EL ALFA QUE ME AMÓ
EL ALFA QUE ME AMÓ
Por: CALIPSO QUEEN
Prologo

La luna lo ve todo.

No importa cuán espeso sea el bosque, cuán oscura la noche o cuán hondas las sombras. Su luz siempre encuentra un camino. Sus hilos invisibles tejen destinos que ningún mortal, ningún lobo, ni siquiera un alfa, puede desafiar sin pagar un precio. Y aun así, desde los albores de nuestra raza, siempre hubo quienes intentaron rebelarse.

Los ancianos cuentan que al principio, cuando los primeros lobos alzaron la cabeza hacia el cielo, la luna descendió con un pacto:
“Cada alma nacerá con su reflejo en otra. Cuando ambas se encuentren, nada podrá separarlas. Este será mi don… y mi condena.”

Así nacieron los compañeros predestinados.

Así surgieron las uniones sagradas que mantuvieron la paz en las manadas, incluso en la orgullosa y antigua Luna de Plata.

Pero todo don tiene su sombra.

El lazo era un regalo… y también una cadena. Nadie elegía. Nadie decidía. La luna no pedía permiso: reclamaba lo que le pertenecía. Y en ese mandato, a veces había amor… y otras, solo guerra.

Amelia había crecido escuchando esas historias alrededor del fuego. De niña, solía sentarse junto a Dorian, su vecino, su amigo, su primera certeza, mientras las llamas iluminaban sus rostros y los ancianos relataban cómo algunos lobos encontraban a su pareja bajo la luna y sabían, en un solo segundo, que estaban destinados.

Ella reía, tomaba la mano de Dorian y aseguraba que ellos no tendrían que esperar ninguna señal. Ya se conocían, ya sabían. Y Dorian, con esa sonrisa tranquila que siempre le daba paz, asentía como si la luna misma hubiera bendecido ese acuerdo infantil.

Con el tiempo, lo que empezó como un juego se volvió casi un hecho aceptado por todos.

La hija del consejero y el hijo del Beta.

Amelia y Dorian.

El futuro beta y su pareja perfecta.

Nada parecía alterar ese futuro.

Pero el destino rara vez es amable, y mucho menos predecible.

En esa misma manada, bajo el mismo cielo, crecía Kael, marcado desde su nacimiento como el heredero al título de alfa. Era fuego contenido, carácter firme y voluntad indomable. Desde niño, cada paso que daba parecía dictado por la responsabilidad de guiar y proteger a la manada Luna de Plata.

Y entre él y Amelia siempre hubo chispas.

Donde ella desafiaba, él imponía.

Donde él ordenaba, ella discutía.

Fuego y hielo. Tormenta y viento. Dos voluntades destinadas a chocar.

Nunca imaginaron otra cosa que rivalidad.

Amelia lo veía como un tirano arrogante.

Kael la veía como una rebelde sin remedio.

Y aun así, había algo entre ellos. Una fuerza silenciosa, un roce eléctrico que ninguno entendía y ambos preferían ignorar.

Dorian, ajeno a todo, era el puente entre ellos: amigo de ambos, hermano de Kael en combate, confidente de Amelia en las dudas, equilibrio entre dos almas que nunca lograban coincidir.

El triángulo estaba trazado mucho antes de que la luna hablara.

El día del despertar de Amelia llegó cuando cumplió diecisiete años.

La ceremonia era sagrada: un ritual que la manada Luna de Plata aguardaba con expectación. Las mujeres de su familia la vistieron con telas suaves y flores blancas, como si fueran a entregarla a la diosa misma. El bosque, silencioso, parecía contener el aliento.

Esa noche, cuando la luna iluminara su espíritu, su loba interior emergería… y con ella, el destino que todos esperaban: el nombre de su pareja predestinada.

Amelia no dudaba.

Con todo su corazón creía que sería Dorian.

Veía en él al niño con quien compartió secretos, al joven que le robó un beso torpe, al amigo que la cuidaba. Lo amaba. ¿Qué otra respuesta podía haber?

Pero la luna no se mueve por promesas humanas.

No había escapatoria.

La luna no se equivoca.

El destino no pide permiso.

Y en su crueldad, había unido a tres corazones en una batalla imposible de ganar.

Amelia, dividida entre la promesa y el instinto.

Dorian, destinado a perder aquello que más amaba.

Kael, forzado a elegir entre la lealtad y el deseo.

Lo que empezó como un juego de niños se transformó en un triángulo mortal, donde cada decisión tendría un precio.

La luna observa.

La luna decide.

Y cuando ella habla, nadie puede resistirse.

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