Vecka solo quería ser madre, pero un error la convirtió en el centro de una lucha que jamás imaginó. Ahora, dos reyes: un alfa ciego y un soberano vampírico, la reclaman, arrastrándola a un mundo de pasiones prohibidas, secretos peligrosos y un destino que podría cambiarlo todo. Entre la lealtad, el deseo y la oscuridad, su corazón será la chispa de una guerra… o la llave para salvarlos a todos. Un alfa ciego que quiere no solo a su cachorro, sino a ella, como suya en cuerpo y alma, dispuesto a destruir todo para reclamarla, mientras que el rey vampiro, ansía al bebé, pero descubre en Vecka un dese que lo quema y lo arrastra hacía lo prohibido. Vecka debe tomar una decisión, ¿seguir con su primer amor? ¿Entregarse al poder del alfa? O el más oscuro de todo, ¿sucumbir al oscuro magnetismo del vampiro? —Ese cachorro es mío, y tú también lo serás.
Leer más—Hey —murmuró Kein, apretando su mano con suavidad—. Hoy no vamos a pensar en lo que pudo salir mal antes. Hoy es distinto.
Vecka estaba nerviosa, apenas cruzó las puertas de la clínica. Sus pasos eran inseguros, y aunque intentaba sonreír, sus manos temblaban demasiado como para sostener con firmeza el portafolio que llevaba contra el pecho. Hoy era su día… ella se convertiría en madre después de años intentándolo de forma natural con su esposo, Kein Richards, quien meses atrás descubrió que era estéril.
Este siempre había sabido leer en ella lo que otros no podían: los gestos pequeños, la respiración entrecortada, la forma en que parpadeaba rápido bajo aquellas pestañas rubias cuando estaba al borde de las lágrimas. Él lo sabía todo de ella.
La hermosa mujer de cabellera rubia lo miró de reojo, con los ojos verdes brillantes de miedo.
—¿Y si no funciona, Kein? —susurró, como si temiera que alguien más la escuchara.
Él se inclinó para besarla en la frente. La calidez de sus labios era un recordatorio de todo lo que habían atravesado juntos: las noches vacías tras cada prueba negativa, el silencio doloroso después de las discusiones, la sensación de que algo faltaba en esa vida tan perfecta que ellos habían construido.
—Si funcionará —respondió con convicción—. Y si no, lo volveremos a intentar. Pero no me pidas que pierda la fe hoy, Vecka. No después de todo lo que hemos caminado.
Ella tragó saliva, asintiendo con un leve movimiento de cabeza, Kein sonrío y le dio un suave beso en la sien. Quería creerle. Quería abrazar esa esperanza como un manto que cubriera todas las cicatrices, ya que muchas veces ha pensado que seguro no ha nacido para ser madre, no después de que reconoce que la suya la abandono de pequeña.
Un doctor apareció en el umbral, traje blanco impecable, sonrisa de manual.
—Señora de Richards, es el momento.
El corazón de Vecka dio un vuelco.
Kein entrelazó sus dedos con los de ella y susurró:
—Cuando salgas de ahí, ya habrás dado el primer paso para traer a nuestro bebé al mundo, te amo, muñeca.
Vecka lo abrazó fuerte, aspirando su aroma familiar, ese refugio al que siempre regresaba. Luego, con pasos vacilantes, siguió al doctor hasta la sala del procedimiento. El ambiente era frío, metálico, demasiado clínico para un momento tan íntimo. La enfermera le indicó que se recostara, explicando con voz neutra cada paso. Vecka cerró los ojos, intentando imaginar algo distinto: un campo abierto, el viento acariciando su piel, Kein sonriendo a su lado.
Después de cambiarse de ropa por una bata de hospital, se subió a la camilla, separo las piernas como le había dicho la enfermera. Lo siguiente solo envío un escalofrío por toda su columna, los dedos se le crisparon contra la camilla, y respiro profundo con sus ojos cerrados.
—Todo va bien —dijo la enfermera, sin darle importancia, pero Vecka supo que no era un simple procedimiento. No podía explicarlo, pero algo en su interior había cambiado.
No duro mucho tiempo hasta que le anunciaron que ya todo había culminado, Vecka se vistió y cuando volvió a la sala de espera, Kein se levantó de inmediato. Al verla, la envolvió en un abrazo tan fuerte que ella por instante olvidó el miedo que paso durante todo el procedimiento.
—Ya está hecho —dijo él con una sonrisa temblorosa mirando los ojos verdes de su esposa—. Ya dimos el salto que tanto esperábamos.
Vecka sonrió, asintió y escondió en lo más profundo de su ser el extraño presentimiento que le revolvió las entrañas.
(…)
Los síntomas llegaron de golpe: mareos, náuseas, una sensibilidad dolorosa en el cuerpo, Vecka miraba el calendario con el retraso evidente y las manos le sudaban de emoción y miedo. Estaba embarazada.
Aquella mañana no tuvo tiempo de procesarlo. La entrevista de trabajo que había esperado por meses estaba programada, y debía llegar puntual, Kein le prometió que esa noche celebrarían.
Entró al rascacielos con pasos rápidos, sujetando su portafolio. En el ascensor había otras cinco personas, todas mirando sus relojes, tecleando en sus teléfonos, sin reparar en ella, pero Vecka tampoco se fijó mucho en esas personas. Ella solo estaba nerviosa, sensible por el embarazo apenas en primera fase. Todo iba normal en su trayecto a la última planta, empleados salen y entran hasta que el ascensor se estremeció con un crujido metálico.
—No ahora… —murmuró, llevando una mano al plano vientre.
Un grito escapo de sus labios cuando las luces parpadearon y, de pronto, se apagaron. Oscuridad total. El aire se volvió más denso. La respiración de Vecka lleno el espacio reducido mientras el pánico escalaba por su pecho. El sudor frío bajaba por su frente mientras su corazón latía con violencia. Buscó la pared con las manos temblorosas, y se aferró a ella.
—No… no, por favor… —susurró con un hilo de voz.
El recuerdo de su miedo infantil a los espacios cerrados la golpeó sin piedad. La falta de control la asfixiaba. Su respiración era un jadeo quebrado, sus piernas amenazaban con ceder hasta que lo sintió, una mano cálida, fuerte, pero increíblemente suave, cubrió la suya en la oscuridad. El contacto fue tan inesperado que la paralizó.
Una voz grave y profunda, con un timbre que parecía vibrar en los huesos, rompió el caos interno en Vecka:
—Respira.
El tono no admitía resistencia. Era sereno, firme, como si estuviera hecho para calmar tormentas.
—No… no puedo… —balbuceó Vecka, temblando.
—Si puedes —replicó él, sin dudas—. Hazlo conmigo. Inhala… suéltalo. Otra vez.
Vecka obedeció casi sin darse cuenta. La cadencia de esa voz se convirtió en un ancla, un ritmo que guió su pecho desbocado. Poco a poco, el vértigo cedió, y la oscuridad no pareció tan amenazante.
—Eso está mejor —murmuró el desconocido.
La mano de él seguía firme sobre la suya, transmitiendo un calor imposible de ignorar.
—Gracias… —susurró ella, aún con la voz temblorosa.
Un silencio denso llenó el ascensor. Podía sentir la presencia de aquel hombre demasiado cerca, imponente, como si su ola existencia ocupara más todo el cajón metálico.
Entonces él habló de nuevo, pero su voz sonó distinta, como un gruñido bajo que emergía desde lo más profundo de su pecho:
—Hueles… extraño.
Vecka se quedó inmóvil, sin entender.
El hombre ladeó la cabeza en la oscuridad, aspirando con lentitud. Su respiración era controlada, pero cargada de algo salvaje, primitivo. Y de pronto, dentro de él, una voz rugió con furia.
—Mío… mi cachorro...
—Estás distraída —comentó Xylos, apoyando el mentón en su mano, con una expresión de calma que siempre la desconcertaba, mientras que el suave chasquido de las piezas de ajedrez llenaba la estancia con un ritmo tranquilo, Xylos y Polaris jugaban frente a frente, separados por el tablero de madera oscura que él había enviado a tallar hace décadas atrás. Era uno de los pocos momentos en los que Xylos lograba desconectarse de la manada, de las decisiones, del reinado que aún pesaban sobre sus hombros. Frente a su hermana menor, todo se volvía simple. Polaris movía un alfil con una sonrisa concentrada, segura de que al fin lograría vencerlo. Sus dedos, delgados y ágiles, se deslizaban con precisión, aunque su mirada se desviaba con frecuencia hacia él, esperando encontrar alguna reacción. Siempre ha querido entender como su hermano mayor era capaz de mover fichas en buenas pociones con su ceguera. —No, solo estoy pensando —respondió ella, intentando ocultar su sonrisa. —¿Pensando en g
El sonido metálico del timbre del ascensor anunció su llegada al piso veinticuatro. El corazón de Vecka dio un pequeño salto, y el leve cosquilleo en su estómago se transformó en una punzada de ansiedad. Durante los demás días siguiente al regalo no había tenido ningún contacto con Xylos Blackwood, y aunque había intentado convencerse de que su regreso sería sencillo, algo dentro de ella sabía que no sería así. Aquel ding se prolongó en el silencio del pasillo cuando las puertas se abrieron. Un aire frío escapó del ascensor, rozándole el rostro. Dio un paso adelante, ajustándose la blusa blanca bajo el saco gris. Llevaba el cabello recogido en un moño bajo, con mechones rubios sueltos que se rebelaban contra la formalidad. Su bolso colgaba del antebrazo con un peso que parecía duplicarse a cada paso. Su vista fue hasta las paredes de cristal, los cuadros abstractos en tonos neutros, y el murmullo distante de teclados golpeando al ritmo de la jornada. Todo le resultaba familiar y, a
Pasaron tres días. El permiso de descanso de su trabajo seguía vigente, pero Vecka no podía con el encierro. Decidió salir a caminar. Llevaba una bufanda y gafas de sol, ya que era principio de noviembre y el clima empezaba a cambiar. Sus pasos no la llevaban a ningún lado en específico. Al doblar una esquina una voz detrás de ella la paralizo. —Debería estar en reposo. Su cuerpo se tensó. Giró lentamente, Xylos Blackwood estaba allí, apoyado en su bastón, vestido de manera casual, jean y camisa blanca que se ajustaba a su fornido cuerpo. A su lado, un hombre permanecía atento a los alrededores. —Me está siguiendo —afirmo, Vecka —. ¿Qué hace aquí? —preguntó ella, intentando sonar firme. —Vine a asegurarme de que esté viva. —Sus labios se curvaron apenas—. Y de que mi hijo también lo esté. Vecka palideció. —No… no vuelva a decir eso. Ese niño es de mi esposo, Kian. —¿Eso? —repitió él, ladeando el rostro hacia el sonido de su voz—. ¿Qué es mi hijo? No es una mentira, señorita R
El primer sonido que escuchó Vecka fue el pitido constante de una máquina. El segundo, el murmullo lejano de pasos y voces que se mezclaban con el olor del desinfectante. Vecka parpadeó, intentando enfocar la luz blanca que la cegaba. Por un instante creyó seguir atrapada en una pesadilla, hasta que la voz cálida de Kian la trajo de vuelta. —Amor… —susurró él, acercándose—. ¿Puedes oírme? Vecka giró la cabeza lentamente. Los ojos grises de su esposo la miraban con una mezcla de alivio y miedo. Estaba despeinado, con las mangas de la camisa arremangadas y el rostro marcado por las horas de desvelo y preocupación. —¿Qué… qué pasó? —preguntó ella, con la garganta reseca. Kian tomó su mano y la llevó a sus labios. —Tuviste un sangrado. Pero todo está bien, la doctora dijo que el bebé está estable. —Sonrió con suavidad—. Me llamaron de la clínica. Tu jefe fue quien me avisó. El nombre de su jefe resonó como una aguja en su mente: Xylos Blackwood. El recuerdo de su voz grave, su ma
El departamento olía a flores y vino. Kein había llenado la mesa con velas y platos sencillos, pero la sonrisa que sostenía mientras Vecka le contaba que había sido aceptada en Blackwood Corporation bastaba para iluminar el lugar. —¡No puedo creerlo, amor! —exclamó ella, riendo, llevándose las manos al rostro. —Te lo dije, Veck, tú puedes con todo —Kein la abrazó por la espalda, depositando un beso en su cuello—. Vas a ser una madre increíble… y ahora una ejecutiva también. Vecka apoyó las manos sobre las de él, sintiendo la calidez de su toque. Llevaban meses soñando con estabilidad, con una vida tranquila donde su hijo creciera sin preocupaciones. Era irónico que el universo por fin les sonriera. Esa tarde, mientras brindaban con una copa de vino sin alcohol, el teléfono de Vecka vibró sobre la mesa. La pantalla mostraba el nombre de la doctora Mirren. Su corazón dio un salto. —¿Doctora? —respondió de inmediato, con una sonrisa—. Qué coincidencia, justo pensaba en llamarla. Del
La clínica a esas horas parecía más pequeña, como si las luces fluorescentes hubieran encogido las paredes, Xylos Blackwood caminó por el pasillo con pasos que no buscaban sigilo sino efecto: cada zancada marcaba territorio, cada sombra se apartaba a su paso. La recepción apenas tuvo tiempo de balbucear un saludo antes de que pasara como una tormenta. No vino a pedir explicaciones: vino a exigirlas.La doctora Mirren lo recibió en su despacho con la blancura de siempre, manos enguantadas, ojos que pretendían calma profesional, pero bajo esa máscara, su pecho se movía con rapidez contenida; ella había tenido semanas para temer este momento. Nadie provoca al rey alfa sin pagar un precio.—Doctora Mirren —dijo Xylos, acercándose hasta el borde del escritorio como si ese mueble fuera una línea que pudiera cruzar—. Explíqueme cómo llegó un cachorro mío a estar dentro de una humana.Su voz no elevó nota, no necesitó. El silencio pesó tanto que la doctora dio un paso atrás. Su respiración se
Último capítulo