Finalmente, bajo la presión implacable de la fiscal y la verdad que pendía en el aire, Elizabeth se rindió.
Se inclinó hacia el micrófono, su voz ya no arrogante, sino hueca.
—Sí —admitió Elizabeth, con la cabeza ligeramente inclinada—. Sí, participé en la conspiración.
La palabra resonó en el tribunal, oficializando la traición.
—¿Y puede confirmar a este tribunal que el motivo era manipular la vida de su hijo, Alec Radcliffe, y asegurar la continuidad del linaje de la familia Radcliffe a través de la señora Beatrice?
Elizabeth apretó los labios.
—Quería proteger el nombre... —murmuró.
—No se le preguntó por su objetivo, señora. Se le preguntó por la manipulación y el fraude. ¿Confirma que el niño, Edward, es hijo biológico del señor Alec Radcliffe y la señora Miranda Radcliffe, y que usted participó activamente en ocultar este hecho?
—Sí. Es cierto.
En ese momento, la mano de Miranda apretó la de Alec con tanta fuerza que casi le dolió. El alivio por la confesión era inmenso. La j