Mundo de ficçãoIniciar sessãoMiranda, casada con el CEO Alec Radcliffe vive en la agonía de un matrimonio roto por meses de frialdad y silencio. Cansada de la distancia emocional, confirma sus sospechas: Alec le es infiel. Al confrontarlo y exigir el divorcio, Miranda se encuentra con la negativa tajante de su esposo y una humillación aún mayor. Alec decide introducir en el hogar a Edward, su hijo de cinco años, producto de la infidelidad. Atrapada entre la crueldad de Alec —quien la despoja de su dignidad al usar la tragedia de su bebé perdido para justificar su traición—, y las presiones de su suegra y su propia madre para mantener el matrimonio por conveniencia económica, Miranda se ve forzada a soportar el desprecio de su marido y la humillación. Hasta que un día, la verdad lo cambió todo. Entonces él rogará por una oportunidad.
Ler maisAlec estaba manejando como un loco. La necesidad de estar a solas y reflexionar era imperiosa. Tenía un verdadero maremoto dentro de su mente que había arrasado con sus pensamientos, poniéndolo en una posición que le afectaba demasiado. El corazón le latía con fuerza, aferraba el volante con fiereza, y no le importaba pasarse las luces de los semáforos. Finalmente, se detuvo abruptamente en un puente, estacionó y se bajó, dejando que el aire frío golpeara su rostro. Cerró los ojos, aferrándose al barandal. Había llegado a un lugar que no había planeado, pero donde necesitaba estar. Entonces, se derrumbó. Comenzó a llorar sin parar como un niño pequeño. No le importaba si algún auto pasaba y lo veía; el exterior le daba igual. Estaba allí, lamentándose y preguntándose: “¿Por qué me tiene que pasar esto a mí? ¿Por qué tengo que vivir esto?” Le dolía la pérdida de su padre, y lo que había hecho su madre, que lo había asesinado, le dolía aún más profundamente. Su teléfono comenzó a
La revelación de que Elizabeth Radcliffe había asesinado a su propio marido, el padre de Alec, dejó a todos en un estado de shock helado.Alec sentía que el suelo se movía bajo sus pies. El rostro que miraba a su madre a través de la sala ya no era de ira por la traición, sino de un horror absoluto. Elian, su abogado, intentó agarrarlo del brazo, pero Alec se soltó, su única ancla era Miranda. Ella, pálida y con la mano temblando, lo sostuvo con todas sus fuerzas.—Alec, respira. Mírame —le suplicó Miranda, susurrando.El juez, golpeando el mazo con desesperación, declaró el receso de emergencia. La fiscalía se abalanzó sobre Beatrice, mientras la defensa de Elizabeth se desmoronaba ante la magnitud del nuevo cargo.En medio del tumulto, Alec apenas registraba el movimiento. Su mente se había ido años atrás: la noticia de su muerte, los funerales, el dolor de la pérdida... todo manipulado. Su madre no era solo una mentirosa; era una asesina.Elian y Miranda lograron sacar a Alec de la
Finalmente, bajo la presión implacable de la fiscal y la verdad que pendía en el aire, Elizabeth se rindió. Se inclinó hacia el micrófono, su voz ya no arrogante, sino hueca.—Sí —admitió Elizabeth, con la cabeza ligeramente inclinada—. Sí, participé en la conspiración.La palabra resonó en el tribunal, oficializando la traición.—¿Y puede confirmar a este tribunal que el motivo era manipular la vida de su hijo, Alec Radcliffe, y asegurar la continuidad del linaje de la familia Radcliffe a través de la señora Beatrice?Elizabeth apretó los labios.—Quería proteger el nombre... —murmuró.—No se le preguntó por su objetivo, señora. Se le preguntó por la manipulación y el fraude. ¿Confirma que el niño, Edward, es hijo biológico del señor Alec Radcliffe y la señora Miranda Radcliffe, y que usted participó activamente en ocultar este hecho?—Sí. Es cierto.En ese momento, la mano de Miranda apretó la de Alec con tanta fuerza que casi le dolió. El alivio por la confesión era inmenso. La j
Cuando las brochetas de pollo estuvieron listas, Miranda, Alec y Edward se reunieron en el comedor para compartir la comida. El sabor era delicioso, una mezcla de dulce y especiado, y el orgullo en el rostro de Edward por haber ayudado a prepararlas era evidente. La cena fue relajada, un momento precioso de normalidad familiar.Al llegar la hora de dormir, se despidieron del niño con besos y abrazos. Pero Edward se aferró a la mano de Miranda.—Miranda, ¿me lees un cuento? —insistió el niño, con ojos suplicantes.—Claro que sí, mi amor —susurró ella, con ternura.Miranda se sentó en la cama de Edward y le leyó un cuento sobre un pequeño héroe valiente. Su voz era suave y rítmica. Cuando el relato terminó, Edward ya estaba casi dormido. Ella le dio un beso en la frente y salió de la habitación, dejando la puerta entreabierta.Cuando Miranda regresó a la cama, se dio cuenta de que Alec todavía estaba despierto. Estaba recostado, pero con la mirada fija en el techo, su cuerpo tenso e inm
Al final del día, la habitación del bebé mostraba un progreso maravilloso. Las paredes lucían el suave gris perla, y la cuna ya estaba ensamblada en un rincón, un símbolo firme de la esperanza. Miranda abrazó a Vera con un sentimiento de profunda gratitud.—Vera, has hecho un trabajo increíble. Gracias por estar aquí, apoyándome. La verdad es que no sé qué haría sin ti —le regaló un cumplido, con una sonrisa enorme en la cara.Vera le devolvió el abrazo, su alegría de recién prometida desbordando.—No te preocupes, Miranda. Siempre voy a estar aquí para ti, y más cuando se trata de acompañarte en este proceso tan importante —le aseguró Vera, dándole un golpecito cariñoso en el brazo—. También quiero que sepas que estaba pensando que deberías ir buscando nombres de niños y niñas. Tal vez se te ocurra uno idóneo.Miranda se rió, admitiendo:—Pues en realidad no he pensado demasiado en eso. Creo que sería demasiado apresurado. Voy a esperar hasta que me revelen el sexo del bebé —terminó
Alec salió de la sala de visitas de la prisión sintiendo que había estado respirando a duras penas durante todo el encuentro. Al cruzar la puerta, era como si hubiera recuperado el aire de golpe, volviendo a estabilizarse. Tenía el corazón latiendo con rapidez y la mente a mil por hora, incapaz de procesar la actitud de su madre. La rabia, la falta de arrepentimiento, el descaro.Un oficial que pasaba por allí se detuvo al verlo.—¿Se encuentra bien, señor?—Sí, estoy perfectamente bien —mintió, forzando la voz—. Me iré de inmediato.Salió al exterior. Justamente en ese momento, Elian, su abogado, estaba bajando de un coche con unos papeles en la mano. Se encontraron de frente.—Alec. ¿Has podido ver a tu madre? —le preguntó Elian tras haber dado un saludo cordial.—Así es, pude verla. Por cierto, ¿has conseguido que diga la razón por la que hizo todo esto? —quiso saber, aunque ya conocía la respuesta.Elian negó con la cabeza, su expresión de frustración.—Todavía no menciona más. Se
Último capítulo