El día del despertar amaneció con un aire distinto, casi eléctrico. Desde el momento en que abrí los ojos supe que nada volvería a ser igual, aunque todavía no lograba entender exactamente qué era lo que me esperaba. El campamento entero parecía haber despertado conmigo: voces en todas direcciones, pasos apresurados, risas nerviosas, el olor a hierbas ardiendo en los braseros, los cánticos suaves de las ancianas que afinaban sus mantras para la ceremonia. Todo giraba en torno a mí, y eso me hacía sentir tanto orgullo como vértigo.No me dejaron sola ni un instante. Apenas puse un pie fuera de mi casa, tres mujeres de la manada —de diferentes edades, pero con la misma emoción en los ojos— me rodearon como si temieran que escapara. Me tomaron de las manos con sonrisas cálidas, como si compartieran un secreto que yo aún no conocía.—Hoy es tu día, Amelia —dijo Teyla, la mayor de ellas, con una mirada tan profunda que parecía atravesar piel y huesos—. Selene, nuestra diosa Luna, te mira co
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