Margaret conocía a la perfección los métodos de Lucien, y sabía que no iba a descansar hasta encontrarla. Tomó un taxi hacia el hotel en donde se estaba quedando, y sin pensarlo dos veces, respondió su mensaje con la dirección de este.
Era mejor hacerlo de esa manera, y no que un despliegue de hombres y guardaespaldas de su exesposo, hicieran un escándalo por toda la ciudad buscándola.
Respiró profundamente y se sentó a esperar, no pasaron ni siquiera veinte minutos, cuando la perilla de su habitación se abrió de golpe. Era él, Lucien estaba pálido, y algunas gotas de sudor perlaban su frente, pero al verla, fue como si le hubiera vuelto el alma al cuerpo.
Sus ojos, oscuros y penetrantes, se clavaron en ella y, sin darle oportunidad de hablar, la envolvió en un abrazo aplastante.
Margaret quedó inmóvil, sorprendida por la fuerza con que la sujetaba, como si quisiera fundirla contra su pecho. Durante un segundo perdió el control de su propio cuerpo, el calor de él la estremeció, el ol