Mundo ficciónIniciar sesiónCapítulo 4
El bullicio de la fiesta clandestina parecía un rumor lejano, como si en el centro del caos solo existiera aquella mirada. Roma se quedó quieta, observando a Magnus con descaro, con esa rebeldía que latía en sus ojos verdes como brasas. Él no apartó la vista, aunque cada fibra de su cuerpo le gritaba que lo hiciera. Era la primera vez en mucho tiempo que alguien lograba descolocarlo, pero eso no lo iba a admitir en voz alta.
Roma arqueó una ceja, con una media sonrisa cargada de veneno y picardía. Habido logrado su cometido.
— Vaya, así que tú eres el famoso hombre que dice que no soy su tipo — dijo con un tono burlón, casi arrastrando las palabras como si le supiera amargo — Tranquilo, muñeco... tú tampoco eres mi tipo. Sin embargo, si vas a estar en este lugar, mejor disfruta de la experiencia.
El golpe de sus palabras no fue suave, fue directo, como un gancho en medio del orgullo del chico. Magnus tardó unos segundos en reaccionar, sorprendido no tanto por lo que dijo, sino por la seguridad con la que lo soltó. Era como si no le importara en absoluto quién era él.
— Bueno, me alegra escucharlo — respondió él finalmente, con una voz grave y seca, cargada de ironía — Créeme, el sentimiento es mutuo.
Roma sonrió con más fuerza, saboreando la incomodidad que se estaba generando.
— Perfecto, entonces no tendremos que preocuparnos por fingir simpatía.
El aire entre ambos se volvió denso y eléctrico. Un par de miradas más y cualquiera hubiera jurado que estaban a punto de lanzarse al cuello del otro… aunque no precisamente para matarse. Fue en ese instante cuando alguien irrumpió entre ellos, con una sonrisa amplia y un entusiasmo tan desbordante que cortó la tensión como un cuchillo.
— ¡No le hagas cosas reina! — exclamó la voz vibrante de Caleb, el hermano menor de Magnus, acercándose a ella con una energía casi contagiosa.
Roma parpadeó, sorprendida por el entusiasmo del chico No lo conocía personalmente, pero puede que tal vez lo había visto en ese lugar un par de veces. Sin embargo, él la saludaba como si fueran viejos amigos y en relación no le incomodaba.
— ¿Y tú quién eres? ¿Cómo te llamas? — replicó, ladeando la cabeza, sin abandonar los ojos del desconocido.
Caleb rio, extendiéndole la mano sin perder ni un gramo de su simpatía.
— Me llamo Calen y soy el hermano buena onda de este ogro con el que hablas —señaló con un gesto de la cabeza a Magnus, quien frunció el ceño como si aquel gesto lo irritara.
Roma lo miró de arriba abajo antes de estrecharle la mano con simpatía.
— Vaya, al menos uno de los hermanos sabe sonreír. Eso ya es algo.
Caleb soltó una carcajada que contrastó con el silencio tenso de Magnus y eso le agradó a Roma.
— Créeme, no es fácil vivir con alguien tan… intenso, pero me alegra que por fin te conozca. Hemos venido muchas veces a verte correr, pero nunca hemos tenido el placer de hablar contigo.
Roma entornó los ojos, interesada.
— ¿De verdad?
— Sí — dijo Caleb y se inclinó un poco, como si compartiera un secreto — Eres de las pocas personas que no se dejan intimidar por nadie, no siquiera por el carácter amargado de mi hermano.
Ese comentario hizo que Roma sonriera con malicia, clavando nuevamente sus ojos en Magnus.
— Pues no sé por qué se intimidarían. Tu hermano no es más que alguien que no sabe disfrutar de la vida.
Magnus apretó la mandíbula al escuchar eso, intentando mantener la calma, aunque el brillo en sus ojos delataba que aquella mujer estaba consiguiendo lo que nadie más lograba: sacarlo de su zona de control.
Sin embargo, antes de que este o alguno pudiera añadir algo más, un murmullo nervioso empezó a recorrer el lugar, seguido del estruendo de varias botellas cayendo al suelo. Un par de chicos se acercaron corriendo hasta donde estaban ellos, con la respiración agitada y los ojos desorbitados.
— ¡Es la policía! — gritó uno de ellos, y el ambiente estalló en un caos absoluto.
La música se apagó de golpe. Gritos, empujones y carreras lo eran todo. Así se formó lo que fue una estampida humana, ya que todos comenzaron a moverse en direcciones opuestas, buscando cualquier salida que los salvara de las sirenas que ya se escuchaban acercándose.
Roma reaccionó con rapidez, soltando la mano de Caleb de inmediato.
— Genial, justo lo que me faltaba — murmuró, rodando los ojos mientras se echaba el cabello hacia atrás y se mezclaba con la multitud en fuga siendo seguida por su amiga.
Caleb trató de seguirla, pero fue arrastrado por un grupo que corría hacia la parte trasera del lugar y Magnus, en cambio, se quedó inmóvil viendo aquello. No podía moverse o pensar con claridad, ya que no sabía si era la confusión del momento o la extraña mezcla de emociones que lo había dejado anclado en el mismo sitio desde que Roma le había hablado.
A su alrededor, la gente chocaba contra él como si fuera una roca en medio del río que no podían mover. Magnus se encontraba respirando rápido, intentando decidir si debía correr o si debía buscar a su hermano, si debía…
Sintió de pronto una mano fuerte apoyarse en su hombro y el contacto lo sacudió. Se giró, con el corazón golpeándole el pecho pensando lo peor, y se encontró con un rostro que no esperaba. Era Caleb.
— Hermano — dijo con seriedad, sin rastro de su entusiasmo habitual — Tenemos que movernos, ahora.
Magnus lo miró fijamente, con la adrenalina recorriéndole las venas, atrapado entre la urgencia del momento y la certeza de que nada volvería a ser igual después de aquel choque de miradas con Roma.
Fue entonces que todo se oscureció en un segundo, como si la realidad se hubiera detenido para dar paso a lo inevitable. Algo que no era él o mejor dicho, haría que por primera vez en su vida fuera su verdadero yo.







