El reclamo del rey alfa ciego, ¡Tengo a su cachorro!
El reclamo del rey alfa ciego, ¡Tengo a su cachorro!
Por: Yerimil Perez
C1: Señorita Rowen

—Hey —murmuró Kein, apretando su mano con suavidad—. Hoy no vamos a pensar en lo que pudo salir mal antes. Hoy es distinto.

Vecka estaba nerviosa, apenas cruzó las puertas de la clínica. Sus pasos eran inseguros, y aunque intentaba sonreír, sus manos temblaban demasiado como para sostener con firmeza el portafolio que llevaba contra el pecho. Hoy era su día… ella se convertiría en madre después de años intentándolo de forma natural con su esposo, Kein Richards, quien meses atrás descubrió que era estéril.

Este siempre había sabido leer en ella lo que otros no podían: los gestos pequeños, la respiración entrecortada, la forma en que parpadeaba rápido bajo aquellas pestañas rubias cuando estaba al borde de las lágrimas. Él lo sabía todo de ella.

La hermosa mujer de cabellera rubia lo miró de reojo, con los ojos verdes brillantes de miedo.

—¿Y si no funciona, Kein? —susurró, como si temiera que alguien más la escuchara.

Él se inclinó para besarla en la frente. La calidez de sus labios era un recordatorio de todo lo que habían atravesado juntos: las noches vacías tras cada prueba negativa, el silencio doloroso después de las discusiones, la sensación de que algo faltaba en esa vida tan perfecta que ellos habían construido.

—Si funcionará —respondió con convicción—. Y si no, lo volveremos a intentar. Pero no me pidas que pierda la fe hoy, Vecka. No después de todo lo que hemos caminado.

Ella tragó saliva, asintiendo con un leve movimiento de cabeza, Kein sonrío y le dio un suave beso en la sien. Quería creerle. Quería abrazar esa esperanza como un manto que cubriera todas las cicatrices, ya que muchas veces ha pensado que seguro no ha nacido para ser madre, no después de que reconoce que la suya la abandono de pequeña.

Un doctor apareció en el umbral, traje blanco impecable, sonrisa de manual.

—Señora de Richards, es el momento.

El corazón de Vecka dio un vuelco.

Kein entrelazó sus dedos con los de ella y susurró:

—Cuando salgas de ahí, ya habrás dado el primer paso para traer a nuestro bebé al mundo, te amo, muñeca.

Vecka lo abrazó fuerte, aspirando su aroma familiar, ese refugio al que siempre regresaba. Luego, con pasos vacilantes, siguió al doctor hasta la sala del procedimiento. El ambiente era frío, metálico, demasiado clínico para un momento tan íntimo. La enfermera le indicó que se recostara, explicando con voz neutra cada paso. Vecka cerró los ojos, intentando imaginar algo distinto: un campo abierto, el viento acariciando su piel, Kein sonriendo a su lado.

Después de cambiarse de ropa por una bata de hospital, se subió a la camilla, separo las piernas como le había dicho la enfermera. Lo siguiente solo envío un escalofrío por toda su columna, los dedos se le crisparon contra la camilla, y respiro profundo con sus ojos cerrados.

—Todo va bien —dijo la enfermera, sin darle importancia, pero Vecka supo que no era un simple procedimiento. No podía explicarlo, pero algo en su interior había cambiado.

No duro mucho tiempo hasta que le anunciaron que ya todo había culminado, Vecka se vistió y cuando volvió a la sala de espera, Kein se levantó de inmediato. Al verla, la envolvió en un abrazo tan fuerte que ella por instante olvidó el miedo que paso durante todo el procedimiento.

—Ya está hecho —dijo él con una sonrisa temblorosa mirando los ojos verdes de su esposa—. Ya dimos el salto que tanto esperábamos.

Vecka sonrió, asintió y escondió en lo más profundo de su ser el extraño presentimiento que le revolvió las entrañas.

(…)

Los síntomas llegaron de golpe: mareos, náuseas, una sensibilidad dolorosa en el cuerpo, Vecka miraba el calendario con el retraso evidente y las manos le sudaban de emoción y miedo. Estaba embarazada.

Aquella mañana no tuvo tiempo de procesarlo. La entrevista de trabajo que había esperado por meses estaba programada, y debía llegar puntual, Kein le prometió que esa noche celebrarían.

Entró al rascacielos con pasos rápidos, sujetando su portafolio. En el ascensor había otras cinco personas, todas mirando sus relojes, tecleando en sus teléfonos, sin reparar en ella, pero Vecka tampoco se fijó mucho en esas personas. Ella solo estaba nerviosa, sensible por el embarazo apenas en primera fase. Todo iba normal en su trayecto a la última planta, empleados salen y entran hasta que el ascensor se estremeció con un crujido metálico.

  

—No ahora… —murmuró, llevando una mano al plano vientre.

Un grito escapo de sus labios cuando las luces parpadearon y, de pronto, se apagaron. Oscuridad total. El aire se volvió más denso. La respiración de Vecka lleno el espacio reducido mientras el pánico escalaba por su pecho. El sudor frío bajaba por su frente mientras su corazón latía con violencia. Buscó la pared con las manos temblorosas, y se aferró a ella.

—No… no, por favor… —susurró con un hilo de voz.

El recuerdo de su miedo infantil a los espacios cerrados la golpeó sin piedad. La falta de control la asfixiaba. Su respiración era un jadeo quebrado, sus piernas amenazaban con ceder hasta que lo sintió, una mano cálida, fuerte, pero increíblemente suave, cubrió la suya en la oscuridad. El contacto fue tan inesperado que la paralizó.

Una voz grave y profunda, con un timbre que parecía vibrar en los huesos, rompió el caos interno en Vecka:

—Respira.

El tono no admitía resistencia. Era sereno, firme, como si estuviera hecho para calmar tormentas.

—No… no puedo… —balbuceó Vecka, temblando.

—Si puedes —replicó él, sin dudas—. Hazlo conmigo. Inhala… suéltalo. Otra vez.

Vecka obedeció casi sin darse cuenta. La cadencia de esa voz se convirtió en un ancla, un ritmo que guió su pecho desbocado. Poco a poco, el vértigo cedió, y la oscuridad no pareció tan amenazante.

—Eso está mejor —murmuró el desconocido.

La mano de él seguía firme sobre la suya, transmitiendo un calor imposible de ignorar.

—Gracias… —susurró ella, aún con la voz temblorosa.

Un silencio denso llenó el ascensor. Podía sentir la presencia de aquel hombre demasiado cerca, imponente, como si su ola existencia ocupara más todo el cajón metálico.

Entonces él habló de nuevo, pero su voz sonó distinta, como un gruñido bajo que emergía desde lo más profundo de su pecho:

—Hueles… extraño.

Vecka se quedó inmóvil, sin entender.

El hombre ladeó la cabeza en la oscuridad, aspirando con lentitud. Su respiración era controlada, pero cargada de algo salvaje, primitivo. Y de pronto, dentro de él, una voz rugió con furia.

Mío… mi cachorro...

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
capítulo anteriorcapítulo siguiente
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP