Capítulo 6
El rugido del motor se apagó lentamente cuando Roma estacionó el coche en lo alto de una colina, con un mirador inmenso. Frente a ellos, la ciudad parecía un mar de estrellas encendidas, parpadeando bajo la tranquilidad de noche. El silencio se extendió en el interior del vehículo, tan pesado que Magnus sintió que podía oír el pulso acelerado de su propio corazón. Sentía que aún aquel auto seguía en movimiento, agarrando curvas interminables que los harían chocar en cualquier momento.
Él abrió la boca para decir algo — una maldición tal vez o un reproche, cualquier cosa — pero no tuvo tiempo de hacer. Cuando quiso darse cuenta Roma se giró hacia él con esa mirada feroz, salvaje, y sin previo aviso se acomodó sobre sus piernas. Su falda se deslizó con facilidad, haciendo que sus muslos firmes lo aprisionaran, y en un segundo ella ya estaba sentada sobre su regazo, mirándolo desde arriba con descaro.
— ¿Pero qué demonios haces? — balbuceó Magnus, apenas alcanzando a formar l