—¡No puedo estar embarazada! —Los exámenes son claros, señora Ferrer. Está de seis semanas —el médico levantó la mirada de los resultados, esbozando una gran sonrisa. —¿Está… completamente seguro, doctor? —la voz de Margaret se quebró y parpadeó incrédula. —Sí, señora. ¿Tiene alguna duda? Ella llevó una mano temblorosa a su boca, como si necesitara comprobar que aún podía respirar. El silencio se prolongó hasta volverse incómodo, y cuando al fin logró articular palabra, su voz salió cargada de incredulidad. —Mi esposo y yo estábamos planificando… esto no era parte de nuestros planes. ¿Cómo pudo suceder? —Los métodos de planificación no son cien por ciento confiables. Lo importante es que comience con sus controles prenatales. Le recetaré las vitaminas necesarias… La voz del médico se desdibujó en un murmullo lejano. Margaret apenas escuchaba, ni siquiera sabía cómo un embarazo cambiaria su vida en ese momento se sentía tan confundida, que no comprendía como había pasado todo, Lucien lo controlaba todo, inclusive, él era quien controlaba la planificación para no tener hijos, de repente, una punzada en el pecho la atravesó y sonrió. «Estoy embarazada… vamos a ser padres» pensó con los ojos cerrados, permitiéndose unos segundos de ilusión antes de enfrentarse al mundo. Margaret, acorralada por la indiferencia de su esposo, decide huir, aun sabiendo que está embarazada, pero él, no va a dejárselo tan fácil. ¿podrá su ex esposo arrepentido curarle el corazón?
Ler mais—¡No puedo estar embarazada!
—Los exámenes son claros, señora Ferrer. Está de seis semanas —el médico levantó la mirada de los resultados, esbozando una gran sonrisa.
—¿Está… completamente seguro, doctor? —la voz de Margaret se quebró y parpadeó incrédula.
—Sí, señora. ¿Tiene alguna duda?
Ella llevó una mano temblorosa a su boca, como si necesitara comprobar que aún podía respirar. El silencio se prolongó hasta volverse incómodo, y cuando al fin logró articular palabra, su voz salió cargada de incredulidad.
—Mi esposo y yo estábamos planificando… esto no era parte de nuestros planes. ¿Cómo pudo suceder?
—Los métodos de planificación no son cien por ciento confiables. Lo importante es que comience con sus controles prenatales. Le recetaré las vitaminas necesarias…
La voz del médico se desdibujó en un murmullo lejano. Margaret apenas escuchaba, ni siquiera sabía cómo un embarazo cambiaria su vida en ese momento se sentía tan confundida, que no comprendía como había pasado todo, Lucien lo controlaba todo, inclusive, él era quien controlaba la planificación para no tener hijos, de repente, una punzada en el pecho la atravesó y sonrió.
«Estoy embarazada… vamos a ser padres» pensó con los ojos cerrados, permitiéndose unos segundos de ilusión antes de enfrentarse al mundo.
De camino a la compañía Ferrer, la nostalgia la invadió. Recordó el inicio de su relación con Lucien, desde el primer día que se cruzó con él, se enamoró de inmediato, hacía todo lo posible por acercarse, incluso, ella estuvo dispuesta a renunciar a un trabajo con un futuro prometedor y se retiró a un papel secundario como su asistente.
Un día, él de repente le propuso matrimonio; ella se llenó de alegría, creyendo que su sinceridad finalmente lo había conquistado.
Dos años habían pasado y jamás escuchó de sus labios un “te amo” o había recibido alguna muestra de cariño. Sin embargo, en las noches, en su habitación privada, cuando bajo la tenue luz él la reclamaba una y otra vez, besando su hombro y haciéndola estremecer, jadear y gemir... Margaret creía que aquello era el amor silencioso de Lucien, simplemente incapaz de expresarse con palabras. Incluso ingenuamente confiaba en que, con el tiempo, él se vería derretido por su constancia y ternura.
Suspiró y estacionó frente a la imponente fachada de la empresa. El corazón le palpitaba con violencia mientras apretaba en su bolso la prueba de embarazo. Sus manos sudorosas delataban la ansiedad.
Al entrar a la oficina, Margaret lo encontró hablando por teléfono. Lucien parecía salido de un retrato: impecable en su traje oscuro, con la chaqueta perfectamente ajustada a su espalda ancha y la camisa que delineaba el relieve de su torso. Sus ojos verdes brillaban con intensidad, capaces de prender fuego a cualquiera que se atreviera a sostenerles la mirada. su rostro era afilado y elegante, la mandíbula marcada, los labios firmes, casi crueles cuando no sonreían. Su cabello oscuro, peinado hacia atrás con un descuido calculado, lo hacía aún más atractivo, como si supiera perfectamente el efecto que provocaba.
—Lucien, ¿cómo estás?
—¿Dónde diablos estabas, Margaret? ¿Por qué no contestas el teléfono? —Su tono seguía siendo igual de plano y carente de emoción, pero sin razón aparente hizo que Margaret sintiera una inquietud repentina.
—Estaba en el doctor, ya pedí permiso… tengo algo que decirte, cariño.Pero Lucien no le dio tiempo. Tomó una carpeta de la cajonera y la arrojó con indiferencia sobre la mesa.
—Yo también tengo algo importante que anunciarte. —resopló sin dejar de verla a los ojos.
Margaret dirigió la mirada a la carpeta sin entender.
—¿Qué es esto, Lucien? —en ese instante, la ansiedad la consumía todavía más.—Es el acuerdo de divorcio, revísalo y si no hay problema, fírmalo. —él espetó cortante.
El aire abandonó sus pulmones.
—¿Qué? ¿Divorcio? Esto… esto debe ser una broma, Lucien.—No lo es. Firma los papeles cuanto antes. Lorain está por llegar y no quiero que encuentre nada tuyo en la mansión.
El nombre la golpeó con brutalidad.
—¿Lorain… tu ex prometida?—Sí. Así que firma, Margaret. No me hagas perder el tiempo.
La mujer sintió cómo algo dentro de ella se desgarraba, todo bajo sus pies se desvanecía, y no podía creer que preciso en ese momento, su esposo le confirmaba en su cara, que en su corazón había otra mujer.
—¿No la has olvidado? Entonces… ¿por qué te casaste conmigo?Lucien la miró con gélida indiferencia.
—Porque fue conveniente. Mi abuelo me presionaba para que me casara y tú eras perfecta para el papel.Eres obediente y dócil, aunque aburridísima, pero si no es Lorain, da igual quién sea.Sus palabras fueron cuchillas atravesándole el alma. Margaret mordió sus labios con fuerza, luchando contra las lágrimas.
—¿ Lucien... en este matrimonio, alguna vez me amaste? Aunque fuera un poco. —preguntó con voz rota.Lucien soltó una risa desdeñosa y empujó los papeles hacia Margaret.—No seas ingenua. Mira el acuerdo: Aquí está todo muy claro, recibirás la compensación económica que te corresponde, ni un centavo menos. Te aconsejo que firmes cuanto antes, Margaret.
Con manos temblorosas, ella hojeó la carpeta. Cada palabra impresa confirmaba que su mundo se había derrumbado.
—Muy bien —susurró con dignidad frágil, sujetando también la prueba de embarazo.
Cuando se disponía a salir, la voz de Lucien la detuvo.
—Por cierto, ¿qué era eso que ibas a decirme?Ella arrugó el informe de embarazo que tenía fuertemente apretado en la mano y lo metió en su bolso, bajó la cabeza y forzó una débil sonrisa:
—Nada importante… algo de la casa.—¿De la casa? —preguntó con duda.
—Sí, pero ya no corresponde. Que tengas un buen día, Lucien.
Con el alma rota, Margaret giró sobre sus tacones y salió de la oficina.
La habitación quedó sumida en un breve silencio. Lucien miró cómo su silueta desaparecía por la puerta y, de pronto, una oleada de irritación le golpeó el pecho. Arrojó con fuerza el documento que acababa de tomar sobre la mesa, con los labios apretados en una dura línea. Esa mujer… siempre tan sumisa, tan obediente hasta el punto de asfixiarlo, incapaz siquiera de rechazar un acuerdo de divorcio.
Con gesto frustrado, Lucien se frotó el entrecejo. La rabia dentro de él no hacía más que crecer, mientras pensaba con enojo: ¿Por qué no puede rebelarse, aunque sea una sola vez?
Eliza viajó con anticipación a Manhattan, su papel era asegurarse de que todo estuviera en orden para la llegada de la nueva CEO: reuniones confirmadas, departamentos preparados, y cada jefe al tanto de lo que significaba recibir a Margaret Gold como líder.Mientras tanto, Margaret permanecía en la capital. Necesitaba asegurarse de dos cosas antes de marcharse, que su madre se encontraba estable y sobre todo, que el bebé que venía en camino también estaba bien.El médico revisó los resultados con calma, luego levantó la mirada. —La señora Mérida está mejorando, aunque el proceso es lento. Y en cuanto al bebé… su crecimiento es normal, saludable. No hay complicaciones.Margaret cerró los ojos, aliviada. Apretó la mano de su madre y acarició su vientre con un gesto casi instintivo. Solo entonces se permitió emprender el viaje hacia aquella ciudad que tanto le recordaba.La noticia de su llegada ya se había difundido. Eliza había cumplido con su deber: notificó oficialmente a los jefes
Ernesto no pudo pronunciar palabra. El golpe de realidad que Mérida le había arrojado lo dejó paralizado, mudo de rabia, pero incapaz de contradecirla en ese instante, simplemente bufó enojado. Margaret, aferrada al brazo de su madre, lo atravesó con una mirada fría antes de seguirla hacia la oficina de la directora general.Aquel despacho había sido alguna vez de su madre, y ahora volvía a abrirse para ellas. Las paredes parecían intactas, todo lo que algún día le perteneció a Mérida se mantenía allí, esperándola y de paso a Margaret.La mujer, recorrió lentamente el espacio, pasó la mano por los muebles de madera oscura y suspiró con nostalgia. A su mente vino cada recuerdo de cuando era la gran encargada de la compañía, y un aire de frustración se posó en su pecho.—Este lugar fue mío, Margaret… —murmuró, acariciando el borde del escritorio con dedos temblorosos—. A partir de hoy, será tuyo.Margaret la observó en silencio, sintiéndose culpable, tal vez si ella no se hubiera ido an
Para Margaret, los días siguientes transcurrieron en una calma extraña, como si todo se hubiera detenido. De Lucien no volvió a tener noticias, pero había algo de lo que no podía escapar, la responsabilidad que su madre le había puesto sobre los hombros.Aquella mañana, la mujer llegó en su coche para recogerla, decidida a acompañarla. —No debiste venir, madre. Estás muy pálida, yo podía ir sola. —De ninguna manera, Margaret. No iba a dejarte enfrentar esto sola, menos ahora. Me alegra que hayas aceptado hacerte cargo, hija. —su madre se aferró a su brazo con ternura y firmeza. —No podía dejarte lidiar con todo, mamá. Y quiero agradecerte… por lo que hiciste por mí, por nosotros. El doctor fue una ayuda inmensa. Ahora Lucien cree que este hijo no existe. —Todavía conservo algunos contactos en la ciudad, hija mía. El doctor me debía un par de favores. —suspiró y apretó la mano de Margaret, tratando de transmitirle calma.Minutos después, estacionaron frente a Atlas Gold. Margaret
—¡No, no quiero ir a ningún hospital! —Margaret se negó con firmeza, pero Lucien no cedió; la tomó del brazo y la obligó a avanzar.—No es cuestión de querer, mujer. Vas conmigo ahora mismo.—¡Que no! —replicó ella, forcejeando. Pero él no la soltó. Casi arrastrada, terminó frente a su auto. Lucien abrió la puerta sin contemplaciones y la hizo subir.Durante el trayecto, Margaret se limitó a mirar por la ventana, aferrándose al silencio como a un refugio. No pensaba regalarle una sola palabra. Lucien, en cambio, jugaba nervioso con el anillo de matrimonio que giraba entre sus dedos, su mente estaba atrapada en un solo pensamiento: descubrir si lo que ella había dicho era verdad.Cuando al fin el médico de cabecera los recibió, ambos entraron a la consulta en un silencio demasiado incomodo. El doctor, sentado frente a su computador, pidió los datos de Margaret y le preguntó cuál era el motivo de su consulta. Ella, aunque temblorosa, pronunció su nombre y número de documento.El hombre
Margaret conocía a la perfección los métodos de Lucien, y sabía que no iba a descansar hasta encontrarla. Tomó un taxi hacia el hotel en donde se estaba quedando, y sin pensarlo dos veces, respondió su mensaje con la dirección de este.Era mejor hacerlo de esa manera, y no que un despliegue de hombres y guardaespaldas de su exesposo, hicieran un escándalo por toda la ciudad buscándola.Respiró profundamente y se sentó a esperar, no pasaron ni siquiera veinte minutos, cuando la perilla de su habitación se abrió de golpe. Era él, Lucien estaba pálido, y algunas gotas de sudor perlaban su frente, pero al verla, fue como si le hubiera vuelto el alma al cuerpo.Sus ojos, oscuros y penetrantes, se clavaron en ella y, sin darle oportunidad de hablar, la envolvió en un abrazo aplastante.Margaret quedó inmóvil, sorprendida por la fuerza con que la sujetaba, como si quisiera fundirla contra su pecho. Durante un segundo perdió el control de su propio cuerpo, el calor de él la estremeció, el ol
El viaje había sido agotador, pero al poner un pie en su ciudad natal, Margaret no pensó en descansar ni un segundo. Tomó un taxi y se dirigió directamente al hospital donde estaba ingresada su madre. El corazón le latía con fuerza, acelerado por la angustia y el recuerdo de todo lo que había dejado atrás.Apenas cruzó el pasillo que conducía a la habitación, la vio. Su madre, frágil, recostada en la cama, lucía tan cansada, que Margaret no pudo evitar sentirse miserable al verla.—Mamá… —su voz se quebró en un llanto desgarrado—. ¡Te extrañé tanto!La mujer acarició su cabello con ternura, y también dejó escapar un par de lágrimas.—Hija, estás aquí… al fin.Margaret se apartó solo lo necesario para mirarla a los ojos. —Dime cómo estás. ¿Qué te pasó, mamá?Su madre suspiró con cansancio. —La empresa… la empresa siempre fue mía, Margaret. Fue mi padre quien la fundó y me la dejó. Pero tu padre, poco a poco, fue arrebatándome todo. Primero con decisiones pequeñas, luego con cambios d
Último capítulo