Ella está cansada de amarlo y decide rechazar a su pareja, pero él no es un hombre cualquiera... sino su Alfa, el hombre que pensaba amaría por toda su vida. Evelyn comenzó su vida como esclava después de quedar huérfana, de repente asciende inexplicablemente al cielo y se convierte en la Luna de la manada de lobos de Noctis Semper. Ella llegó a pensar que la marcó por amor, pero no fue así. Durante cinco años había sido la fiel compañera y luna del poderoso alfa, amándolo y dándole tres cachorros que cuidaba con dedicación y amor. Sin embargo, su amor no recibió ninguna respuesta, y parecía que ese alfa frío y cruel solo tenía a la otra mujer en su corazón. Lo que es aún más triste es que su loba cuando apareció no pudo comunicarse. Es muda y, los miembros de la manada no la aceptan y la miran con desdén. Cuando Evelyn es acusada de un crimen atroz, decide escapar de este destino impuesto. Era mejor abandonar la manada con sus trillizos, rechazó a su compañero alfa, quien luego se obsesionó con encontrarla. Evelyn quería buscar una nueva vida, y se juró, cuando regrese a esa manada, se vengaría de todos los que lo merecen y recuperaría todo lo que le pertenecía, especialmente...su dignidad.
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Evelyn Hoy comienza el mes más importante del año para nuestra especie, los hombres lobo. Incluso para nosotros, los esclavos, es un tiempo de cambio… aunque no siempre a nuestro favor. —Evelyn, vamos, apúrate o nos van a castigar si nos retrasamos —me urgió Olga, otra de las esclavas con la que compartía cuarto. Su voz era un susurro nervioso, pero el miedo en sus ojos hablaba por sí solo. Apenas tuve tiempo de cepillarme los dientes antes de salir corriendo con ella, bajando las escaleras de piedra fría que conducían al gran salón. El aire estaba cargado de tensión, como si todos aguardaran algo. O alguien. —Allí estás, esclava —escupió una voz áspera y llena de desprecio— deja todo impecable, mugrosa —dijo de forma despectiva. Mi cuerpo se tensó de inmediato. No me llamaban por mi nombre, los esclavos no tenían nombre, siempre llamados mugrosa, desgracias o malditos…. Casi cualquier nombre despectivos que ellos quieran. No hacía falta alzar la vista para saber quién me hablaba. La reconocería en cualquier parte… esa mujer que me odia con cada fibra de su ser. Su presencia siempre traía dolor. Castigos. Humillación. Apreté los puños, escondiéndolos tras mi espalda. Recordé otra vida, una en la que fui una niña feliz, con padres amorosos y un hogar cálido. Pero la felicidad se desvaneció el día que ellos murieron, y mi infierno comenzó. Tragué en seco y bajé la cabeza. —Muévete a limpiar todo muy bien, solo hay cuatro esclavas hoy y mucho trabajo que hacer —dijo de forma despectiva Esther, la líder que regía todos los esclavos de la manada y luego se fue no muy lejos inspeccionando lo que hacían los otros. El cansancio pesaba sobre mis hombros como una losa. Quería irme, desaparecer de esta manada y tal vez, solo tal vez, encontrar la felicidad en algún otro lugar. Pero sabía que eso era solo un sueño. Suspiré y continué limpiando, asegurándome de que todo estuviera impecable para la ceremonia de apareamiento de Luna Llena. No era una luna llena común. Ocurría una vez al año, y la llamábamos Lilakuu. El Lilakuu es un evento sagrado donde los lobos solteros encontraban a sus compañeros y aseguraban el futuro de la manada con nuevos cachorros cuando la luna se tornaba de un intenso tono purpura. Esta noche, la luna brillaría de un profundo tono púrpura, un presagio de la bendición de la Diosa de la Luna. Se decía que los cachorros concebidos bajo su luz serían más fuertes, más rápidos… los herederos perfectos para la manada. Para todas las lobas, esta era una noche crucial. Incluida yo. Hoy cumplía dieciocho años. Hoy a la medianoche iba a poder escuchar a mi loba, y por ende encontrar a mi verdadero compañero. Pero mi papel era distinto al de los demás, no importaba que fuera mi cumpleaños. No importaba que fuera una esclava. Lo único que importaba era servir a la manada. Arrodillada en el suelo, frotaba el piso con un trapo cuando, de repente, alguien pasó a mi lado y tropezó con fuerza el cubo de agua sucia. El líquido se derramó por todas partes. —¡Maldita asquerosa! ¡Mira lo que hiciste! —gruñó de nuevo esa voz llena de desprecio. Esther había regresado corriendo cuando vio que Sofía tropezaba con el cubo de agua sucia con el que limpiaba. Antes de que pudiera reaccionar, un golpe brutal impactó contra mi espalda. El dolor explotó por toda mi columna, expandiéndose como fuego a través de mis músculos. Pero no solté un solo quejido. No podía. Sabía que si lo hacía… las cosas solo se pondrían peor. Un tirón violento en mi cabello me arrancó de mi ensimismamiento, obligándome a tambalearme mientras trataba de seguir el ritmo de quien me arrastraba. Pero fue inútil. —Lo siento, señorita, lo siento —me disculpé, sin atreverme a levantar la cabeza. —¡Le manchaste el vestido, perra asquerosa! —se quejó Esther llena de veneno. Intenté hablar, explicar que no había sido mi culpa, pero antes de que pudiera siquiera abrir la boca, un nuevo tirón me obligó a mirar hacia arriba. —¿Qué estás haciendo? —dijo una voz firme desde lo alto de la escalera. El aire en la habitación se volvió pesado. Todas las miradas se dirigieron hacia él. Era el alfa. Pocas veces lo veía, y cuando lo hacía, siempre era de lejos. Las esclavas no teníamos permitido acercarnos a él y, siendo sinceros, nadie en mi posición lo deseaba. Mantenerse fuera de su vista era lo más seguro. Porque, aunque el alfa Nyx no era un asesino sin sentido, sí era alguien que se sabía poderoso. Dueño de todo. De la manada. De nuestras vidas. —Esa esclava me manchó el vestido —mintió la chica, su tono impregnado de dramatismo. Mi estómago se revolvió cuando reconocí su rostro. Sofía. La princesa de la manada. Ella no era ni fría ni caliente con los esclavos, pero era la hermana del alfa y sabía que no me iba a librar de ese castigo. —Debe pagar por esto, alfa Nyx —agrega Esther— hay que castigarla —dijo con falsa condescendencia. Esther disfrutaba castigar a los esclavos, era su pasatiempo. El alfa bajó la mirada hasta mí. Sentí el peso de sus ojos fríos y calculadores recorriéndome de pies a cabeza y no me atreví a mover un músculo. —Déjala que termine de organizar todo —respondió con una voz tranquila pero imponente—. Puedes castigarla mañana. Mañana. Una sola palabra, pero suficiente para helarme la sangre. Aproveché la oportunidad y me solté del agarre de Sofía, escabulléndome lejos de sus garras. Me arrodillé nuevamente en el suelo, con la vista baja, y empecé a limpiar el desastre, tratando de ignorar los latidos frenéticos de mi corazón. Porque, aunque me había salvado por hoy… sabía que el mañana sería mucho peor. Esta noche podía cambiarlo todo. "Tal vez no tenga que huir", me animé a pensar mientras terminaba de organizar las mesas para la ceremonia. "Si mi compañero me encuentra, tal vez pueda dejar de ser una esclava…" Era una pequeña esperanza, frágil, pero intensa. La celebración ya había comenzado. La gente bebía y hablaba en pequeños grupos, el aroma de la comida impregnaba el aire, y las risas llenaban el bosque mientras todos esperaban el inicio oficial de la ceremonia de apareamiento. Yo me mantuve al margen, intentando no llamar la atención. No quería arruinar mi única oportunidad de ser libre. Luego de la medianoche mi emoción burbujeó en mi pecho, ya quería sentir a mi loba, quería hablar con ella. Un lobo interior es como tu hermano, tu otra mitad. Sentí a mi loba dentro de mi mente y mi felicidad genuina explotó en mi mente. «Hola» saludé, pero solo me recibió el silencio. «¿Estás allí? ¡Hola!» le grité en mi mente. Nada… estaba muda y comencé a entrar en pánico. Pero la suerte nunca había estado de mi lado. —Oye, tú… —una voz áspera y arrastrada me sacó de mis pensamientos. Un hombre alto, con los ojos vidriosos por el alcohol, se tambaleó hasta quedar justo frente a mí. Sus fosas nasales se dilataron mientras me olfateaba con extrañeza. Frunció el ceño. Aun no comenzaba del todo la ceremonia y este hombre lobo ya estaba borracho. Se alejó un par de pasos y luego trastabilló. De pronto, su expresión cambió por completo, como si hubiera descubierto algo repugnante. —Esa loba… —balbuceó en voz alta, señalándome con un dedo tembloroso—. ¡Esa loba es muda y no tiene olor! El silencio cayó de golpe sobre la multitud. Sentí mi sangre helarse. Los murmullos comenzaron de inmediato, una ola oscura que me envolvía y me estrangulaba. —¿Una loba muda? ¡Eso es imposible! —exclamó alguien con asco. —Debe estar defectuosa… —¿Cómo puede ser parte de la manada si su loba ni siquiera puede hablar? —¡Tal vez ni siquiera tiene una! —Es muda y sin olor… —¡Una loba muda! ¡Qué desperdicio! Las risas burlonas se mezclaron con susurros venenosos, sus miradas llenas de desprecio perforándome como dagas afiladas. —Pobre criatura patética… —Nadie la va a reclamar, está condenada. —Debería agradecer que la dejan vivir aquí… Mis mejillas ardían de vergüenza, mis manos temblaban y mis ojos comenzaron a llenarse de lágrimas. La esperanza que había florecido en mi corazón momentos atrás se marchitó en un instante, pisoteada por sus palabras crueles. Intenté hacerme pequeña, desaparecer entre las sombras, pero era demasiado tarde. Todos me estaban mirando. Todos me estaban juzgando. Y lo peor de todo… Tal vez tenían razón.Epílogo 2 — El canto de la loba y la promesa del infiernoEl sol se filtraba débil por entre las cortinas gruesas del cuarto de Eva, pero dentro, la tensión era densa como la niebla de la madrugada. Seis horas. Seis horas de dolor, fuerza y poder ancestral canalizado en un solo acto: traer vida al mundo.Eva, con el rostro perlado de sudor, jadeaba en silencio, ya dormida por el agotamiento, su pecho subía y bajaba con lentitud. Magnus estaba a su lado, con las manos aún temblorosas, como si el universo le hubiera entregado por fin la oportunidad que se había negado a sí mismo años atrás.Porque esta vez sí había estado allí.Había sostenido la mano de Eva, había contenido sus lágrimas y su miedo, y ahora, con los ojos brillosos y la garganta cerrada, acunaba a su hija. Pequeña, frágil, envuelta en una manta lila bordada con runas de protección. Su cabello era rubio platino como el de su madre, pero al abrir los ojos —cosa que ya había hecho un par de veces— el lobo ancestral vio sus p
EpílogoLa cumbre había llegado a su fin con la tinta fresca de un nuevo tratado, firmado con manos humanas temblorosas y la fuerza indómita de los líderes mágicos. Aquel día quedó marcado en la historia no solo de las manadas, sino de toda criatura que habitaba los vastos bosques sagrados.Los humanos, tras muchas negociaciones y advertencias, accedieron a retirarse. No con resignación, sino con una comprensión que, quizás, se había demorado demasiado en llegar. La sangre derramada, los cuerpos de sus soldados enterrados con respeto por manos mágicas, y la imagen inolvidable de Eva —de pie, altiva, rodeada de los suyos— les dejaron claro que esta tierra no era un campo para conquistar, sino un reino vivo con leyes más antiguas que cualquier constitución humana.Eva, junto a Adara, fue reconocida no solo como portavoz de los licántropos, sino como una protectora del equilibrio natural. Y con los humanos retirados, había que reconstruir… y establecer las bases para evitar futuras amena
94El cielo estaba cubierto por nubes oscuras, como si el mundo mismo supiera lo que estaba a punto de desatarse. Un silencio ominoso se extendía por los límites del bosque, el tipo de silencio que precede al estruendo de una tormenta. El Consejo ya había sido informado, los ancianos y los niños evacuados, las alianzas selladas. No había más tiempo. La guerra estaba aquí.Los humanos habían vuelto por más pelea, el General no aprende, pero no importa los seres mágicos le enseñaremos que no somos a quien subestimar.Desde las copas de los árboles, los centinelas de la manada observaban cómo las líneas enemigas se extendían más allá de lo visible: humanos con sus uniformes oscuros y armas brillantes, pícaros encadenados a una causa que no entendían o no les importaba entender. En medio del campo, Valentine, erguido y soberbio, señalaba el frente con una sonrisa torcida. Esta vez venía por todo.A su lado, varios cambiaformas de lobos aliados de los humanos aguardaban en forma híbrida, p
93 Eva Cuando regresamos a la habitación, el silencio era distinto. Más íntimo. Magnus cerró la puerta detrás de nosotros con suavidad, y su cuerpo casi enseguida se pegó al mío, cálido, protector, temblando apenas con algo que parecía necesidad contenida. Me tomó de las manos y me condujo a la cama con una delicadeza inusual para un lobo como él. Me senté, y él se arrodilló a mis pies. Sus manos, fuertes y cálidas, comenzaron a acariciar mis piernas, mis muslos, mis caderas, como si quisiera grabar cada rincón de mí en su memoria. Luego subió lentamente hacia mi vientre. —Ya se nota… —susurró, apoyando la palma con una ternura infinita sobre la leve curva que comenzaba a formarse—. Nuestro hijo… está ahí. Me acarició despacio, en círculos suaves. Luego levantó la mirada hacia mí, y vi algo extraño en sus ojos. Vulnerabilidad. —Fui un idiota —dijo, con la voz ronca, casi reverente—. Antes… te alejaba por miedo. Lo miré sin comprender del todo. —¿Miedo a qué? Él tragó
92EvaEl silencio del concejo se volvió pesado cuando pronuncié las palabras.—Es hora de llamar a los cambiaformas.Las miradas se cruzaron entre sí. Algunos alzaron las cejas. Otros fruncieron el ceño. Y finalmente, uno de los ancianos se levantó con expresión de alarma.—¡Eso no es prudente! ¡Ellos no son como nosotros! ¡No siguen nuestras leyes!Otro murmuró:—Están desperdigados, viven bajo sus propias reglas… son salvajes.Cerré los ojos un segundo y respiré con calma, dejando que mi voz saliera suave pero inquebrantable.—Esto no solo les compete a los lobos —dije—. Esta tierra… no nos pertenece únicamente a nosotros. Cada criatura mágica que respira en este bosque tiene derecho a vivir en paz. Hadas, brujos, cambiaformas, hechiceros… si los humanos siguen avanzando, si seguimos pensando en dividirnos por razas, costumbres o pactos antiguos… entonces ya perdimos.Rhys me observó en silencio. Sus ojos grises, tan parecidos a los de Magnus, eran impenetrables, pero su mente siem
91MagnusEl silencio era denso cuando el líder humano llegó.Venía escoltado por dos soldados más jóvenes, con el rostro endurecido, pero los ojos delataban el miedo que les recorría las venas. Su líder, un hombre alto, de rostro curtido y mirada calculadora, se detuvo al ver los cuerpos cubiertos en una esquina, bajo sábanas blancas, colocadas con respeto.Frunció el ceño.Miró alrededor, notando a sus hombres heridos, algunos con vendas improvisadas, sin armas, desarmados en todos los sentidos.Caminó con paso firme hasta nosotros. Yo permanecí detrás de Eva, sin moverme. Su aura, su fuerza, lo eclipsaban todo. No necesitaba alzar la voz para dominar una escena.—¿Y bien? —dijo él, alzando el mentón con arrogancia contenida—. ¿Qué quieren de mí?Eva dio un paso adelante, su bata ondeando levemente por la brisa, y respondió con esa voz templada que usaba cuando estaba a punto de dejar claro su dominio.—Queremos que dejen de buscar lo que no se les ha perdido en mis tierras —dijo el
Último capítulo