisa no pudo soportarlo más pron
Tres días después Robert caminaba pensativamente por el comedor. Sin duda Jhonn y su cuñada se habían reconciliado. Desde la noche del baile no se les había visto el pelo y seguían encerrados en los aposentos de su hermano. Nadie los había visto, excepto O’Hara, quien fielmente les subía algún refrigerio. Y cada vez que volvía lucía una sonrisa radiante. Robert, por supuesto, estaba encantado. Pero ahora tenía que enfrentarse a un serio problema. La verdad saldría a la luz. Jhon se pondría furioso cuando le contara lo que había hecho, solorogaba porquefuera comprensivo y su castigo no fuera tan estricto al final todo lo habia hecho con buenas intensiones. Suspiró , en realidad no le agradaba la posibilidad de acabar con un ojo moradoconociendo el temperamento de su hermano mayor esto ultimo podia no ser una posibilidad sino un hecho .O’Hara se detuvo en el umbral. —Señor Robert, lady Tarrin está aquí. Robert ya la había visto detrás del mayordomo, con las mejillas sonrosadas
Jhonn sonrió.—Buenos días, O’Hara. Hace un día maravilloso, ¿verdad?Los ojos del mayordomo se agrandaron. No había visto al marqués con aquella sonrisa desde la tragedia.—Hace buen día, ¿verdad, 0'Hara? —repitió Lisa dulcemente. Su rostro tenía cierto brillo. Le dedicó una amplia sonrisa; nunca había estado tan encantadora. En cuanto ellos avanzaron, O’Hara recuperó la compostura.—Es el mejor de los días —murmuró felizmente. Elisa y Jhon se detuvieron en el umbral del comedor. —Oh, cariño —dijo ella suavemente en cuanto Jhon vio el apasionado abrazo de Robert y Edith—. Santo cielo... —añadió. Jhon rió.—No me sorprende —dijo—. Lo esperaba desde hace mucho. —Oh, ¿de verdad? —Lisa alzó la cabeza. Al oír sus voces, Robert y Edith se separaron, ambos sonrojados.A Edith se le había deshecho la cola y la larga melena rubia platino le caía por la espalda. —Buenos días —dijo Jhon animosamente. Robert se quedó aturdido.—Hola. —Titubeó, luego miró a Edith, que estaba avergonzada y no
Castle un Año después. NavidadElisa no aguantaba más. Después de mirar a Jhon, que seguía roncando en la cama, se levantó y se puso la bata. Mientras atravesaba el dormitorio, tiritando, volvió a mirarlo. La más sincera de las sonrisas le iluminaba el rostro. Lisa no pudo evitar maravillarse ante aquella visión. Seguía sin poder creer que ella era suya y que él era de ella y que estaban locamente enamorados. Lisa salió de la habitación. El castillo estaba en silencio. Era el día de Navidad y ella estaba algo impaciente por descubrir lo que su esposo iba a regalarle. Al descender por las escaleras sonrió. El regalo que le iba a hacer a Jhon sería grande y, esperaba, toda una sorpresa. Se detuvo en el salón de baile. Pocos días antes habían celebrado un baile de Navidad al que asistió casi todo el condado, y en el centro de la pared del fondo había un gran árbol de Navidad adornado con guirnaldas y bolsas de golosinas y, en lo alto de la copa, un gracioso ángel. El ángel era simbó
Era casi Navidad y en su vida Elisa Margot Bleis nunca se había sentido tan miserable ni había estado tan asustada. Se escondía de su prometido, el marqués de Connat. Hacía Tres meses que había huido de él, la noche de la fiesta de petición de mano. Pero ahora estaba desesperada. No sabía cuánto tiempo podría seguir escondiéndose así, sola, pasando frío y hambre, y tan infeliz y atemorizada. Elisa se estremeció,se abrigaba con un chal de muaré echado por encima de un delgado vestido de popelín blanco y azul Cuando huyó del baile de su fiesta de compromiso, lo hizo sin más ropa que el vestido de noche que llevaba.Y hacía mucho frío, el cielo estaba oscuro y tan helado como en el interior de la gran casa de verano de sus padres. Pero no se atrevía a encender una hoguera por temor a que algún residente local o transeúnte la descubriera.Por temor a que él se enterara de su presencia. Cómo le odiaba. Aun así, las lágrimas no asomaban a sus ojos. La noche de la fiesta de petición de m
Elisa se propuso ignorarlo, y a pesar de la viva hoguera nunca había sentido tanto frío. Se negó a creer que él estaba siendo amable de verdad con ella. Estaba convencida de que sólo le interesaba su fortuna. —Si te apetece puedes ignorarme —dijo junto a ella, volviendo a mirarla fijamente—. Tenía pensado volver a la ciudad esta noche, pero esperaré hasta mañana. Enviaré el chofer a la ciudad para que nos traiga cena caliente y cosas que podamos necesitar. Además de ropa más apropiada para ti. Ella se levantó y lo miró de frente.—Puedes volver a Nueva York esta noche. No tienes por qué quedarte conmigo. A él se le oscureció la mirada.—Elisa, tú volverás conmigo.—Entonces, señor, tendrá que ser a la fuerza.—Eres un equipaje testarudo —dijo él serenamente—. Y te sugiero que será mejor que no sigas llevándome la contraria de modo tan infantil.—Oh, ¿así que ahora soy una niña? — se sintió aún más herida—. St. Clare, antes, cuando me cortejabas y besabas no me tratabas como una
Elisa despertó sintiendo temor. El sol de la mañana iluminaba el dormitorio y en la chimenea ardía un agradable fuego. Pero no estaba sola. Jon St. Clare, el monstruo de sus sueños, estaba de pie junto a ella, observándola con su rostro terriblemente hermoso... e inquietante. Ella lo comprendió repentinamente. Sentándose y apartándose los mechones que le caían por la cara, se dio cuenta de que sólo llevaba un fino camisón sin mangas de verano. Se subió la colcha hasta la altura del pecho sintiéndose ruborizada. El corazón le palpitaba desbocado. —¿Qué estás haciendo en mi habitación? También él se ruborizó.—He llamado varias veces pero no despertabas. Entré para ocuparme del fuego —dijo con rigidez.—Bien, entonces ya puedes irte. Jon le lanzó una mirada brillante.—Te sugiero que moderes tu tono, madam.Elisa se aferró a la colcha que le cubría los hombros mientras se preguntaba cuánto tiempo habría estado contemplándola mientras dormía con un atuendo tan ligero.—Mi rudeza es