El aire estaba cargado de poder y expectación. Lo sentía vibrar en cada fibra de mi cuerpo, como si el bosque mismo contuviera la respiración esperando lo inevitable. El despertar de un nuevo lobo siempre era importante, pero el de Amelia tenía un peso distinto. Ella no solo era la hija de una familia respetada, también era la prometida de Dorian. Mi beta. Mi hermano. Mi mejor amigo de toda la vida.
Me repetí eso varias veces mientras caminaba entre los ancianos encargados del ritual, supervisando los preparativos. El deber me exigía estar atento a todo: a las hogueras, a las guardias en los límites del bosque, al altar sagrado. Y lo estaba, hasta que la vi.
Amelia salió de la tienda de preparación acompañada por las mujeres que la habían preparado para los rituales. Y el mundo, de golpe, se detuvo.
Su cabello, trenzado con cuentas y plumas, brillaba bajo las primeras luces de la luna. La tela blanca que la envolvía parecía ser como si una nube la rodeara, ligera y pura. Los símbol