El rechazo

Capítulo 3 

El rugido de los motores retumbaba en el pecho de todos los presentes. El asfalto ardía bajo las ruedas, y cada curva levantaba nubes de humo que hacían vibrar a la multitud. Magnus observaba aquello como quien ve un espectáculo ajeno, sin sentir la emoción contagiosa que desbordaba a su alrededor. Para él, todo aquello era ruido y caos. Para los demás, era vida pura, adrenalina de la que te hace vibrar.

De pronto, un clamor estalló en la multitud. Gritos, aplausos y silbidos que se alzaron como una ola marcaron la diferencia. Magnus frunció el ceño al darse cuenta, girando el rostro hacia la entrada principal del improvisado circuito. Entre luces y flashes de teléfonos, apareció un Lamborghini Huracán EVO blanco con franjas negras. El motor ronroneaba con un poder salvaje que parecía silenciar a los demás que ya estaban allí.

— Ahí está ella … — murmuró Caleb, con un brillo febril en los ojos.

Magnus lo miró sorprendido por ese pequeño detalle. Su hermano, siempre inquieto, parecía transformado, casi hipnotizado por la llegada de ese auto o de quien sea que veía en él.

El Lamborghini se detuvo con un giro elegante, como si hasta la máquina supiera que era la estrella de la noche. De las puertas descendió una figuras femenina que hizo que la multitud se apretara hacia delante, luego alguien más llegó en una moto última generación, logrando exactamente el mismo efecto. Una de ellas era de cabello rubio corto, además de una sonrisa traviesa y la otra, en cambio, robó el aire de todos al instante. Ella llevaba el pelo negro largo hasta las nalgas y su vestido de cuero resaltaba su figura. Sin duda era todo un espectáculo y ella lo sabía.

Roma, el apodo de La reina le hacía justicia. Su silueta esbelta se movía con la seguridad de alguien que sabe que domina el terreno. Además, sus labios carnosos estaban pintados de un rojo intenso, y los ojos verdes brillaban como un desafío.

Magnus sintió la presión de la multitud más de lo que esperaba. Hombres y mujeres gritaban como locos, la aclamaban como si fuera una diosa que acababa de descender del Olimpo en ruedas de acero.

— La reina del asfalto… —susurró Adrián con reverencia.

Magnus lo miró de reojo, como si no pudiera creer lo que acababa de escuchar.

— ¿Así la llamas? — pregunto cruzándose de brazos.

— No, pero así la llama todo el mundo aquí — respondió Adrián, con una sonrisa — Nunca has visto nada igual, te lo aseguro. Ven, te la voy a presentar.

Magnus se tensó al escuchar eso. El entusiasmo de su amigo le resultaba exagerado, incluso ridículo si se pudiera decir.

— No lo hagas, no es necesario — dijo dándole la espalda.

— ¿Cómo que no? — pregunto Adrián arqueando las cejas, incrédulo — Vamos, Magnus ¿Sabes lo difícil que es siquiera acercarse a ella? Nosotros te estamos poniendo la posibilidad en bandeja y tú simplemente dices eso.

Magnus negó despacio, cruzándose de brazos.

— Así es, ella no es mi tipo.

Las palabras se deslizaron con frialdad, pero no cayeron al vacío. Roma, que avanzaba con paso felino entre la gente, alcanzó a escucharlas en medio del barullo y aunque su rostro permaneció sereno, algo en la chispa de sus ojos verdes delató que había registrado cada sílaba.

No era la primera vez que un hombre opinaba sobre ella. Estaba acostumbrada a escuchar halagos, insinuaciones, propuestas descaradas, pero que alguien, en medio de la multitud, osara desestimar su magnetismo… eso sí que era nuevo.

Roma giró levemente la cabeza, siguiendo el origen de la voz y su mirada se cruzó con la espada de Magnus por un instante. Él se mantenía erguido, serio, con ese aire de niño bueno demasiado correcto para ese mundo y aunque la mayor parte de los hombres allí habrían matado por su atención. Él apenas la miraba con un gesto distante de dos segundos, casi desinteresado.

Ella sonrió, apenas con un movimiento en sus labios. Un destello de desafío que marcaría la diferencia.

— Así que no soy tu tipo… —murmuró para sí misma, con voz baja y peligrosa. Haciendo que Cristal, que estaba a su lado, la miró de reojo.

— ¿Qué pasa?

— Nada — respondió Roma, sin apartar los ojos de Magnus — Es solo que encontré algo bastante… curioso.

En ese instante y de la nada, sus miradas se cruzaron otra vez. Magnus no lo supo en ese instante, pero al negar la atracción hacia Roma había firmado una sentencia silenciosa. Ella no dejaría que ese comentario quedara impune. Roma no soportaba que alguien la descartara, mucho menos un hombre con cara de inocente que parecía creerse inmune a su magnetismo.

El juego acababa de comenzar y aunque aún no se habían dicho ni una palabra, ya estaban atrapados en el mismo campo de batalla.

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