Mundo de ficçãoIniciar sessãoEl hotel Lunares no estaba lejos.
Amanda lo conocía demasiado bien, había sido invitada a varias celebraciones por Luna, su mejor amiga... su ex mejor amiga.
Jamás imaginó que sería también el escenario del peor día de su vida.
No sabía si temblaba por el frío o por la rabia que le burbujeaba dentro del cuerpo. Solo sabía que necesitaba verlos con sus propios ojos, aunque le destrozara el alma.
Al llegar, intentó entrar por la puerta principal, pero el recepcionista se interpuso frente a ella, extendiendo el brazo.
—Lo siento, señorita, es un evento privado —dijo con voz profesional, aunque su mirada se tornó nerviosa al reconocerla y verla tan alterada.
—Lo sé. Conozco muy bien a los anfitriones.
El hombre bajó la vista hacia su lista de invitados.
—Su nombre no figura aquí. Y, además… tenemos órdenes estrictas de no permitir el acceso a nadie que no esté registrada.
Amanda lo entendió enseguida. Luna lo había previsto, había pensado en todo, incluso en mantenerla lejos.
—Ah, ¿sí? ¿Órdenes de quién?
—De la señorita Luna Rivas. Nos pidió ser cuidadosos en esta ocasión.
—Claro que sí… siempre cuidando las apariencias —murmuró, apretando el saco sobre sus hombros y respirando el aroma varonil que desprendía de él.
Intentó avanzar de nuevo, pero el empleado volvió a interponerse.
—Señorita, por favor, no haga esto más difícil.
—¿Difícil para quién? ¿Para mí, o para esos traidores?
—Voy a tener que llamar a seguridad —advirtió y Amanda supo que no podía hacer nada.
Al menos no por ahí.
—Está bien. No hace falta que me escolten. Puedo salir sola.
Lo que no sabían era que ella no se retiraba realmente, no contaban con que Amanda conocía aquel lugar mejor que nadie.
Rodeó el edificio y cruzó el pequeño jardín trasero.
Sabía que el acceso al salón principal tenía una puerta de servicio por donde entraban los meseros con las bandejas de champán. Esperó el momento justo: uno de ellos salió con la charola vacía, y Amanda aprovechó para deslizarse sigilosamente.
Y entró.
El salón lucía impecable, casi irónico.
Una fiesta de compromiso perfecta... salvo por un detalle.
No era la suya.
Amanda avanzó entre las mesas con una calma que no sentía. Tomó una copa de una bandeja y se sentó como una invitada más.
Nadie reparó en ella.
Y entonces los vio.
Sergio y Luna.
Estaban de pie en el centro, tomados de la mano, irradiando una felicidad que a Amanda le resultó insoportable.
Él hablaba con voz encantadora, esa misma que una vez la hizo creer que el amor podía con todo.
—Luna y yo nos enamoramos hace un año, gracias a una amiga en común —dijo Sergio, mirando a Luna como si fuera lo único importante en el mundo—. A veces el destino se empeña en mostrarnos lo que teníamos frente a los ojos y no queríamos ver.
Los invitados sonrieron enternecidos. Amanda, en cambio, sintió un golpe seco en el pecho.
¿Un año? ¿Un año viéndole la cara de estúpida?
Un día atrás aún dormía en su cama.
Luna apretó su mano y habló con dulzura ensayada, lo justo para parecer emocionada.
—Sergio solo necesitaba a alguien que lo comprendiera.
El comentario cayó como un cuchillo. Amanda entendió perfectamente la indirecta.
Desgraciados.
—Así es, Luna me enseñó lo que realmente es el amor… Y hoy quiero agradecerle delante de todos por haberme hecho entender que la persona correcta llega cuando uno está listo para dejar atrás lo que no le hacía bien.
Amanda permaneció inmóvil con la copa temblando en su mano, mientras las palabras se le clavaban como espinas en el corazón.
Quería acercarse y golpear a Sergio hasta que quedara morado, arrancarle el cabello a Luna hasta dejarla calva, pero se contuvo.
“Espera, Amanda. Espera.”
Luna levantó la copa con teatralidad.
—Por nosotros
—Por siempre —respondió Sergio, repitiendo la frase que un día le había dicho a Amanda en un susurro que ahora sonaba vacío.
Amanda no pudo evitarlo, soltó una carcajada por encima de los aww de los demás, captando de inmediato la atención de todos.
Incluso la de Sergio y Luna.
Cuando Sergio la vio, se quedó petrificado, mirándola con los ojos muy abiertos, como si acabara de ver un fantasma. Por poco se le resbala la copa de los dedos, y el color se le fue del rostro en cuestión de segundos.
Luna palideció y abrió la boca sin poder articular palabra, aferrándose al brazo de su prometido con una sonrisa tensa que se desmoronaba poco a poco.
Amanda se levantó despacio y caminó hacia ellos con calma, tomando de su champaña.
Sergio tragó saliva intentando recomponerse, aunque el temblor de sus manos lo delataba.
—A-Amanda… ¿qué haces aquí?
Ella lo sostuvo con la mirada, sin parpadear.
Y por dentro pensó que la pregunta estaba mal formulada.
Porque, en realidad, quienes no debían estar allí eran ellos.
Amanda avanzó unos pasos más, sintiendo cómo decenas de miradas se clavaban en su espalda.
Luna intentó sonreír, pero el gesto se le torció apenas su abuela, una elegante mujer de cabello blanco recogido en un moño impecable, se acercó con el ceño fruncido.
—Luna, ¿quién es esta joven? ¿Y por qué está interrumpiendo tu compromiso?
Sergio abrió la boca para responder, nervioso, pero Amanda fue más rápida.
—Oh, usted debe ser la abuela de Luna, ¿verdad? La que vive en Londres. Había oído hablar mucho de usted, pero no había tenido el placer de conocerla.
La mujer parpadeó, sorprendida por la educación y la calma de esa muchacha.
—¿Y tú eres…?
Amanda sostuvo la mirada de Luna y de Sergio antes de contestar, disfrutando el instante de incomodidad.
—Yo soy esa amiga en común de la que ellos hablan —dijo, con un tono tranquilo que descolocó a todos.
Luna y Sergio intercambiaron una mirada de alivio, respirando tranquilos por un segundo, creyendo que Amanda no los expondría.
Pero la calma duró poco.
—Y también fui la novia de Sergio… hasta hace unas horas.
El salón estalló en murmullos y un jadeo colectivo, sorprendidos por aquella revelación.
Algunos invitados abrieron los ojos, otros se taparon la boca, y un par de cámaras comenzaron a grabar discretamente desde sus teléfonos.
La abuela de Luna arqueó las cejas, visiblemente indignada.
—¿Qué? Luna, ¿me puedes explicar qué significa esto?
Luna se recompuso con rapidez, aunque la tensión le crispaba la voz.
—Abuela, no hay nada que explicar. Ella es la exnovia obsesionada de Sergio. No soporta vernos felices y ha venido a arruinar nuestro momento.
Amanda soltó una carcajada, una de esas que nacen del dolor y suenan a burla.
—Claro, no hay nada que explicar. Yo soy su exnovia, sí… solo que nunca me enteré de que habíamos terminado. Y, ahora me entero también de que mi novio se va a casar con mi mejor amiga. Qué rápido encuentran el amor verdadero algunos, ¿no?
El comentario provocó un revuelo inmediato, los invitados se miraban unos a otros, sin saber si apartar la vista o disfrutar del espectáculo.
—¡Mentirosa! —escupió Luna dando un paso al frente —. Tú no eres la novia, la novia soy yo. Siempre he sido yo. Todos los que estamos aquí sabemos que Sergio y yo llevamos un año juntos.
Amanda se quedó inmóvil, con una sonrisa que no le llegaba a los ojos.
—¿Un año? Qué curioso… porque hace un año aún dormía en mi cama. Qué admirable, Luna. Debiste practicar mucho para mirarme a la cara todos estos meses.
Sergio intentó interponerse, alzando la voz para recuperar el control.
—Amanda, basta. Acepta que ya terminamos, acepta que ya no te amo. No hagas esto aquí, por favor.
Amanda lo observó con calma, tan tranquila que resultaba inquietante.
Entonces tomó la copa que él tenía en la mano y, sin decir una palabra, le lanzó el champan directo a la cara.
El líquido dorado le empapó el rostro, el cabello y la camisa, mientras un grito ahogado recorrió el salón.
—Esto es por ser un perro infeliz —dijo con voz firme, antes de soltar la copa vacía sobre la mesa.
Luna, fuera de sí, retrocedió un paso.
—¡Seguridad! ¡Saquen a esta loca de aquí!
Amanda sonrió sin perder la compostura, mientras le daba un sorbo a su champaña como si disfrutara del espectáculo y, sin previo aviso, se la escupió en la cara a Luna.
—Y tú por ser una zorra traidora.
Luna quedó paralizada, empapada, muda y humillada, mientras que Sergio seguía secándose la cara, sin atreverse a mirarla.
Amanda alzó la botella más cara de la mesa, la miró con una sonrisa y añadió, antes de girarse hacia la salida.
—Que sean felices. Aunque la felicidad les durará poco.







