—Estás distraída —comentó Xylos, apoyando el mentón en su mano, con una expresión de calma que siempre la desconcertaba, mientras que el suave chasquido de las piezas de ajedrez llenaba la estancia con un ritmo tranquilo, Xylos y Polaris jugaban frente a frente, separados por el tablero de madera oscura que él había enviado a tallar hace décadas atrás. Era uno de los pocos momentos en los que Xylos lograba desconectarse de la manada, de las decisiones, del reinado que aún pesaban sobre sus hombros. Frente a su hermana menor, todo se volvía simple.
Polaris movía un alfil con una sonrisa concentrada, segura de que al fin lograría vencerlo. Sus dedos, delgados y ágiles, se deslizaban con precisión, aunque su mirada se desviaba con frecuencia hacia él, esperando encontrar alguna reacción. Siempre ha querido entender como su hermano mayor era capaz de mover fichas en buenas pociones con su ceguera.
—No, solo estoy pensando —respondió ella, intentando ocultar su sonrisa.
—¿Pensando en g