Mundo ficciónIniciar sesiónLa mujer rota que un día se marchó con lágrimas en los ojos regresa convertida en una millonaria poderosa, con una sola misión: enfrentar al mismo hombre que la hundió. Ahora, él necesita de ella. Su compañía está al borde del colapso, y la única persona capaz de salvarlo… es precisamente la mujer que un dia juró no volver a verlo jamás. Entre el deseo contenido, el rencor y las cuentas pendientes, la línea entre la venganza y el interes se volverá cada vez más delgada. ¿Lo salvará por deber… o lo destruirá por placer?
Leer másAmanda nunca se había imaginado posando frente a una cámara, pero la necesidad hacía milagros.
No había conseguido trabajo en ninguna empresa como financista por falta de experiencia laboral, a pesar de su título recién obtenido y su promedio impecable, y ese día aceptó el trabajo temporal como modelo para una marca famosa de joyería solo para poder ayudar con los gastos en casa.
Clara la recomendó para aquel trabajo, asegurándole que el equipo era amable y la paga buena.
—Acaban de avisarme que el dueño de la marca llegó. Vino a supervisar personalmente cómo va todo.
Amanda asintió mientras el fotógrafo ajustaba las luces.
—Qué bueno que decidió venir a la ciudad a última hora. Casi me hace viajar a Miami por este proyecto, imagínate.
—Es tu día de suerte. No todos los días se tiene a un multimillonario dueño de una joyería famosa, mirando tu sesión de fotos.
Amanda soltó una risa nerviosa intentando concentrarse, aunque no le prestó mucha atención, su mente estaba en otro lado.
Pensaba en Sergio, su novio de toda la universidad, y en el mensaje corto que le había enviado esa mañana:
“Te llamo más tarde, amor. Tengo algo importante que resolver.”
Nada fuera de lo común. Sergio siempre estaba ocupado.
O al menos eso había creído.
No había podido avisarle que al final no salió de la ciudad, y pensó en llamarlo cuando terminara la sesión, si ya estaba desocupado.
No tenía idea de que ese pensamiento se volvería irrelevante en cuestión de minutos.
Fue entonces cuando Clara se llevó la mano a la boca, con los ojos muy abiertos, mientras miraba la pantalla de su celular.
—Oh, por Dios... no puede ser, esto tiene que ser una broma.
—¿Qué sucede? —Amanda frunció el ceño, pero Clara no respondió de inmediato, en cambio, le mostró la pantalla del celular, temblando ligeramente.
—Amanda, tienes que ver esto.
Amanda dio un paso al frente, sin entender, y pronto vio la imagen que mostraba a Sergio, su Sergio, sonriendo frente a un enorme cartel que decía:
“Compromiso Sergio & Luna”.
A su lado, Luna, su mejor amiga desde la secundaria, vestía de blanco, sosteniendo una copa y mostrando su anillo con una sonrisa enorme en la cara, y reconoció el lugar de inmediato.
El hotel Lunares.
El corazón de Amanda se detuvo.
—No… no puede ser.
Pero las imágenes no mentían.
En esa publicación de uno de los invitados a la fiesta secreta, había decenas de comentarios: “La pareja del año”, “Qué historia tan hermosa”, “Por fin juntos”.
Clara la observaba con compasión.
Aunque era prima de Luna, nunca habían sido cercanas, de hecho, siempre había sentido que Luna disfrutaba humillar a los demás con su perfección ensayada.
Por eso, en lugar de callar y encubrir a su prima, eligió mostrarle la verdad a Amanda.
—No sé qué decirte… Y-yo no lo sabía.
Amanda sintió cómo se le nublaba la vista.
El vestido brillante que llevaba puesto le pareció una burla, como si la vida hubiera decidido reírse de ella a carcajadas.
Sin pensar, salió corriendo del set.
—¡Amanda, espera! —gritó Clara, siguiéndola con la mirada—. ¡Por favor, no hagas una locura!
—¡La modelo no puede abandonar el set!
—¡Regresa! ¡Las joyas!
Pero ella ya no escuchaba.
Salió del estudio con el corazón en un puño y las piernas temblando.
Apenas recordaba que seguía vistiendo aquel vestido de lentejuelas plateadas, demasiado corto, demasiado brillante, demasiado ajeno a su estado de ánimo.
Todo lo que quería era cubrirse, desaparecer y no sentirse tan expuesta al mundo ni a la traición que acababa de descubrir.
El lugar donde estaban haciendo la sesión quedaba apenas a dos cuadras del Hotel Lunares, algo que ni Sergio ni Luna sabían. Ellos creían que Amanda estaba fuera de la ciudad, y quizá por eso se habían atrevido a celebrar su traición sin disimulo.
¿Cómo harían después para decírselo?
Quién sabe.
Pero no hacía falta que pensaran demasiado, Amanda ya lo sabía.
En el pasillo del edificio, mientras buscaba con la mirada algo con qué taparse para ir corriendo al Hotel Lunares, vio a un hombre elegante hablando por teléfono, con un porte que imponía.
Tenía un saco oscuro colgado despreocupadamente sobre el hombro, y Amanda no lo pensó. Se acercó a él con decisión, impulsada por la rabia y la desesperación.
—Lo siento, necesito esto. Te lo devolveré.
Antes de que el hombre pudiera reaccionar, ella ya había tomado el saco y se lo colocaba sobre los hombros, cubriendo su espalda desnuda sin detener su paso.
Ni siquiera lo miró dos veces.
Simplemente siguió su camino hacia el ascensor, con el paso de alguien que se aferra al último resto de dignidad que le queda.
Él, en cambio, sí la miró.
Primero la siguió con la mirada por puro desconcierto, sorprendido por su atrevimiento; no todos los días alguien se acercaba sin decir mucho y te quitaba el saco del hombro con tanta determinación.
Pero después, algo en la expresión de esa sinvergüenza lo desarmó.
No era solo rabia ni prisa lo que llevaba en el rostro, sino una lucha visible por no dejar caer las lágrimas. Tenía los ojos brillantes, la respiración agitada y la mandíbula apretada, como quien se sostiene a sí mismo en el borde del abismo.
Y, aun así, le parecía impresionantemente hermosa.
El saco le caía grande sobre los hombros, pero las joyas que todavía llevaba puestas brillaban sobre su piel como si le pertenecieran desde siempre.
Entonces, él se dio cuenta de que eran las joyas de su propia marca.
Se quedó allí, inmóvil, observándola mientras entraba al ascensor.
No dio ni un paso para detenerla.
Solo la vio desaparecer entre las puertas que se cerraron con un suave sonido metálico, quedando con la sensación inexplicable de que acababa de perder algo, y no hablaba de su costoso saco.
—¿Quién es esa mujer? —preguntó con el ceño fruncido.
—No tengo esa información, debe ser la modelo temporal en la sucursal, pero se la conseguiré enseguida, señor —respondió su asistente, sin levantar la vista de su tableta.
—La quiero hoy mismo.
Ethan Van Ness no era un hombre fácil de sorprender. Había lidiado con empresarios sin escrúpulos, accionistas traicioneros, herencias disputadas e incluso con su ambicioso hermano mayor.Pero nada de eso lo había dejado tan inquieto como la ausencia de respuesta de Amanda.Desde la noche anterior, su nombre le había rondado la mente como un eco imposible de silenciar.Había revisado el video una, dos, cinco veces. La escena del brindis interrumpido, la champaña volando, las risas burlonas del público.Y ella… de pie, desafiante, rota y digna al mismo tiempo.Amanda.El nombre ya le sabía familiar.En su mente conectó todo lo ocurrido el día anterior y ahora entendía por qué había hecho aquel espectáculo.Su exnovio era un desgraciado, un cobarde que no supo estar a la altura.Ethan comprendió que no fue una mujer descontrolada, sino una herida reaccionando ante la traición.“¿Por qué diablos no puedo sacarte de mi cabeza?”, pensó con una mezcla de fastidio y fascinación.—¿Aún nada?
Amanda no recordaba la última vez que se había sentido tan pequeña en una habitación.Estaba sentada en el borde del sofá, envuelta en una manta que ya no le ofrecía consuelo, solo peso. Entre las manos sostenía una taza de café frío que había dejado de intentar beber hacía rato, pero que seguía aferrando como si se tratara de un ancla.El apartamento de Clara, que siempre había sido un refugio improvisado, ahora se sentía ajeno. Vacío. Silencioso. Como si incluso el aire se hubiera coludido con el mundo para recordarle que todo lo que tenía, todo lo que estaba construyendo, se estaba deshaciendo. Poco a poco. Implacablemente.Desde la cocina, Clara hablaba por teléfono. Y aunque intentaba mantener la calma, Amanda reconocía ese tono quebradizo entre la diplomacia y la desesperación. Lo había usado ella misma otras veces. Era la voz de quien lucha por algo que ya sabe perdido.—Sí, lo entiendo, señor Méndez, pero... por favor, escúcheme un segundo. Amanda fue profesional en todo momen
Amanda se desplomó sobre el sofá del pequeño apartamento de ClaraEl cuerpo aún le temblaba por la tensión del día, y su cerebro, por más que intentaba desconectarse, seguía reproduciendo una y otra vez la imagen de Ethan Van Ness mirándola con esa sonrisa maldita que parecía perforar tejidos, voluntades… y vergüenzas.—No puedo creer que esto me esté pasando —murmuró, dejando caer la cabeza hacia atrás con un suspiro de esos que vienen con peso emocional incluido.El cuero sintético del sofá crujió bajo su espalda, mientras su mirada se perdía en el techo manchado de humedad.Clara, sentada a su lado en posición de loto con un tazón de helado entre las piernas, alzó una ceja con la experiencia de quien ha escuchado suficientes historias como para saber cuándo viene una bomba.—¿Te refieres a que tu nuevo jefe millonario te pidió una reunión privada o a que besaste a ese mismo jefe frente a tu ex? Porque ambos temas me parecen fascinantes —dijo, clavando la cuchara con elegancia en un
Amanda respiró hondo y trató de ignorar el hecho de que Ethan Van Ness, su jefe temporal, el hombre que había besado por accidente —y con demasiada pasión—, estaba observándola desde el fondo del set como si fuera una obra de arte en movimiento.O peor aún… como si estuviera decidiendo si comprarla o demandarla.Cada clic de la cámara sonaba más fuerte que el anterior. Intentaba posar con la serenidad de una modelo profesional, pero su cerebro parecía haberse desconectado.—Gira un poco más el rostro, Amanda —indicó el fotógrafo, sin sospechar que el verdadero motivo de su rigidez era que Ethan la estaba mirando de arriba abajo, con esa media sonrisa suya que parecía una provocación personal.“Tranquila, Amanda, ignóralo. Es solo un hombre. Solo un multimillonario guapísimo al que le quitaste el saco y lo besaste frente a tu ex. Nada raro.”Sonrió, pero la sonrisa salió tan tensa que el fotógrafo la detuvo.—No tan forzada. Más natural, por favor.“Más natural”, repitió para sí. Claro
Amanda llegó al set con la respiración agitada y la botella de champán apretada entre los dedos.Apenas cruzó la puerta, Clara alzó los brazos, exasperada.—¡Ya lo ven, ahí está! ¡Por supuesto que no iba a robarse ningunas joyas! —anunció con teatralidad, como si hubiese estado horas tratando de calmar a todo el equipo—. Creí que habías huido a otro continente, Amanda.Un par de miembros del equipo se giraron hacia ella, algunos con gestos de alivio, otros claramente molestos.—No es profesional abandonar el set así —dijo el encargado de fotografía, cruzado de brazos—. Si querías sabotear la campaña, casi lo logras.Amanda, sin aliento, se pasó la mano por el cabello y respondió, tratando de mantener la compostura.—Necesito irme. No estoy en condiciones de seguir.Clara se le acercó rápido, bajando la voz.—¿Qué pasó? ¿Te hicieron algo? Estás pálida, Amanda.Ella dudó un segundo. Miró la botella en su mano, luego hacia la ventana como si buscara palabras que no dolieran tanto.—Fui a
Durante unos segundos, el pasillo quedó en silencio.Solo el eco de sus tacones alejándose y el suave golpeteo de la botella de champaña contra su pierna llenaban el aire.Ethan no se movió. Ni siquiera respiró.Seguía mirando el punto donde ella había desaparecido, intentando procesar lo que acababa de pasar.Una desconocida lo había besado.Lo había utilizado.Sin pedir permiso.Sin darle tiempo de reaccionar.Y lo peor —o lo mejor— era que lo había disfrutado.Pasó una mano por su rostro, aun sintiendo el leve ardor que le había dejado el roce de sus labios.La piel le hormigueaba.El corazón, que normalmente no se alteraba ni en medio de negociaciones millonarias, ahora le latía como si acabara de correr una maratón.“¿Qué diablos acaba de pasar?”, pensó, mirando hacia donde ella había desaparecido.Podía haber jurado que no era el tipo de hombre que perdía el control.Pero esa mujer...Esa mujer había cruzado como un relámpago en su vida, y lo había dejado ardiendo.—Jefe… ¿está
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