Un error lo comete cualquiera, pero cuando esa equivocación te deja embarazada, es un gran problema. Kyra, es muy cuidadosa de su salud y cada mes visita a su ginecólogo, pero en una cita rutinaria cambiará su vida por completo, cuando por equivocación es inyectado en su útero el esperma de un desconocido. Es lo que cree, ya que casi le da un infarto al enterarse de que ese esperma pertenece al odioso de su jefe y peor aún, es un hombre lobo. El alfa de la última manada sobre la tierra, de él depende la sobrevivencia de los Storm, quien busca a una mujer que lleve en su vientre al futuro heredero, una mujer perteneciente a su manada, pero el caos se presenta cuando su esperma es colocado en una humana, los seres que él más desprecia.
Ler maisEl momento había llegado.
De las tres manadas en la tierra, solo una era la elegida para la nueva luna.
Una nueva era se acercaba y el futuro de los hombres lobo dependía de esto.
Esta reunión era considerada una de las más importantes.
Edon alfa de la manada americana; Bardou, alfa de la manada inglesa y Daniel alfa de la manada Canadiense.
Los tres elegidos para ser parte de la ceremonia. Uno de ellos tendría la dicha de ser el compañero de la nueva luna.
—¡Daniel!
—¡Bardou!
Dos alfas se reencontraron, chocaron sus manos y palmearon sus espaldas.
—¡Tanto tiempo!
—Han pasado siglos.
Esta reunión no era común.
Podrían pasar siglos para que las tres manadas estuvieran en el mismo sitio.
Edon el tercer alfa se encontraba a varios metros de distancia, junto a su madre.
Los Alfas estaban solteros, en busca de su mate. Así que cualquiera podría ser el elegido y convertirse en el alfa universal.
—Esta noche, que gane el mejor Alfa. —mencionó Daniel.
La elección de esta noche era tan importante para el alfa de la manada Storm, ser elegido iba a demostrar que su manada era la mejor.
Además, que le evitaría el trabajo de buscar a una mate, ya que ante la elección de la nueva luna, automáticamente se convertiría en la esposa de alguno de los alfas.
—Que gane el mejor. —mencionó Bardou—. Aunque escuché por ahí que Edon es el favorito.
Eso incomodó a Daniel. Si bien sabía que Edon era el alfa de preferencia, él podía ser mucho mejor.
Bardou y Daniel se colocaron en el centro del viejo tronco de sauce.
Edon los acompañó minutos después, quien se mantuvo en silencio, mirando hacia el cielo.
Una luz resplandeciente apareció en el cielo. El momento que todos esperaban, al fin, llegó.
Los tres alfas se colocaron en el centro del tronco del árbol de sauce, mientras que el resto de las manadas observaban con atención.
La luz rodeó a los tres hombres lobo. Uno de los tres sería el elegido para poseer a la nueva luna.
La luz rodeaba a cada uno, sin posicionarse en ninguno.
No paraba de moverse y eso exasperaba a los tres alfas e incluso a los espectadores.
La luz se levantó hacia el cielo, sin siquiera elegir a ningún hombre lobo.
Todos se encontraban confundidos, hasta que una voz se escuchó, provenía de la Luz radiante.
—Tres majestuosos Alfas, pero solo uno tendrá la dicha de otorgarnos la nueva luna en su manada.
Todos estaban ansiosos por conocer al elegido y por supuesto a la nueva luna.
Los tres alfas en el centro del sauce, esperaban ser el elegido. Eran tres hombres perfectos desde cualquier ángulo que se podían observar.
Los tres cautivaban a las manadas, sobre todo a las mujeres que esperaban una oportunidad con alguno.
Aquella luz intensificó su luminosidad y descendió con rapidez. Golpeó directo el pecho de Daniel, y después fue envuelto por completo su cuerpo.
En ese instante supo que era el elegido. Una gran sonrisa se formó en su rostro mientras la luz cubría su cuerpo por completo.
—Daniel Storm, el alfa de las montañas frías, es el elegido para que su compañera sea la nueva luna. —retumbó la voz por todos los cielos.
Todos, incluido Storm esperaban el anuncio de la nueva luna. Las chicas solteras de las tres manadas esperaban su oportunidad.
La luz que rodeaba a Daniel, salió de su cuerpo y se extendió por el cielo.
Todos se miraban a la cara con confusión ¿Dónde estaba la nueva luna?
—¿Dónde está? —inquirió Daniel.
—Nadie es digna para ser tu mate, en ninguna manada he podido encontrar a la mujer adecuada, aquella que sea digna de llamarse nueva luna. Así que ahora tienes una tarea extra. La madre de tu primogénito se convertirá en la nueva luna.
Los murmullos se escucharon alrededor.
—¿Cómo se supone que voy a elegir si tú ya descartaste a todas las mujeres de nuestras manadas? —inquirió Daniel.
—Cada año nacen nuevas mujeres en cada manada, una será la elegida para convertirse en tu compañera y la nueva luna. Pero…tienes un siglo para encontrarla, si no lo logras hacer, alguien más será el elegido. Pero además, de los tres alfas, el primero en tener a primogénito, el primer cachorro de ustedes tres, ese se convertirá en el Alfa universal.
«Un siglo, es tiempo suficiente» pensó Daniel.
—Encontraré a la mujer correcta. —habló Daniel— quien me otorgue la dicha de tener un heredero, mi primer cachorro.
—Eso espero. Recuerda que es tu responsabilidad en que los hombres lobos tengan una nueva luna, escoge a la más valiente, tenaz y de corazón puro.
Después de esas últimas palabras, aquella luz desapareció, quedando una total oscuridad.
—Tendrás una tarea difícil, amigo. —habló Bardou al oído de Daniel. Entre tanto, Edon el otro alfa, solo negó con su cabeza y regresó con su manada, fueron los primeros en irse del lugar.
Bardou de un aullido reunió a su manada y también desapareció del bosque.
—Amigo, ¿crees que vas a encontrar a la mujer digna para que se convierta en nuestra nueva Luna? —Cuestionó su amigo Benjamín, quien se acercó después de que las dos manadas se retiraran.
—Claro que sí, encontraré a la mujer perfecta. Y no solo eso, voy a convertirme en el alfa universal. Necesito guardar una reserva de mis espermatozoides y tú serás el encargado de mantenerla segura —indicó a su amigo—. Quiero estar preparado ante cualquier percance. La madre de mi primogénito se convertirá en la nueva luna. Voy a convertirme en alfa universal a como dé lugar.
Bajo las ramas protectoras de árboles centenarios, Kyra White finalmente se permitió un suspiro de alivio. La manada Storm había atravesado tierras indómitas bajo su guía, cada paso era una oración silenciosa para evadir a sus cazadores. Ahora, dentro del abrazo de esta extensión aislada, podía sentir que la tensión se aliviaba de los hombros de sus compañeros. Darius, su hijo, estaba a su lado: un joven cuyos ojos reflejaban la complejidad del cielo en el crepúsculo, insinuando su profunda conexión con las fuerzas invisibles que los rodeaban, a su lado lo acompañaba su esposa Isabella, una travevía extensa para una simple humana. —Mamá. —dijo Darius, su voz era un suave murmullo— ¿es este el lugar donde finalmente podemos descansar? Ella sonrió y le puso una mano en el brazo, sintiendo la fuerza bajo su piel. —Sí, Darius. Estaremos a salvo aquí, este será nuestro hogar para nosotros y las generaciones venideras. Has que… Isabella Aldridge, con el rostro como un paisaje de sombra
El bosque estaba lleno de sonidos de persecución: el crujido de las ramitas, el susurro de las hojas y los ásperos alientos que empañaban el aire frío. Las patas de Daniel tronó contra la tierra blanda mientras atravesaba el denso follaje, su pelaje erizado a la luz plateada de la luna. El olor de sus perseguidores flotaba en el aire, una mezcla tóxica de pólvora y sudor.—¡Sigue moviendote! —Daniel ladró por encima del hombro a las figuras sombrías de sus compañeros de manada que se arrastraban entre los árboles detrás de él. Su voz, incluso en su forma gutural de hombre lobo, llevaba la inconfundible orden de un alfa. Tres betas lo acompañaban. Los tres asintieron brevemente y se giraron para acompañar a su alfa, sus ojos reflejaban la feroz determinación. —¡Por aquí! ¡Síganme! —Su voz, aunque tensa por la urgencia, siguió siendo una presencia tranquilizadora en medio del caos.—Alfa, no podemos seguir así. —jadeó un lobo más joven mientras esquivaban un tronco caído, con los costa
El dosel del bosque filtraba la luz de la luna en un mosaico de plata y sombras que danzaban sobre los rostros de los reunidos en el círculo clandestino. La frente de Daniel se arrugó con preocupación, sus ojos reflejaban el urgente parpadeo del fuego alrededor del cual se reunían. Edon estaba a su lado, con la postura rígida por la tensión.—Hermanos, hermanas. —la voz de Daniel era un gruñido bajo, apenas más que un susurro, pero llevaba el peso de una fatalidad inminente. —El tiempo de la complacencia ha llegado a su fin. Edon asintió solemnemente, sus ojos escanearon los rostros de Bardou, Darius y Convel que estaban sentados frente a él, sus expresiones marcadas con grave preocupación.—Los cazadores han afilado sus colmillos. —añadió Edon, su voz mezclada con una amargura que hablaba de encuentros pasados. —Sus armas ya no son meras amenazas sino presagios de muerte. La mano de Darius se cerró en un puño, sus nudillos se blanquearon. Podía sentir el poder corriendo por sus ven
Darius estaba de pie en el altar, su corazón latía con un ritmo que parecía hacer eco a través de la misma tierra debajo de ellos. El sol se hundió en el cielo, arrojando un brillo ámbar sobre el claro del bosque donde la manada se había reunido para la ceremonia. Isabella, con el cabello como una cascada de ondas doradas, caminó hacia él, sus ojos reflejaban los tonos cada vez más profundos del crepúsculo.—Hoy. —dijo con voz fuerte y clara —te elijo, Darius Storm, no solo como mi marido sino como mi socio, mi protector y mi más querido amigo. La manada los rodeó, con los rostros iluminados de alegría. Daniel y Kyra estaban uno al lado del otro, con expresiones serenas mientras veían a su hijo prometer su amor y lealtad a la mujer que había capturado su corazón.—Ante la manada como testigo—respondió Darius, tomando las manos de Isabella entre las suyas, —prometo estar a tu lado, apreciarte y honrarte, durante cada fase de la luna, hasta el final de nuestros días. Los aplausos surg
El sol derramaba su luz dorada a través de las altas ventanas, proyectando un resplandor celestial sobre la habitación donde se encontraba Isabella Aldridge. El suave susurro de la seda y el tul llenó el aire mientras Amelie y Kyra, con manos suaves, la vestían con el vestido blanco que parecía haber sido tejido desde las mismas nubes de arriba.—Isabella, pareces una visión. —susurró Amelie, con los ojos empañados por lágrimas de alegría no derramadas. Cada pliegue del vestido fue acariciado hasta su lugar, cada perla y cristal en el corpiño brillando con promesa.La mirada de Kyra se detuvo en Isabella, su corazón se hinchó con una emoción tan profunda que sólo podría describirse como orgullo maternal. Se llevó la mano detrás del cuello, los dedos le temblaban ligeramente mientras desabrochaba el collar que había adornado su piel durante más años de los que quería contar. Era una pieza sencilla, delicada y sin pretensiones, pero que contenía el peso de la historia y el amor dentro
El bullicio del aeropuerto envolvía a Isabella y a su familia mientras se preparaban para despedirse. Alexander, Amelie y Giulia estaban a punto de abordar su vuelo hacia Londres, y el momento de la despedida había llegado demasiado rápido.Con los ojos llenos de emoción, Isabella abrazó a su hermano con fuerza, sintiendo un nudo en la garganta al darse cuenta de lo mucho que los iba a extrañar.—Gracias por todo, Alexander —dijo Isabella con voz entrecortada por la emoción. —Cuida mucho de ti mismo en Londres, de Giulia y de tu esposa. Alexander le devolvió el abrazo con ternura, asegurándole que estarían bien y que siempre estarían allí el uno para el otro, sin importar la distancia que los separara.—Te extrañaremos. —dijo Amelie con voz temblorosa, sus ojos brillando con lágrimas contenidas.Giulia se aferró a Isabella con fuerza, su expresión reflejando la tristeza de la separación. —Te prometo que volveremos a vernos pronto. —murmuró—. No vas a librerate de tu única sobrina. —
Último capítulo