—¡Es un desgraciado! —explotó Shaira, golpeando la mesa con rabia—. Te juro que yo le hubiera estrellado un florero en la cabeza, Margaret.
Ella bajó la mirada, intentando contenerse.
—No vale la pena, Shaira. Si él ama a otra mujer, ¿quién soy yo para detenerlo?—¡Eres su esposa! —reclamó su amiga—. Y renunciaste a todo por él. Desde que entraste como su asistente, esa empresa creció como nunca. Con tu carrera y tu talento, debiste ser la CEO de esa compañía, no su sombra.
Margaret respiró hondo, apretando las manos.
—Ya no importa. Lo único que cuenta ahora es este hijo que viene en camino. Por eso quiero irme lejos.Shaira negó con la cabeza, impotente.
—Margaret, te graduaste en la mejor universidad del país. Eres brillante. ¿De verdad crees justo irte con las manos vacías después de todo lo que hiciste junto a él?—Ya tomé mi decisión. Solo vine a despedirme —respondió con la voz quebrada.
Un silencio denso las envolvió, hasta que el teléfono de Margaret comenzó a sonar. Ella miró la pantalla con sorpresa.
—Señor Máximo… —contestó de inmediato.—Hija mía, ¿cómo estás? —se escuchó la voz cansada, pero cálida, del abuelo de Lucien.
—Bien, señor, ¿y usted?
El hombre suspiró profundamente.
—No tan bien, hija. Hoy cumplo noventa años. Quiero saber si vendrás a la cena de celebración. Recuerda que eres mi invitada especial.Margaret se sorprendió un poco; originalmente pensaba que Lucien anunciaría el divorcio a sus familiares de inmediato, pero su abuelo era la persona que más la había apoyado en la familia, y nunca la había menospreciado por lo que parecía ser su origen modesto. Al pensar en eso, esbozó una cálida sonrisa.
—Claro que sí, allí estaré, en eso habíamos quedado. —respondió y colgó la llamada.Shaira resopló con fastidio.
—¿De verdad piensas ir?—Sí. Puede ser su último cumpleaños. No me iré sin despedirme, además, él ha sido muy bueno conmigo, lo justo es que lo vea una ultima vez.
***
La noche cayó sobre la ciudad y Margaret llegó a la residencia Ferrer. En sus manos llevaba un presente que había tejido semanas atrás con dedicación: una bufanda de lana suave.
Al cruzar el umbral, la sala principal estaba llena de invitados. Máximo, sentado junto a su nieta Pandora, la vio entrar y se levantó de inmediato con los ojos iluminados.
—¡Hija!
—Abuelo, ¡feliz cumpleaños! —dijo Margaret con una sonrisa sincera, abrazándolo con cariño.
El anciano la estrechó entre sus brazos y su expresión se suavizó.
—Ahora sí estoy bien, al verte aquí.—Traje algo para ti —Margaret sacó la bufanda del bolso y se la entregó.
Máximo la recibió con ternura, abrazándola, contra su pecho.
—Gracias, hija. Es hermosa.—La hice con mis propias manos —explicó ella, emocionada.
La felicidad del anciano contrastó con la expresión dura de Pandora, que se levantó con aire altivo.
—¿Cómo se te ocurre traerle a mi abuelo ese pedazo de tela viejo? —soltó con desprecio.Margaret se sonrojó, intentando responder, pero Pandora no se detuvo.
—Eres tan miserable… vienes de una familia humilde y hasta el regalo que trajiste es tan simple, ¡Qué vergüenza! No debiste traerle nada a mi abuelo, eres…eres tan ordinaria.—¡Basta! —la voz de Máximo retumbó en la sala—. Pandora, este es el mejor regalo que he recibido hoy. Está hecho con amor sincero, y eso vale más que todos los lujos que me han dado, porque al morir, ninguno de esos me acompañará.
Margaret sonrió agradecida, y Máximo le tomó del brazo.
—Dime, cariño, ¿dónde está tu esposo? Siempre te manda sola. —preguntó con cierto enojo. El corazón de ella dio un vuelco. El nudo en su garganta era insoportable.—Abuelo… es que Lucien y yo…La puerta principal se abrió de golpe. Lucien entró con paso firme, ajustándose el cabello con una mano y sosteniendo una elegante caja de regalo con la otra.
—¡Abuelo, feliz cumpleaños! —dijo con naturalidad—. Había demasiado tráfico.—Justo preguntaba por ti, hijo. Vamos, pasemos a la mesa. La cena está por servirse.
El anciano caminó lentamente hacia el comedor. Margaret lo siguió, pero Lucien la sujetó del brazo y, sin darle oportunidad a reaccionar, la atrajo hacia sí. Se inclinó a su oído, y susurró con un tono imposible de resistir:.
—El abuelo no está bien; por ahora no puedo decirle lo del divorcio. Mantén las apariencias. Hazlo por el viejo.
Ella asintió con la cabeza en alto, aunque por dentro se quebraba. De repente, un cansancio intenso la invadió y el estómago se le revolvió, y antes de poder contenerse, salió corriendo hacia el baño principal. Un silencio incómodo se apoderó de la sala cuando los invitados escucharon cómo vomitaba.
Lucien apretó los puños con furia. Acabamos de divorciarnos y ella ya actúa como si quisiera mantenerse bien lejos de mí… ¿qué demonios le pasa?, pensó irritado.
El chofer de Máximo se inclinó hacia el anciano y le susurró con complicidad:
—Señor Ferrer, por lo que vi, parece que la señora Margaret trae un bisnieto en camino.Los ojos de Máximo brillaron. Apretó el bastón con fuerza y sonrió, mirando a su nieto. Un heredero. El mejor regalo que podía recibir en su cumpleaños número noventa.