C4: Sangrado y verdad

El departamento olía a flores y vino. Kein había llenado la mesa con velas y platos sencillos, pero la sonrisa que sostenía mientras Vecka le contaba que había sido aceptada en Blackwood Corporation bastaba para iluminar el lugar.

—¡No puedo creerlo, amor! —exclamó ella, riendo, llevándose las manos al rostro. —Te lo dije, Veck, tú puedes con todo —Kein la abrazó por la espalda, depositando un beso en su cuello—. Vas a ser una madre increíble… y ahora una ejecutiva también.

Vecka apoyó las manos sobre las de él, sintiendo la calidez de su toque. Llevaban meses soñando con estabilidad, con una vida tranquila donde su hijo creciera sin preocupaciones. Era irónico que el universo por fin les sonriera.

Esa tarde, mientras brindaban con una copa de vino sin alcohol, el teléfono de Vecka vibró sobre la mesa. La pantalla mostraba el nombre de la doctora Mirren. Su corazón dio un salto.

—¿Doctora? —respondió de inmediato, con una sonrisa—. Qué coincidencia, justo pensaba en llamarla.

Del otro lado, la voz sonó temblorosa.

—Vecka… necesitamos vernos. Es urgente. Pero no por teléfono. —Una pausa larga, demasiado larga—. ¿Podemos reunirnos mañana después de tu horario laboral?

El aire pareció espesarse.

 —Claro —respondió ella, aunque una punzada de inquietud se instaló en su pecho—. ¿Pasa algo con los análisis?

—Solo… necesito explicarte algo en persona. Mañana a las siete. En mi consultorio.

La llamada terminó con un silencio que dejó a Vecka mirando la pantalla, perpleja. Kein la observó desde la cocina, sujetando dos platos con pasta.

 —¿Qué ocurre?

—Nada grave, supongo. —Fingió una sonrisa—. Solo dijo que quiere hablar conmigo mañana.

—Entonces no irás sola —respondió él sin titubear, colocando los platos sobre la mesa—. Te acompañaré. No me gusta ese tono.

Vecka quiso reír, pero lo cierto es que tampoco le gustaba. Aquella voz nerviosa, la pausa al decir “explicarte algo” … algo no estaba bien. Sin embargo, decidió ignorar el presentimiento. Tal vez eran solo las hormonas, o el cansancio, o la emoción de su primer día de trabajo, pero esa noche, mientras Kein dormía abrazado a ella, Vecka soñó con un par de ojos dorados brillando entre la oscuridad. Una voz grave, como un rugido contenido, susurró su nombre:

“Vecka.”

Despertó sudando. Su corazón latía tan fuerte que le dolió el pecho. No había nadie, pero la sensación permaneció.

(...)

A la mañana siguiente, el edificio de Blackwood Industries resplandecía bajo la luz del sol. Los cristales reflejaban la ciudad como si fueran espejos de agua. Rebecca Kozt, la asistente del CEO, la recibió en el vestíbulo con su impecable sonrisa profesional.

—Señorita Rowen, bienvenida nuevamente. —Le entregó una carpeta—. Esta será su oficina. El señor Blackwood pidió que se le asignara un espacio propio. Encontrará catálogos de escritorios, sillas y decoración. Todo corre por cuenta de la empresa.

Vecka parpadeó sorprendida.

 —Oh… no esperaba eso.

—El señor Blackwood valora la eficiencia —respondió Rebecca con una sonrisa medida—. Y prefiere que sus empleados trabajen en entornos agradables.

El tono era correcto, pero algo en su mirada sugería que no compartía del todo la decisión de su jefe, Vecka lo notó, aunque prefirió no indagar. Se limitó a recorrer la pequeña oficina: moderna, luminosa, con una vista parcial del centro financiero. Todo era tan distinto a los espacios donde había trabajado antes que, por un momento, pensó que no pertenecía allí, pero su reflejo en la ventana le devolvió la determinación. Sí pertenecía. Había luchado por esto.

La jornada avanzó con velocidad, Vecka tuvo que acompañar a Xylos a una conferencia en un hotel del centro. Todo el equipo la observaba con curiosidad: la nueva secretaria del CEO, una joven y nerviosa, caminando al lado del hombre más enigmático del país, Xylos Blackwood, vestido con un traje negro, sostenía su bastón con elegancia. No necesitaba ver para dominar el espacio; su sola presencia bastaba para que todos callaran.

Durante la conferencia, Vecka tomó notas, organizó documentos, y disimuló lo mejor que pudo las náuseas que la golpeaban cada media hora. El mareo era constante, y el aire del salón parecía sofocante. Cuando se realizó la primera pausa durante la conferencia, ella logró llegar al baño antes de que el vértigo la venciera.

Al cerrar la puerta del cubículo, deslizo su falda junto a su braga y sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Bajó la mirada… y el color se le escapó del rostro.

Sangre.

Una fina mancha carmesí en la tela blanca de su ropa interior. Su respiración se aceleró.

—No, no, no… —susurró, llevando una mano temblorosa a su vientre plano—. No, por favor…

Se recompuso recolocando su falda y braga, se miró al espejo. Estaba pálida, y con sus ojos brillosos a punto de derramar lágrimas. Salió tambaleándose, el corazón desbocado, los ojos nublados por las lágrimas. No veía nada más allá del terror de perder aquello que tanto había esperado. Iba tan perdida que no notó la figura que se cruzó en su camino hasta que chocó contra un muro de músculos y perfume amaderado.

Un brazo fuerte la sujetó por la cintura antes de que cayera.

 —Tranquila —murmuró una voz profunda, grave, inconfundible.

Xylos.

Vecka alzó el rostro, aún con las mejillas húmedas. El tacto firme de su mano la mantenía pegada a él, y por primera vez notó cuán real era la fuerza bajo aquel traje. Su respiración estaba controlada, su semblante inmutable, pero había algo distinto en su expresión… como si oliera su miedo.

—¿Qué sucede? —preguntó, ladeando el rostro hacia ella.

—Debo… debo ir con mi doctora. Es urgente. —Su voz tembló, apenas un hilo—. Creo que algo no está bien con mi embarazo.

Por un instante, el aire pareció detenerse para ammbos. Los labios de Xylos se curvaron apenas, pero no en una sonrisa. Era una mueca silenciosa, algo oscuro, Magnus se removió nervioso. Su cachorro peligraba, no sabían que hacer.

 —¿En qué irá, señorita Rowen?

—En taxi —respondió sin pensar.

Él negó, un gesto casi imperceptible pero cargado de autoridad.

—No. —Extendió una mano, firme, irrefutable—. Yo la llevaré.

—No, por favor, no es necesario, puedo...

—No fue una pregunta. —Su tono la atravesó como un golpe.

Antes de que pudiera replicar, Xylos la tomó de la muñeca con cuidado, pero sin dar espacio a protestas, guiándola con paso decidido fuera del hotel. Los flashes de las cámaras brillaban en la entrada, los empleados abrían paso de inmediato. El chofer, un hombre corpulento de mirada seria, abrió la puerta trasera del auto.

Vecka subió en silencio, el corazón latiendo tan rápido que podía oírlo en los oídos. Igual que el alfa, quien ocupó el asiento a su lado, y el auto arrancó con suavidad. Durante los primeros minutos, nadie habló. Solo se oía el rugido del motor y el golpeteo irregular de los dedos de ella contra el ruedo de su falda.

—¿Cuánto tiempo tiene? —preguntó él de pronto.

Vecka lo miró, confundida.

 —¿Perdón?

—El embarazo —aclaró con calma—. ¿Cuánto tiempo?

—Un mes y una semana.

Él asintió levemente.

 —Demasiado pronto para complicaciones. —Sus palabras parecían dirigidas más a sí mismo que a ella. No era normal que un cachorro de alfa trajera problemas, ya ha habido casos de humanas embarazadas de lobos.

Vecka frunció el ceño.

 —¿Cómo… cómo sabe de eso?

—El conocimiento es poder, señorita Rowen.

Por un momento, creyó que podría preguntar algo, que podría entender por qué ese hombre que no veía parecía saber tanto, o cómo su simple presencia la hacía sentirse segura, pero no se atrevió.

El silencio volvió, cargado de tensión, Xylos se mantenía quieto, los dedos apoyados sobre el bastón, los labios apretados en una línea que no dejaba escapar emoción alguna, pero bajo esa calma, su mente era un torbellino. Magnus, su lobo interior, rugía. El olor de la sangre en ella lo había enfurecido, agitado, reclamando al cachorro que crecía en su vientre.

— Nuestro. Nuestro, — Xylos cerró los puños. No podía permitirse perder el control, no frente a ella.

Cuando el auto se detuvo frente a la clínica, Vecka abrió la puerta antes de que el chofer pudiera hacerlo. 

—Gracias —dijo con voz temblorosa, bajando del vehículo.

—La acompañaré —replicó él, bajando también.

—No, por favor, ya… no hace falta.

—Sí hace falta. —Sus lentes negros reflejaron la luz del atardecer—. No permitiré que una empleada mía se desangre en una clínica cualquiera.

La determinación en su voz no dejaba espacio para réplica. Caminó junto a ella, su paso firme marcando el ritmo de su respiración. Al cruzar la puerta, la doctora Mirren los vio llegar y empalideció.

 —Señorita Rowen… —balbuceó—. No esperaba que… —Pero Xylos ya estaba ahí, inmóvil, con su bastón apuntando directamente hacia el sonido de su voz.

 —Usted tiene explicaciones que dar, doctora —murmuró, su tono suave pero mortal—. Y le sugiero que no me haga perder la paciencia.

Vecka lo miró, asustada y confundida. No entendía de qué hablaba, ni por qué la atmósfera del consultorio se había vuelto tan densa de pronto. La doctora tartamudeó algo sobre un error en los resultados, una confusión en las muestras. Pero Xylos dio un paso adelante, su voz un rugido contenido.

 —No juegue conmigo.

—¿Se puede saber que está pasando? —interrogo Vecka mirando a su nuevo jefe y a la doctora Mirren.

—Dile —ordeno Xylos.

—Señora De Richard, el día de su inseminación hubo un error con las muestras —balbuceo jugando con su bata mientras que Vecka se sentía mareada. —Por error le han implantado el esperma del señor Blackwood —y todo se oscureció para la joven humana, pero antes de que tocara el suelo ya Xylos la tenía en sus brazos mirando con sus ojos dorados el rostro de la mujer que carga a su cachorro en su vientre.

—Tiene un sangrado, y mas le vale que mi cachorro este bien, o tu cabeza ya no estará sobre tus hombros, Mirren.

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