Mundo ficciónIniciar sesiónMiranda, casada con el CEO Alec Radcliffe vive en la agonía de un matrimonio roto por meses de frialdad y silencio. Cansada de la distancia emocional, confirma sus sospechas: Alec le es infiel. Al confrontarlo y exigir el divorcio, Miranda se encuentra con la negativa tajante de su esposo y una humillación aún mayor. Alec decide introducir en el hogar a Edward, su hijo de cinco años, producto de la infidelidad. Atrapada entre la crueldad de Alec —quien la despoja de su dignidad al usar la tragedia de su bebé perdido para justificar su traición—, y las presiones de su suegra y su propia madre para mantener el matrimonio por conveniencia económica, Miranda se ve forzada a soportar el desprecio de su marido y la humillación. Hasta que un día, la verdad lo cambió todo. Entonces él rogará por una oportunidad.
Leer másCuando amaneció, se dio cuenta de que aún seguía bajo llave; que todavía su marido la mantenía encerrada en esa habitación. Ya no quería seguir desgarrándose la garganta gritando, solicitando que la dejaran salir de allí. Sabía que incluso su ruego sería otra vez silenciado.Y justo cuando ponía un pie en el suelo, escuchó cómo estaban abriendo la puerta. Y de pronto, ahí estaba una de las sirvientas, dándole los buenos días, expresándole que la comida ya estaba siendo servida en el comedor y que debería darse prisa. Pero Miranda no dijo ni una sola palabra; se quedó en silencio. —Con su permiso, señora. Y se retiró de allí, mientras que Miranda permanecía con la cabeza sintiendo cómo cada una de esas emociones se enlazaban en su mente, a la vez que la impotencia y la tristeza la invadían. Porque, incluso rodeada de muchos lujos, se sentía tan sola y vacía.Se prometió a sí misma que no derramaría más lágrimas; que demostraría que no era una perdedora en toda esa situación. E inclu
Miranda permaneció un largo rato, sintiendo que después de que esos dos se fueran, las paredes la asfixiaban. Había algo en ella que la sometía, sí, el dolor de la traición. Suspiró hondo, sin poder quitarse de la cabeza la imagen de su marido y esa mujer. ¿Cómo pudo ser tan cruel con ella? Tan frío con ella y tan amable con esa mujer.Claro, ella fue "su primer amor", al parecer lo seguía siendo.Como si no bastara con todo eso, de pronto Elizabeth hizo acto de presencia, estaba allí con unos papeles en la mano.—Puedo deducir que ya lo sabes —fue lo primero que dijo al verla.Ella la miró, observando cada uno de sus movimientos. Renata, con un movimiento lento, sacó de su bolso aquel sobre blanco y se lo entregó.—Señora Radcliffe, ¿qué es esto?—Es la prueba fehaciente de que Edward es mi nieto. Yo misma me encargué de que se llevaran a cabo los análisis de ADN en un laboratorio privado. Así que no te atrevas a ponerlo en tela de juicio. En lugar de enojarte, deberías darle un hijo
Miranda volvió a la habitación, teniendo que lidiar con la falta de aire. Y, como si no fuera suficiente, el reclamo vino después, cuando él regresó.—¿Te das cuenta de que pudo habernos escuchado? ¡Es solo un niño, Miranda! Así que, a partir de ahora, ten cuidado con lo que dices.—¿Me culpas por tu falta? ¡Qué absurdo de tu parte! ¿Por qué demonios lo has traído a esta casa? —recriminó.—No debo darte explicaciones, es mi casa y lo quise traer; ese niño es mi prioridad, quiero que lo tengas presente. Ni se te ocurra ponerle un dedo encima o regañarlo. Si llego a saber que haces algo contra él, estoy seguro de que no querrás conocer mi ira —hizo una pausa, pero no había terminado—. Si no puedes actuar con madurez delante de él, aléjate.Ella pasó saliva con dificultad. Miranda apretó los puños de nuevo, se contuvo a duras penas, salió sentenciando que no dormiría junto a él. Alec no se lo impidió.Pero esa noche el insomnio se apoderó de ambos. Por eso, cuando Miranda despertó en la
—Tiene que ser una broma... —declaró bajito, sintiendo el golpe de aquella verdad que no se esperaba.Con una urgencia imperiosa, sus ojos se movieron sobre el rostro tranquilo de su marido junto a ese pequeño que seguía allí, junto a él, pareciendo un poco tímido, o solo era su percepción. Ella, en cambio, necesitaba gritarle y exigirle una explicación, pero sus intenciones fueron silenciadas cuando su marido le lanzó una fría mirada llena de advertencia.A regañadientes entendió que no era el momento de hacer un escándalo, ni delante de ese niño.—Miranda, deberías ir a dormir. No te ves bien; en cambio, yo comeré un poco. Mi pequeño Edward está hambriento. ¿No es así, hijo mío?—Sí, papá. Muero de hambre.Mientras tanto, Miranda observaba la interacción que surgía tan natural y repentina; y el hecho de que aquel niño le llamara papá a su marido era como si a ella le estuvieran clavando un puñal en el corazón. La cercanía que existía entre ellos le daba una idea de más o menos el ti
Alec terminó a solas en su despacho en casa, ignorando por completo los reclamos de su esposa, quien después de un rato se había cansado de golpear la puerta y al parecer se fue.Le marcó a su madre y Elizabeth atendió con un tono de voz calmado, mientras que él estaba lleno de mucha frustración.—Lo sabe, Miranda ha tenido el atrevimiento de contratar a alguien para que me siga y tome fotografías.—¿Sabe sobre el niño? —inquirió a la espera.—No, madre.—De acuerdo. Pero se lo dirás pronto, ¿verdad?—Sí, debo hacerlo.—Te pediría que te divorcies ahora mismo de Miranda y te cases con Beatrice, pero no podemos arriesgarnos.—Lo sé. Miranda está tan molesta —declaró, llevándose un dedo a la sien—. Estoy harto de ella, nunca sonríe, nunca hace nada bien, se la pasa en la habitación y ni siquiera cumple su papel como esposa.Incluso durante sus quejas, se sintió un poco contrariado, como si no sintiera del todo eso que decía sentir por ella. Porque, mientras más hablaba, con ahínco se pr
Miranda sostuvo con fuerzas ese ramo de flores entre sus manos. Su imagen en el espejo de cuerpo completo era, en realidad, la vida que no quiso, pero la única opción de salvar a su familia de la ruina. Sus ojos verdes estaban ausentes de felicidad, pero... ¿qué más daba?Se obligó a alejar de su mente ese recuerdo que solía meterse en su cabeza; él, ese chico de mirada profunda que ahora se iba a convertir en su esposo. Y es que, ese día el cielo estuvo distinto, lleno de pinceladas de colores que pintaban un hermoso atardecer. Miranda se dejaba guiar por ese chico que, tras dos meses de estadía y de conocerlo, se convirtió en un amigo, aunque en el fondo le gustaba, pero era difícil admitirlo.Alec incluso había ido a su casa y cenó la comida que la madre de Miranda ordenó preparar; eran realmente cercanos, esos días.—Alec, ¿volverás a tu ciudad y no habrá un retorno?Él suspiró.—Hay una razón para volver.Ella abrió los ojos de par en par.—¿De verdad? Me has dicho que debes regr
Último capítulo