Mundo ficciónIniciar sesiónLa noche anterior al despertar siempre tenía un peso especial dentro de la manada Luna de Plata, pero para Amelia aquel silencio cargaba una tensión distinta. Algo se agitaba dentro de ella, no como una voz ni como una identidad propia, sino como un instinto primitivo, una pulsación que seguía el ritmo de la luna creciente. No podía explicarlo, pero lo sentía: algo estaba por romperse, por nacer, por cambiarlo todo.
Y solo había una persona a la que quería aferrarse antes de que eso sucediera.
Lo encontró en el claro del río, sentado sobre la roca que siempre usaban de niños cuando fingían vigilar el territorio. La luna plateaba el agua y delineaba en él una serenidad que contrastaba con el torbellino que Amelia llevaba dentro. Dorian parecía en paz… o al menos intentándolo.
—Sabía que vendrías —dijo sin girarse, como si hubiera percibido sus pasos desde lejos.
Amelia se sentó a su lado. Durante un momento, ninguno habló. El río murmuraba suavemente, envolviéndolos en un silencio que empezaba a resultar insoportable.
Fue ella quien finalmente lo rompió.
—Estoy nerviosa —confesó, con la voz tensa.
Dorian la miró entonces, sus ojos claros llenos de una calidez que siempre lograba calmarla, aunque fuera solo un poco.
—Es normal —respondió—. Todos lo están antes de su despertar. Pero tú vas a estar bien. No tienes que temer.
Ella abrazó sus piernas, apoyando la barbilla en las rodillas.
Dorian sonrió, suave, como si ya conociera esa pregunta mejor que ella misma.
—Si estás pensando que el destino pueda decidir algo distinto, recuerda lo que siempre te digo: lo nuestro es más fuerte.
Sus palabras la alcanzaron como un abrazo, aunque no lograron apagar por completo la inquietud que ardía en su interior. Ese instinto desconocido volvió a estremecerla, como un eco que no sabía interpretar.
Buscó la mano de Dorian y él entrelazó sus dedos con los de ella. Ese simple contacto encendió algo más profundo, una necesidad urgente de sentirlo cerca antes de que la luna cambiara todo. Amelia se inclinó y lo besó. Al principio fue suave, pero pronto se volvió intenso, hambriento. Dorian respondió con la misma urgencia contenida, sujetándola por la cintura y atrayéndola hacia él.
El fuego que la invadió no era del todo suyo; era una mezcla confusa de emociones, adrenalina, anticipación, deseo. Como si su cuerpo supiera algo que su mente aún no podía comprender.
Cuando el beso se volvió demasiado profundo, demasiado cercano al borde, Dorian se apartó. No bruscamente, sino con un esfuerzo evidente.
Apoyó su frente contra la de ella, respirando hondo.
—Amelia… no —murmuró, su voz cargada de deseo contenido—. No ahora.
Ella lo miró con confusión y un leve dolor.
Dorian acarició su mejilla con extrema suavidad.
Las palabras la atravesaron dulcemente. Una promesa y una pausa.
Amelia se recostó sobre su pecho y él la envolvió en sus brazos. Permanecieron así, escuchando el pulso del otro como si fuera el único sonido en el mundo.
—Te esperaré siempre —susurró Dorian contra su cabello.
Ella cerró los ojos, aferrándose a esa frase. Quería creer que el despertar solo fortalecería lo que tenían. Quería creer que nada podría interponerse entre ellos.
Pero en lo más profundo de su cuerpo, ese instinto latente volvió a moverse, inquieto… no como una risa, no como una advertencia, sino como un latido desconocido, marcando un ritmo que Amelia aún no sabía descifrar.







