El viaje había sido agotador, pero al poner un pie en su ciudad natal, Margaret no pensó en descansar ni un segundo. Tomó un taxi y se dirigió directamente al hospital donde estaba ingresada su madre. El corazón le latía con fuerza, acelerado por la angustia y el recuerdo de todo lo que había dejado atrás.
Apenas cruzó el pasillo que conducía a la habitación, la vio. Su madre, frágil, recostada en la cama, lucía tan cansada, que Margaret no pudo evitar sentirse miserable al verla.
—Mamá… —su voz se quebró en un llanto desgarrado—. ¡Te extrañé tanto!
La mujer acarició su cabello con ternura, y también dejó escapar un par de lágrimas.
—Hija, estás aquí… al fin.
Margaret se apartó solo lo necesario para mirarla a los ojos.
—Dime cómo estás. ¿Qué te pasó, mamá?
Su madre suspiró con cansancio.
—La empresa… la empresa siempre fue mía, Margaret. Fue mi padre quien la fundó y me la dejó. Pero tu padre, poco a poco, fue arrebatándome todo. Primero con decisiones pequeñas, luego con cambios d