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Cuando las brochetas de pollo estuvieron listas, Miranda, Alec y Edward se reunieron en el comedor para compartir la comida. El sabor era delicioso, una mezcla de dulce y especiado, y el orgullo en el rostro de Edward por haber ayudado a prepararlas era evidente. La cena fue relajada, un momento precioso de normalidad familiar.

Al llegar la hora de dormir, se despidieron del niño con besos y abrazos. Pero Edward se aferró a la mano de Miranda.

—Miranda, ¿me lees un cuento? —insistió el niño, con ojos suplicantes.

—Claro que sí, mi amor —susurró ella, con ternura.

Miranda se sentó en la cama de Edward y le leyó un cuento sobre un pequeño héroe valiente. Su voz era suave y rítmica. Cuando el relato terminó, Edward ya estaba casi dormido. Ella le dio un beso en la frente y salió de la habitación, dejando la puerta entreabierta.

Cuando Miranda regresó a la cama, se dio cuenta de que Alec todavía estaba despierto. Estaba recostado, pero con la mirada fija en el techo, su cuerpo tenso e inm
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