Mundo ficciónIniciar sesiónLas puertas del ascensor se abrieron con un chirrido metálico, dejando escapar una ráfaga de aire frío. Vecka salió tambaleándose, aún con el corazón desbocado por la claustrofobia que la había atenazado durante los minutos eternos en la oscuridad. Afuera, un grupo de empleados se había reunido, con rostros tensos y ojos fijos en el hombre que emergía tras ella: Xylos Blackwood, CEO de Blackwood Enterprises.
El silencio fue inmediato, pesado. Nadie se atrevía a moverse hasta que la asistente personal del jefe, Rebecca Kozt, se abrió paso con pasos seguros y tacones que resonaban contra el mármol.
—¿Se encuentra bien, señor Blackwood? —preguntó, inclinando apenas la cabeza, con la formalidad precisa de quien conoce el carácter implacable de su jefe.
Xylos, de porte erguido y mirada vacía e impenetrable, apenas desvió la vista hacia ella al escucharla. Su voz grave se deslizó, firme como un filo.
—Bríndenle asistencia a la señorita.
Y sin más, retomó su andar, cada paso seguro hasta desaparecer en dirección a su oficina privada, como si lo ocurrido en el ascensor no le hubiese afectado en lo absoluto.
Vecka, en cambio, apenas logró sentarse en una de las sillas del vestíbulo. Sus manos se aferraron a su vientre plano, un gesto instintivo que ella misma apenas comprendía. Un hormigueo cálido se extendía en su interior, mezcla de ansiedad y un presentimiento extraño que no lograba definir.
Rebecca se inclinó frente a ella, entregándole un vaso con agua. Sus ojos profesionales la recorrieron de arriba abajo.
—¿Cómo se llama? —preguntó con tono controlado.
—Vecka… Vecka Rowen —respondió ella, con la voz aún trémula mientras apretaba el vaso entre los dedos, Rebecca parpadeó, sorprendida.
—¿Rowen? Usted es la joven que tiene cita para la entrevista con el señor Blackwood.
El color subió a las mejillas de Vecka. Asintió con timidez, sintiéndose de pronto fuera de lugar.
—Lo sé… Lo siento, ha sido un mal comienzo. Estoy… nerviosa. Supongo que el embarazo también me ha disparado los nervios.
Las palabras salieron antes de que pudiera detenerlas. Apenas lo dijo, la asistente la miró con una expresión que cambió en un segundo: de amable a dura, casi fría, Rebecca alzó la barbilla con una seriedad implacable.
—¿Dijo… embarazo?
El aire entre ambas se tensó.
Vecka, notando el cambio, frunció el ceño. —Sí… ¿ocurre algo?
Rebecca respiró hondo, recuperando el profesionalismo.
—Me temo que sí. Uno de los requisitos para el puesto de secretaria ejecutiva es que las candidatas no estén embarazadas.
Las palabras cayeron como plomo. Vecka sintió que la sangre se le helaba en las venas.
—¿Me está diciendo que…? —balbuceó, con la voz quebrándose, Rebecca enderezó su espalda, firme, como quien corta una conversación sin vuelta atrás.
—Lo siento, señorita Rowen, pero el puesto ya está ocupado. Le deseo suerte en su futuro.
Las palabras cayeron como plomo. Vecka sintió que la sangre se le helaba en las venas, ella había esperado mucho tiempo por ese puesto.
El orgullo de Vecka la obligó a contener las lágrimas. Se puso de pie, alisando con torpeza la falda de su vestido. Tenía la garganta seca y un nudo apretado en el pecho. Por un instante pensó en marcharse sin mirar atrás, convencida de que todo había terminado antes de comenzar, pero en el momento en que giró hacia la salida, una voz profunda se alzó a sus espaldas.
—¿Se siente mejor, señorita Rowen?
Vecka se congeló. Sus ojos se abrieron con asombro mientras lentamente volteaba la cabeza, Xylos Blackwood estaba allí, en el umbral de su oficina, con la elegancia imponente de un rey que no necesita trono para dejar clara su autoridad. Sus ojos vacíos puesto justamente en donde estaba ella.
Rebecca parpadeó, confundida. —Señor, ella…
—Que pase —interrumpió él, sin apartar la mirada de Vecka, ya que había escuchado la conversación con sus sentidos desarrollado.
La joven tragó saliva, el corazón desbocado. Avanzó con pasos inseguros hasta cruzar el umbral del despacho. La oficina era amplia, revestida de madera oscura y cristal, con un ventanal que dominaba la ciudad entera. En el centro, el escritorio de Xylos se imponía como el núcleo del lugar, ordenado hasta la perfección.
Él se sentó tras la mesa, con el porte de un juez a punto de dictar sentencia.
—Tome asiento.
Vecka obedeció, acomodándose con rigidez en la silla frente a él. Notó el silencio que se extendía, pesado, como si cada respiración fuera observada, Xylos entrelazó los dedos sobre el escritorio.
—Uno de los requisitos para este puesto es dominar braille. ¿Usted lo entiende?
Vecka asintió, con un dejo de orgullo en la voz. —Sí, señor. Aprendí cuando era niña. Mi hermano menor es ciego, y necesitaba ayuda con sus libros de estudio.
Un brillo más gris y fugaz pasó por los ojos de Xylos, apenas perceptible.
—Interesante. —Su voz no revelaba emoción alguna, pero la observaba con una atención que la incomodaba.
El interrogatorio comenzó.
—¿Tiene familia en la ciudad?
—Solo mi esposo —respondió Vecka, con sinceridad, Xylos se tensó al escuchar eso. Mientras que Magnus mostraba sus colmillos imaginando como atacar al humano, y despedazarlo—. ¿Por qué es importante entender braille? —el rey alfa movió sus manos hasta un cajón y de este saco algunos documentos escritos en braille.
—Soy ciego.
La joven humana no pudo evitar abrir sus ojos en sorpresa, esperaba todo menos eso, ya que el señor Blackwood no tiene la apariencia de alguien con ceguera, pero se dio cuenta de que su pensamiento era estúpido, ya que ¿cuál es esa apariencia de alguien ciego? ¿Indefenso? ¿Pobre? no había algo característico para personas que no tienen el sentido de la vista. Nunca existiría tal cosa.
Xylos era un hombre fornido, forrado en un traje azul marino y su mirada aunque vacía siempre se enfocaba en el rostro de la persona frente a él. Su olfato dibuja una silueta de todos y guiado por sus otros sentidos desarrollado puede comprender ciertas cosas que muchos son incapaces de ver aunque tenga la vista.
Las preguntas después de ahí comenzaron a ser empresariales, no quería incomodar a Vecka, pero tanto Magnus como él necesitaban respuesta, y suponían que la humana no era la fuente para resolver sus dudas.
En su interior, Magnus, su lobo, gruñía inquieto.
—Ese cachorro… lo siento. Es nuestro
Xylos apretó los dientes, reprimiendo el rugido interior.
—No puede ser —respondió en su mente, intentando mantener la calma.
—Es nuestro, lo reclamo. ¿Por qué está dentro de una humana? ¿Cómo…?
El desconcierto lo golpeaba tan fuerte como la rabia contenida de Magnus. Había olido algo en ella en el ascensor, un olor imposible de ignorar: el aroma de un vínculo, de la sangre propia.
Vecka, ajena al conflicto interior del rey alfa, intentaba mantener su compostura.
—No me importa si el embarazo es un inconveniente —dijo, con un hilo de voz, pero con firmeza renovada—. Estoy aquí porque necesito esta oportunidad. Y no pienso rendirme.
El despacho quedó en un silencio tan denso que parecía que el aire mismo se había detenido, Xylos entrecerró los ojos. Había algo en ella: fuerza disfrazada de vulnerabilidad, un temple que no encajaba con la fragilidad que aparentaba. Y sobre todo, ese secreto palpitante en su vientre, ese cachorro que Magnus reclamaba como suyo.
Por lo que el rey alfa supo en ese instante que debía averiguar la verdad. Hablaría con la doctora, confirmaría lo que su instinto ya gritaba. Porque si lo que Magnus aseguraba era real, la mujer que tenía frente a él no era solo una candidata más. Era la portadora de un destino que ni él ni su lobo habían previsto, no tan pronto. Su pensar era pagarle a una mujer que cargue a su cachorro, y listo, no vínculos, no puntos débiles a los cuales atacar, pero esto… esto lo cambiaba todo.
Vecka bajó la mirada un segundo, con el pulso acelerado. Cuando la levantó de nuevo, lo vio apoyarse en el escritorio, inclinándose hacia ella con un aire peligroso, como si pudiera escuchar lo que pensaba, lo cual era nada. Solo estaba nerviosa, y Xylos lo sabía.
—Bienvenida a Blackwood Enterprises, señorita Rowen —dijo finalmente, con un tono grave que retumbó en su interior—. Pero tenga claro algo… lo personal siempre termina importando más de lo que uno cree.
Vecka sintió un estremecimiento recorrerle la columna. Su instinto le decía que había entrado en un terreno del que no habría marcha atrás, mientras tanto, dentro de él, Magnus rugía una última sentencia:
—Nuestra hembra. Nuestro cachorro. Nadie nos lo arrebatará.







