El aire estaba cargado de poder y expectación. Lo sentía vibrar en cada fibra de mi cuerpo, como si el bosque mismo contuviera la respiración esperando lo inevitable. El despertar de un nuevo lobo siempre era importante, pero el de Amelia tenía un peso distinto. Ella no solo era la hija de una familia respetada… también era la prometida de Dorian. Mi beta. Mi hermano. Mi mejor amigo desde que tengo memoria.
Me repetí eso una y otra vez mientras caminaba entre los ancianos encargados del ritual, supervisando los preparativos del círculo sagrado. No podía permitirme distracciones. El deber del Alfa tenía peso, y esta noche ese peso era doble.
Las hogueras ardían con fuego blanco, alimentado con hierbas rituales. La luz que emitían era distinta, casi líquida, como si la luna se hubiese derramado en ellas. Los cánticos de los ancianos marcaban el pulso del bosque, lentos y profundos, y los guardianes se movían en silencio por los límites del claro, atentos a cualquier peligro.
Todo estaba