Mundo ficciónIniciar sesiónAmelia siempre creyó conocer su futuro. Desde niña le repitieron que su destino estaba atado a Dorian, el beta de la manada, su amigo de toda la vida y el hombre con quien compartía risas, sueños y promesas bajo la luna. Todo apuntaba a que, tras su despertar, su unión sería celebrada por todos. Pero la luna no entiende de planes humanos. En la ceremonia que debía sellar su destino, Amelia descubre una verdad imposible de ignorar: su compañera predestinada no es Dorian… sino Kael, el alfa de la manada. Kael, el hombre con el que siempre rivalizó. Kael, el líder orgulloso y distante que jamás imaginó a su lado. Kael, el mejor amigo de Dorian. Ahora, atrapada entre la lealtad a quien juró amar y el fuego salvaje que la consume cada vez que Kael la mira, Amelia se enfrenta a la lucha más difícil de su vida: resistir un lazo que la arrastra hacia lo prohibido. Mientras tanto, Dorian comienza a sentir cómo el mundo que construyó se desmorona, debatiéndose entre el amor, la traición y el dolor de perderlo todo. Y Kael, dividido entre el honor y el instinto, descubre que ni siquiera un alfa puede luchar contra el destino. Pasiones imposibles, vínculos sagrados y heridas que ni el tiempo podrá cerrar. En un mundo donde la luna decide, cada elección puede quebrar corazones… y encender guerras. Una historia de amor y deseo donde el destino es tan cruel como inevitable.
Leer másLa luna lo ve todo.
Los ancianos cuentan que en el inicio, cuando los primeros lobos alzaron la cabeza hacia el cielo, la luna descendió con un pacto: “Cada alma nacerá con su reflejo en otra, y cuando ambas se encuentren, nada podrá separarlas. Este será mi don… y mi condena.”
Así nacieron los compañeros predestinados.
Y así también comenzaron las tragedias.
Porque el lazo era un regalo, pero también una cadena. Nadie elegía. Nadie decidía. La luna no pedía permiso; reclamaba lo que le pertenecía. Y en ese mandato, a veces había amor… pero otras, solo guerra.
Amelia había escuchado esas historias desde que tenía memoria. De niña, solía sentarse frente al fuego junto a Dorian, su vecino, su amigo, su primera certeza, y ambos escuchaban fascinados cómo los ancianos relataban las leyendas de lobos que encontraron a su pareja bajo la luna y supieron, en un solo segundo, que estaban destinados el uno al otro.
Ella solía reír y tomar la mano de Dorian, asegurando que ellos no tendrían que esperar a la luna. Que ya se conocían, que ya sabían. Y Dorian, siempre con esa sonrisa tranquila que la hacía sentir segura, asentía como si nada pudiera quebrar esa promesa.
Con el paso de los años, lo que comenzó como un juego se volvió un destino aceptado por todos. La hija del consejero y el hijo del Beta. Amelia y Dorian. El futuro beta y su pareja perfecta. Nadie lo cuestionaba. Nadie lo dudaba.
Pero el destino, cruel e impredecible, aguardaba en silencio.
En esa misma manada, bajo el mismo cielo, crecía Kael. Un joven marcado por la luna desde su nacimiento, señalado como el futuro alfa. Llevaba en la sangre la responsabilidad de guiar, proteger y mandar. Desde niño, su carácter era tan firme como las montañas y tan indomable como las tormentas.
Y entre él y Amelia siempre hubo chispas.
Nunca se imaginaron otra cosa que rivalidad. Amelia lo veía como un tirano arrogante que siempre buscaba corregirla. Kael la veía como una rebelde insolente que se negaba a entender su lugar. Y aun así, sin que ninguno lo admitiera, entre los dos siempre existió una fuerza invisible, un roce eléctrico que ninguno comprendía.
Dorian, ajeno a esa tensión, era el puente entre ellos. Amigo de ambos, pero hermano de Kael en el campo de batalla, confidente y sombra inseparable. Con él, Amelia reía. Con él, soñaba. Con él, se sentía segura.
El triángulo estaba trazado mucho antes de que la luna reclamara a cada uno.
El día del despertar de Amelia llegó a sus diecisiete años.
Todos sabían que esa noche, cuando la luna brillara sobre ella, su loba interior emergería. Y con ese despertar, la verdad sería revelada: quién era su pareja predestinada.
Amelia no dudaba. Creía con todo su corazón que sería Dorian. Lo miraba y veía al niño con quien había compartido secretos, al joven que le había robado un beso tímido, al amigo que la cuidaba en cada entrenamiento.
Lo amaba. ¿Qué otra respuesta podía haber?
Pero la luna no se rige por promesas humanas.
La transformación llegó como un rugido que desgarró su cuerpo y su alma. Amelia gritó, su piel ardió, sus huesos crujieron, y por fin, entre dolor y éxtasis, su loba nació. La manada aulló en celebración. Los ancianos proclamaron su fuerza. Dorian, con los ojos brillantes de orgullo, dio un paso hacia ella…
Y entonces ocurrió.
Los ojos de Amelia, ahora dorados y salvajes, se alzaron no hacia Dorian, sino hacia Kael.
Fue un segundo. Un instante. Una chispa.
El lazo se encendió como fuego en sus venas. Su loba rugió de reconocimiento, su corazón golpeó como un tambor. Kael, al otro extremo del claro, sintió lo mismo. Su lobo respondió con un impulso arrollador que lo obligó a dar un paso hacia ella, los puños cerrados, los colmillos apretados, luchando contra sí mismo.
Ninguno lo dijo en voz alta, pero ambos supieron lo que había ocurrido.
El mundo se detuvo.
Dorian, sin embargo, no lo vio en ese primer instante. Solo sonrió, creyendo que todo marchaba como debía. Creyendo que Amelia ya era suya.
Pero en el silencio de sus miradas, la luna había sellado otro destino.
Aquella noche, la celebración continuó. La manada festejó el despertar de la nueva loba, sin imaginar que entre sus líderes ardía un secreto capaz de quebrar todo lo que habían construido. Amelia fue llevada a descansar, Dorian permaneció a su lado como el prometido devoto que era, y Kael desapareció en el bosque, huyendo de un vínculo que lo quemaba vivo.
Sin embargo, los hilos ya estaban tejidos.
La luna no se equivoca.
Amelia, dividida entre la promesa y el instinto.
Lo que empezó como un juego de niños, ahora se transformaba en un triángulo mortal, donde cada decisión tendría un precio.
La luna observa.
El aire en el claro se volvió espeso cuando la luna alcanzó su punto más alto en el cielo. El silencio cayó de golpe, sofocante, como si hasta el bosque aguardara por mi transformación. Todas las miradas estaban puestas en mí.Sentí un escalofrío recorrerme desde la nuca hasta los pies. Mis pulmones se apretaron, mis huesos crujieron con un dolor que me hizo doblarme y caer de rodillas al piso. Las voces de los ancianos se alzaron en cánticos, pero apenas pude escucharlos. Todo mi mundo se redujo al fuego que se encendía dentro de mi pecho.Estaba sobre la tierra húmeda, jadeando. Un calor insoportable me envolvió, mezclado con punzadas que desgarraban cada músculo. Intenté contener un grito, pero al final escapó de mis labios, quebrando el silencio de la noche.—¡Amelia! —escuché la voz de Dorian, desesperada, luchando contra los guerreros que lo retenían para no interrumpir el ritual.No podía mirarlo. No podía mirar a nadie. Mi cuerpo se rompía, se reconstruía, se estiraba más allá
El aire estaba cargado de poder y expectación. Lo sentía vibrar en cada fibra de mi cuerpo, como si el bosque mismo contuviera la respiración esperando lo inevitable. El despertar de un nuevo lobo siempre era importante, pero el de Amelia tenía un peso distinto. Ella no solo era la hija de una familia respetada, también era la prometida de Dorian. Mi beta. Mi hermano. Mi mejor amigo de toda la vida. Me repetí eso varias veces mientras caminaba entre los ancianos encargados del ritual, supervisando los preparativos. El deber me exigía estar atento a todo: a las hogueras, a las guardias en los límites del bosque, al altar sagrado. Y lo estaba, hasta que la vi. Amelia salió de la tienda de preparación acompañada por las mujeres que la habían preparado para los rituales. Y el mundo, de golpe, se detuvo. Su cabello, trenzado con cuentas y plumas, brillaba bajo las primeras luces de la luna. La tela blanca que la envolvía parecía ser como si una nube la rodeara, ligera y pura. Los símbol
El día del despertar amaneció con un aire distinto. Desde que abrí los ojos, supe que nada volvería a ser igual. El campamento estaba más vivo que nunca: voces, risas, el olor a hierbas ardiendo en los braseros, los cánticos de preparación. Todo parecía girar en torno a mí, y eso me hacía sentir tanto orgullo como vértigo.No me dejaron sola ni un instante. Apenas salí de mi casa, tres mujeres de la manada —ancianas y jóvenes por igual— me tomaron de las manos con sonrisas cómplices.—Hoy es tu día, Amelia —me dijo Teyla, la mayor de ellas, con ojos que parecían leerme hasta el alma—. No debes temer. La Diosa de la Luna guía a sus hijas.Yo asentí, aunque el corazón me latía desbocado. Me llevaron a una tienda adornada con telas blancas y ramas frescas de lavanda. El aire olía dulce, casi embriagador, y dentro me esperaba una tina de agua caliente con pétalos flotando en la superficie.—Un baño de luna —explicó otra de ellas mientras me ayudaba a desvestirme—. Purificará tu cuerpo y a
La noche anterior al despertar, Amelia buscó a Dorian. No lo hizo por costumbre ni por formalidad, sino porque necesitaba sentirlo cerca, como si su presencia pudiera calmar el fuego extraño que ardía en su interior.Lo encontró en el claro del río, sentado sobre una roca, con la luna creciente reflejándose en el agua. Tenía los brazos apoyados en las rodillas y el rostro iluminado por una calma que siempre lograba transmitirle.—Sabía que vendrías —dijo él sin mirarla, como si hubiera sentido sus pasos antes de oírlos.Amelia se sentó a su lado, y durante un largo instante se limitaron a escuchar el murmullo del agua. Ella no solía callar tanto tiempo, pero esa noche las palabras parecían inútiles.—Estoy nerviosa —confesó finalmente, rompiendo el silencio. Dorian ladeó la cabeza hacia ella, y sus ojos claros brillaron bajo la luna. —Lo sé. Yo también lo estaría. Pero no tienes que temer. Todo va a salir bien.Amelia se abrazó las piernas, apoyando la barbilla en sus rodillas. —¿Y
Ser alfa nunca había sido fácil, pero Kael había aprendido pronto a cargar con el peso. Desde que heredó el liderazgo a los dieciocho, se prometió a sí mismo mantener la manada unida, sin importar lo que costara. Y hasta ahora lo había cumplido.Obediencia, disciplina, control. Eso era lo que exigía a los demás, y aún más a sí mismo.Por eso odiaba tanto a Amelia. O quizá no era odio… pero lo que fuera, lo necesitaba etiquetar así. La muchacha era indómita, una chispa rebelde en medio de la estructura que él intentaba mantener. Nunca seguía las reglas, siempre discutía sus órdenes, como si disfrutara provocarlo frente a todos. Y lo peor era que lo conseguía: pocas personas lograban sacarlo de quicio como ella.Pero últimamente, lo que más le molestaba no eran sus palabras, sino la forma en que su presencia lo desestabilizaba.Kael lo notaba en los entrenamientos, cuando ella levantaba la barbilla desafiante y él sentía una oleada de calor recorrerle el cuerpo. Lo notaba en las discus
Los días que precedieron a la luna llena fueron un torbellino en la manada. Todo se preparaba para el despertar de Amelia: las hogueras en el claro central, los cánticos ancestrales, los collares con símbolos de protección que las ancianas tejían a mano. No era un ritual cualquiera; cada nuevo lobo que despertaba significaba un lazo renovado con los espíritus del bosque.Amelia caminaba entre los preparativos sintiéndose más observada que nunca. Dondequiera que iba, las miradas se clavaban en ella con una mezcla de expectativa y respeto. Algunos la felicitaban de antemano, otros susurraban que su despertar consolidaría aún más la unión con Dorian. Ella sonreía, aunque por dentro no dejaba de sentir una presión incómoda, como si estuviera atrapada en un papel demasiado grande para sus hombros.Las ancianas la rodeaban con consejos que se repetían como letanías:—No temas al dolor, hija, el cuerpo se rompe para renacer.—Escucha a tu loba, no luches contra ella, déjala fluir.—Y cuando
Último capítulo