Nunca pensé que la luna pudiera dar miedo.
Yo había nacido bajo ella, había sido moldeado por su luz, por la fuerza que entregaba a mi manada, a mi linaje, a mí mismo. Siempre había sentido su guía como una certeza. Como un hogar en el cielo.
Pero esa noche… bajo su resplandor helado… algo dentro de mí tembló.
El ritual avanzaba según lo dictado por los ancianos, sus voces profundas elevándose hacia Selene. Yo permanecía de pie —Alfa, líder, guardián— observando cada detalle, leyendo cada movimiento de la manada, sintiendo el pulso del bosque como una segunda respiración.
Ese era mi deber.
Y sin embargo… cuando Amelia cayó de rodillas en la tierra, doblándose por el dolor de su despertar, algo en mi interior se quebró de un golpe tan brutal que casi perdí el aliento.
Su grito me atravesó como una lanza ardiente.
Mi lobo aulló en mi pecho, desesperado por alcanzarla.
Yo apreté los dientes, apreté los puños, apreté todo lo que pudiera contenerme. Dorian forcejeaba contra los guerreros