—Entiendo que hayas rechazado el apartamento, pero ahora es tu turno de entenderme a mí —terció, su tono tan grave y sereno como su expresión—. Hasta ahora, hemos estado los dos demasiado ocupados enfrentando crisis, primero lo de tu novio, luego lo de tu suegro. Pero ahora que las aguas se han calmado, es momento de que pienses qué harás de ahora en adelante. Quiero que estés bien y quiero darte lo que te mereces. Y no volveré a aceptar negativas, ¿de acuerdo?
Hizo una pausa para darme oportunidad de asentir. Lo hice por puro reflejo, no porque pensara ahorrarle tantas negativas como creyera necesarias, sino porque su actitud reflexiva, casi paternal, había capturado mi curiosidad.
—Necesitas un lugar para vivir, Vera. Un lugar que sea tuyo, donde puedas rodearte de las cosas que te gustan y te hagan sentir bien. Un lugar para dejar atrás lo que te ocurrió y mirar hacia adelante. Si ese lugar resultara ser la casa de huéspedes, por mí, perfecto. Me encanta tenerte al otro lado del ja