El escape

Capítulo 5 

La multitud gritaba, las sirenas se escuchan con una insistencia cortante, y el caos parecía tragarse cada rincón de la calle. Magnus apenas podía escuchar su propio corazón latir entre el ruido cuando sintió la mano de su hermano aferrarse con fuerza a su brazo para sacudirlo una vez más.

— ¡Lárgate, Magnus! — gritó, empujándolo hacia la fila de autos estacionados — Métete en cualquiera, pero no dejes que la policía te atrape. Es la única regla aquí.

Magnus no tuvo tiempo de pensar cuando vio a su hermano subirse en una moto conducida por una chica, la adrenalina lo arrastraba más rápido que la razón. Con un impulso casi animal, que lo hizo abrir la primera puerta que encontró sin mirar y se lanzó dentro. El aire denso y frío del interior lo recibió junto con un perfume femenino, inconfundible al ser una mezcla de cuero y frutos secos.

Rápidamente Magnus giró la cabeza y ahí estaba ella. La mujer de ojos verdes y carácter del demonio. El tiempo se detuvo tan solo un segundo y sus ojos se cruzaron otra vez atrapados en un duelo silencioso, cargado de sorpresa, rabia y algo que ninguno de los dos estaba dispuesto a nombrar.

Sin embargo, ese instante frágil se rompió en cuanto Roma apretó el acelerador. Haciendo que el motor sugiera como una fiera y el coche saliera disparado, rozando los espejos de los demás vehículos.

— ¿¡Estás loca!? — bramó Magnus, sujetándose del tablero mientras el auto esquivaba un camión.

Roma sonrió de lado con los labios tensos, las manos firmes en el volante y la certeza de saber lo que estaba haciendo.

— No, querido — respondió con un tono venenoso — Aún no has visto nada.

El chirrido de las llantas cortó la noche cuando giró bruscamente hacia una avenida más abierta. Detrás de ellos, las sirenas aumentaron, como una jauría hambrienta que no pensaba detenerse.

— ¡Detente, maldita loca! —vociferó él, sujetándose del asiento como si eso pudiera salvarlo — Nos van a reventar a tiros y todo porque no frenas el maldito auto.

— Si tienes tanto miedo, muñeco. Entonces salta por la ventana, pero déjame conducir — replicó ella con sorna, inclinando el coche lo suficiente para pasar entre dos camiones.

Magnus apretó los dientes sintiendo que su vida acabaría en cualquier momento. Había planificado cada día de su vida hasta sus aspiraciones a futuro y ahora se encontraba escapando de policías en un auto conducido por la mujer desconocida. Si tan solo se hubiese quedado en casa arreglando las maletas, nada de esto estuviera pasando.

— Conduce recto, maldita sea. Nos vas a matar — gruñó mientras el coche casi rozaba a otro auto.

Roma se burló con una carcajada cortante, como si disfrutara de verlo perder el control. Estaba haciendo todo eso solo para molestarlo y lo estaba logrando.

— ¿Recto? Eso sería demasiado fácil y si te subiste a mi auto lo mejor es que disfrutes de paseo ¿No te gusta la emoción? Alguien como tú debería de vivir más la vida antes de volverse viejo.

Las patrullas se acercaba a ellos, los reflectores iluminaban la carrocería del auto y aun así seguían su curso. El sonido metálico de una balas impactando contra la chapa retumbó en sus oídos y Roma, sin perder el pulso, bajó la palanca de cambios acelerando con una furia que sacudió todo el vehículo. Le habían hecho daño a su bebé y además esa era la primera vez que la policía disparaba en una persecución de coches. Siempre era solo conducir y escapar, pero nadie salía herido.

Magnus se inclinó hacia ella, con la mandíbula rígida.

— Nos van a matar y será por tu culpa 

— Cállate y disfruta del paseo. Esto nunca había pasado, pero te prometo que no te pasará nada —respondió con frialdad y sus ojos se encontraban brillando con esa chispa peligrosa que la caracterizaba.

El coche saltó un bordillo, esquivó un taxi que venía de frente y se internó en una avenida más oscura. El rugido del motor se mezclaba con la respiración entrecortada de Magnus y la rabia sofocada de Roma.

— Te juro que si salimos vivos de esta... — gruñó él, mirándola con rabia — Te juro que te haré pagar por meterme en tu maldito auto.

— ¿Me harás pagar? Fuiste tu quien se subió a mi auto gilipollas — dijo Roma viéndolo por un segundo y después volvió a lo suyo — No tienes ni idea de lo que cuesta este auto. Ni lo que significa para mí al ser un regalo de alguien especial para mí.

El silencio duró apenas un segundo antes de que otro auto viniera de frente. Ella giró violentamente, metiéndose en un túnel subterráneo y la oscuridad los envolvió, las sirenas quedaron atrás, ahogadas por la distancia y las paredes de concreto eran su refugio.

El eco del motor fue lo único que quedó en el viento, mientras Roma, al fin, soltaba una respiración entrecortada sin perder la sonrisa.

— ¿Ves? Te dije que aún no habías visto nada. Lo que significa que puedes respirar con tranquilidad porque tu trasero ya está a salvo.

Magnus la observó luego de escuchar eso, aún con el corazón golpeándole el pecho como un martillo. Quiso gritarle, insultarla o tal vez odiarla, pero lo único que logró fue quedarse en silencio, atrapado entre la furia y esa maldita fascinación que lo consumía cada vez que ella estaba cerca. Era una mezcla extra de sentimientos que no sabía como reaccionar.

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