Pasaron tres días. El permiso de descanso de su trabajo seguía vigente, pero Vecka no podía con el encierro. Decidió salir a caminar. Llevaba una bufanda y gafas de sol, ya que era principio de noviembre y el clima empezaba a cambiar. Sus pasos no la llevaban a ningún lado en específico. Al doblar una esquina una voz detrás de ella la paralizo.
—Debería estar en reposo.
Su cuerpo se tensó. Giró lentamente, Xylos Blackwood estaba allí, apoyado en su bastón, vestido de manera casual, jean y camisa blanca que se ajustaba a su fornido cuerpo. A su lado, un hombre permanecía atento a los alrededores.
—Me está siguiendo —afirmo, Vecka —. ¿Qué hace aquí? —preguntó ella, intentando sonar firme.
—Vine a asegurarme de que esté viva. —Sus labios se curvaron apenas—. Y de que mi hijo también lo esté.
Vecka palideció.
—No… no vuelva a decir eso. Ese niño es de mi esposo, Kian.
—¿Eso? —repitió él, ladeando el rostro hacia el sonido de su voz—. ¿Qué es mi hijo? No es una mentira, señorita R