Miranda permaneció un largo rato, sintiendo que después de que esos dos se fueran, las paredes la asfixiaban. Había algo en ella que la sometía, sí, el dolor de la traición. Suspiró hondo, sin poder quitarse de la cabeza la imagen de su marido y esa mujer. ¿Cómo pudo ser tan cruel con ella? Tan frío con ella y tan amable con esa mujer.
Claro, ella fue "su primer amor", al parecer lo seguía siendo.
Como si no bastara con todo eso, de pronto Elizabeth hizo acto de presencia, estaba allí con unos papeles en la mano.
—Puedo deducir que ya lo sabes —fue lo primero que dijo al verla.
Ella la miró, observando cada uno de sus movimientos. Renata, con un movimiento lento, sacó de su bolso aquel sobre blanco y se lo entregó.
—Señora Radcliffe, ¿qué es esto?
—Es la prueba fehaciente de que Edward es mi nieto. Yo misma me encargué de que se llevaran a cabo los análisis de ADN en un laboratorio privado. Así que no te atrevas a ponerlo en tela de juicio. En lugar de enojarte, deberías darle un hijo a Alec por todos los medios posibles. ¿Lo han intentado lo suficiente?
—¿Darle un hijo? A estas alturas no quiero ni deseo darle un hijo a ese idiota. ¡¿Por qué debería darle un hijo?! Ah, claro, ahora me hace menos porque ha sido su amante y no yo la que le ha dado un nieto —apuntó, acusándola con la mirada.
—A mí no me hables así. Por estúpida es que esto ha pasado; si tan solo te hubieras esforzado, mi hijo no habría ido a los brazos de...
—¿Su primer amor? Seguro dirá eso. Supongo que, aunque soy legalmente la esposa, ustedes me consideran la otra.
—Alec se hará cargo del niño, le dará su apellido ahora que ya no lo va a ocultar —siguió diciendo, cambiando de tema, haciendo que Miranda apretara la mandíbula con fuerza; detestaba su actitud—. Te lo digo porque debes respetar su decisión y apoyarlo. Por el momento, será idóneo que el niño no sepa sobre tu relación con Alec. Podría confundirse.
—¿Ha terminado?
Cada palabra que salía de su boca era repulsiva e inaceptable. Antes de que ella dijera algo más, en ese momento apareció su madre; Catherine venía como una fiera y Miranda supo que su suegra la puso al corriente de lo que ocurría.
—¡Miranda! Tenemos que hablar.
Elizabeth se sacudió de todo y se alejó un poco.
—Tengo que irme, ustedes deben hablar.
Y se fue, desapareciendo casi al instante. Miranda observó a su madre y rugió. No quería sermones de su parte, pero de todos modos tendría que soportarlo.
—¿Has perdido la razón? Me ha dicho a Elizabeth lo que quieres hacer. ¡¿Separarte de Alec?! Ni se te ocurra; dependemos de ese matrimonio. Ese hijo no significa nada.
—¿No es nada? ¡Es su hijo! Mamá, sí me voy a divorciar.
Ella la sacudió por los hombros.
—¡Recapacita! Aún puedes volver a quedar embarazada.
—No se trata de que le dé un hijo o no, mamá —pronunció con la voz rota—. Me engañó, mamá. Y tú estás siendo tan dura conmigo.
—¿Por qué me reclamas? Le debemos mucho a los Radcliffe. Solo soy razonable. No eres una niña y sabes lo que digo. ¡Deja ya todo ese asunto del divorcio!
Mordió con tanta fuerza su labio que sintió que se lo rompió. No quería seguir en un matrimonio con Alec, pero si lograba zafarse de él, ¿a dónde podría ir? Sentía que depender de Alec era como tener un par de grilletes que la ataban a él. Sin embargo, la idea de empezar desde abajo no sonaba tan mal cuando se trataba de recuperar su vida. Era eso o hundirse por completo.
En cuanto a su madre, Catherine era tan egoísta; entonces, ¿por qué tendría que pensar en ella?
—...Miranda, eso es todo lo que tengo que decirte. No hagas una estupidez, ¿qué tanto te cuesta aceptar a ese niño? ¿Lo ves como una amenaza?
Las lágrimas ya estaban deslizándose sobre su rostro. El nudo en su garganta se intensificó y se limpió con el dorso.
—Madre, solo te importa el dinero.
—¿Y a ti no? —reprochó—. No te habrías casado con Alec, un hombre que ni siquiera te recuerda. ¿Por qué lo hiciste?
Ella se quedó callada.
—¿Lo ves? —la señaló—. Ni siquiera sabes qué decir. Bien, me iré; no hagas una tontería. ¡Yo misma te mataré!
Y se fue. Miranda apretó ese sobre en su mano y lo abrió a los segundos, confirmando que Edward, en efecto, era hijo de Alec. Estaba temblando y su pecho subía y bajaba con rapidez. Casi a zancadas se fue hasta la segunda planta y empezó a hacer una maleta. Decidida a irse, metió joyas, algo de dinero en efectivo y tiró de la valija, sintiendo que, pese a que era impulsivo, no podía permanecer más allí.
Su decisión se desvaneció cuando, en su camino, se atravesó y, con una fuerza abismal, atenazó su muñeca. Ella tembló y su firmeza fue desapareciendo, sabiendo que él se opondría de nuevo.
—No irás a ningún lado; te empeñas en llevarme la contraria. La prensa ha estado sobre mí, no puedo arriesgarme a que inventen más títulos sensacionalistas —escupió Alec, cerca de su cara, sin liberarla; ella forcejeó.
—¡Suéltame, Alec! ¡Suéltame de una vez por todas!
El hombre, hostigado con su comportamiento, acabó empujándola hasta hacerla caer sobre la cama. Ella se levantó lo más rápido que pudo, pero Alec, decidido a encerrarla, ya había salido de la habitación.
—¡Sácame de aquí, Alec! ¡Esto que haces no es justo! —declaró, golpeando la puerta con todas sus fuerzas.
—No abran la puerta hasta que lo ordene, sin excepción —emitió.
Miranda, aun golpeando la madera, lo pudo escuchar.
Se rindió cuando sus músculos dolían y el cansancio la atrapó. Se arrastró a la cama y permaneció en posición fetal. Todos apoyaban a quien hizo el mal, entonces... ¿qué se suponía que haría? Su bebé, que murió tras el nacimiento, su matrimonio que tuvo momentos buenos, ahora era una burla, un pasado; pero su actualidad: un sufrimiento.