Mundo ficciónIniciar sesiónLo primero que él pensó fue que alguien acababa de besarlo sin su autorización.
Lo segundo, que esa boca sabía jodidamente bien.
No le dio tiempo de analizar mucho más.
Solo sintió unos labios suaves, pero con carácter, una boca que se amoldó a la suya con tal precisión que parecía haber sido diseñada para encajar ahí.
La sorpresa le recorrió el cuerpo como un relámpago, pero no alcanzó a apartarse.
Porque, contra todo pronóstico, no quería hacerlo.
Había algo en ella, en su forma de sostenerle la camisa, en el calor de su cuerpo tan cerca del suyo o en la sensación de sus labios contra los suyos, que lo desarmó en segundos.
Aquel era un beso inesperado, furioso, y sin embargo delicioso.
Como una emboscada que, en lugar de molestarlo, lo dejaba queriendo más. Y eso, viniendo de una completa desconocida, lo desconcertó aún más.
Ella lo besaba con rabia, con orgullo, con algo que no entendía del todo, pero a lo que se entregó sin oponerse. Al principio sorprendido, luego curioso, y después completamente rendido.
Las manos de Amanda apretaban su camisa con fuerza, y su cuerpo se pegaba al de él como si ya lo hubiese hecho antes.
De pronto sintió el cosquilleo urgente bajo su ombligo, y solo fue consciente de una sola cosa.
Estaba teniendo una erección.
En medio de un pasillo, con su asistente a tres metros y una mujer que no conocía besándolo como si lo necesitara para vivir.
"M****a", pensó, disimulando como pudo mientras bajaba una carpeta rígida que tenía en la mano y se la colocaba justo al frente.
No era el momento de explicar nada.
Él, Ethan Van Ness, heredero de la joyería más reconocida del país, frío, calculador, acostumbrado a dominar cada escenario, estaba duro por culpa de un beso.
Uno solo.
Y ni siquiera conocía su nombre, aun no.
Cuando Amanda se separó, Ethan apenas pudo abrir los ojos, como si recién entonces su cuerpo cayera en cuenta de lo que acababa de ocurrir.
Sentía el sabor de sus labios todavía impreso en los suyos, y el calor de ese contacto lo mantenía suspendido entre la incredulidad y el deseo que palpitaba en sus pantalones.
La miró, tratando de leer en su rostro alguna pista de lo que venía, mientras su respiración se entrecortaba ligeramente, igual que la de ella, como si ambos hubieran corrido una maratón sin moverse del sitio.
Ella aún jadeaba levemente, con el pecho subiendo y bajando en un ritmo que delataba la adrenalina. Las mejillas le ardían, y no solo por la vergüenza, sino por el calor que ese beso había dejado.
"Besa tan bien."
—…Gracias —murmuró ella solo para que él la escuchara, con la voz aún cargada de adrenalina, mientras se relamía los labios, como si quisiera saborearlo una vez más bajo su atenta y desconcertada mirada.
—Creo que necesito que me expliques algunas cosas —respondió Ethan, con las cejas arqueadas y una sonrisa apenas insinuada en los labios, aunque el resto de su cuerpo seguía intentando calmarse bajo la carpeta.
Pero el momento fue interrumpido por un tercer elemento que hasta habían olvidado.
—¡Amanda, estás loca! ¡Cómo te atreves a cambiarme por... por esto! —exclamó Sergio, que finalmente había llegado a donde estaban, apuntando con un dedo acusador al hombre que acababa de besarla.
Ethan giró lentamente la cabeza hacia Sergio, evaluándolo con una mirada tan afilada como implacable.
Le bastó medio segundo para clasificarlo sin margen de error: estatura promedio, traje que parecía sacado de una tienda de rebajas, rostro marcado por una inseguridad tan evidente que ni siquiera el desdén lograba ocultarla.
Era el tipo de hombre que intentaba imponer respeto alzando la voz porque nunca había sabido cómo ganarlo de verdad.
Lo miró de arriba a abajo con una ceja levantada y una expresión que destilaba desprecio, como si evaluara a un insecto al que no valía la pena aplastar.
"No puedo creer lo que estoy por hacer", pensó Ethan, aún sin saber quién era esa mujer pero sintiendo que algo en él ya había sido alterado por completo.
Entonces, sin pensarlo más, pasó un brazo por la cintura de aquella mujer y la pegó a su cuerpo con decisión, robándole un jadeo sorprendido que pareció alimentar aún más ese fuego que ya ardía entre los dos.
—¿Perdón? ¿Y tú quién eres para hablarle así a mi novia?
Amanda apenas alcanzó a girar el rostro para evitar soltar una carcajada.
No sabía si era por el nerviosismo o porque ese hombre lo había dicho con una convicción que casi había sonado real.
—¡Soy su novio! ¡Hemos sido pareja por años! ¡Esto es un insulto! ¡No puedes compararme con... ¡con esto! —escupió Sergio, señalando a Ethan de arriba abajo, con un desprecio que ni él mismo podía sostener bien, porque sabía perfectamente que a su lado era un hombre que destacaba sin esfuerzo.
Amanda lo miró alzando una ceja como si le costara creer lo patético que podía ser.
—¿Novia? ¿No eras tú quien acaba de pedirme que aceptara que no me amas? Pues ahora te lo digo yo. Acepta que ya no te amo. Me has hecho un gran favor al comprometerte con Luna, porque así tengo el camino libre para estar con él... que sí es un hombre de verdad. No un precoz como tú, que se viene antes de meterlo. ¡No sabes lo que es que un hombre me haga gritar de placer con sus veintitrés centímetros de purita felicidad! ¡Tú, en cambio, apenas y sabías quitarme el sostén sin temblar!
La cara de Sergio fue un poema.
Pasó del rojo encendido de la furia, al morado sofocado de la humillación en cuestión de segundos, como si cada palabra de Amanda le hubiese estallado en el rostro como una bomba que no estaba preparado para recibir.
—¡Eres una maldita desagradecida! ¡Cómo te atreves!
Ethan, que seguía sin moverse demasiado, levantó una ceja. Hizo un pequeño ademán con la mano y, como si hubieran estado esperando la señal, dos hombres enormes vestidos de negro se materializaron tras Sergio.
—Señor, vamos a tener que pedirle que se retire —dijo uno, mientras el otro lo tomaba del brazo con firmeza.
—¡Suéltenme! ¡Esto es un abuso! ¡Amanda, diles que me suelten!
Amanda ni se inmutó.
Tomó aire lentamente y ladeó la cabeza con una sonrisa burlona, mientras abrazaba a su novio falso por la cintura con una satisfacción que no podía ni quería disimular.
Todo había salido incluso mejor de lo que había planeado, y la victoria tenía sabor a champaña y venganza.
—Gracias por los años perdidos, Sergio. Pero ya no eres parte de mi vida. Llévenselo.
Mientras se lo llevaban, pataleando como niño castigado, Ethan la observó en silencio, con una mezcla de incredulidad, fascinación y un respeto que acababa de nacer y ya se sentía arraigado.
Esa mujer no solo lo había besado por sorpresa, lo había tomado por completo.
Y ahora, además, lo abrazaba como si fuera suyo.
Él, que nunca dejaba que nadie cruzara ciertas líneas, se descubría deseando que no lo soltara nunca.
—Veintitrés centímetros, ¿eh?
Cuando él soltó aquel comentario, ella lo soltó también.
Sus mejillas se encendieron de inmediato por lo que acababa de decir sobre ese desconocido, y por primera vez desde que todo comenzó, se sintió avergonzada, como si la escena entera la alcanzara en un segundo de lucidez que la descolocó.
—Solo estaba improvisando —dijo con una sonrisa entre apenada y divertida—. Lo siento por exagerar, y gracias por seguirme el juego. Voy a pagártelo algún día.
Entonces, sin esperar respuesta le devolvió el saco y salió corriendo con la botella en la mano, directo al set, dejando al hombre en el pasillo, con una erección que ni siquiera había pedido, pero que ahora no sabía cómo disimular.







