ME FUNARON. ¿Y AHORA QUÉ?
Amanda no recordaba la última vez que se había sentido tan pequeña en una habitación.
Estaba sentada en el borde del sofá, envuelta en una manta que ya no le ofrecía consuelo, solo peso. Entre las manos sostenía una taza de café frío que había dejado de intentar beber hacía rato, pero que seguía aferrando como si se tratara de un ancla.
El apartamento de Clara, que siempre había sido un refugio improvisado, ahora se sentía ajeno. Vacío. Silencioso. Como si incluso el aire se hubiera coludido con el mundo para recordarle que todo lo que tenía, todo lo que estaba construyendo, se estaba deshaciendo. Poco a poco. Implacablemente.
Desde la cocina, Clara hablaba por teléfono. Y aunque intentaba mantener la calma, Amanda reconocía ese tono quebradizo entre la diplomacia y la desesperación. Lo había usado ella misma otras veces. Era la voz de quien lucha por algo que ya sabe perdido.
—Sí, lo entiendo, señor Méndez, pero... por favor, escúcheme un segundo. Amanda fue profesional en todo momen