—Sí, el señor Blackwood podrá recibirlo el miércoles a las diez —confirmó con voz cordial—. Le agradeceré que envíe la documentación antes del martes. Perfecto, hasta entonces.
El sonido constante del teclado llenaba la oficina. Vecka sostenía el teléfono entre el hombro y la mejilla, revisando simultáneamente la agenda digital que tenía abierta frente a la pantalla.
Colgó el teléfono con un suspiro y dejó caer la cabeza hacia atrás, estirando los brazos. Era el tercer día desde su regreso al trabajo, y aunque había prometido no sobreexigirse, el ritmo de la empresa no daba espacio para treguas. Los nervios de volver a cruzar la puerta del despacho de su jefe seguían allí, enredados en el estómago como si fueran raíces imposibles de arrancar.
Llevaba dos días trabajando sin interrupciones desde que su jefe se fue a la reunión familiar, tratando de recuperar el ritmo y dejar atrás el incidente con su Xylos. Había prometido a sí misma no volver a saltarse las comidas, y lo estaba c