Lucien, tenía entre sus manos una manzana, que había comenzado a pelar para ella. Al escuchar sus palabras, él se quedó quieto, la manzana estaba a medio pelar. Un músculo en su mandíbula se tensó. Y, de pronto, como si todo el control que presumía se hubiera derrumbado, dejó caer la fruta con gesto pesado.
—Realmente tienes buenos métodos —escupió con ironía, apretando los dientes.
La mirada de Lucien ardía, pero no dijo más. Giró sobre sus talones y salió de la habitación, cerrando con un portazo que retumbó en los pasillos.
Pocas horas después, Margaret abandonó el hospital con un nudo en la garganta. Había firmado su salida contra las recomendaciones médicas y cargaba su equipaje con determinación.
El aeropuerto estaba abarrotado. Las voces, los anuncios y el ir y venir de pasajeros parecían difuminarse frente a su ansiedad. Caminó hasta la sala de espera con el boleto en la mano, repitiéndose en silencio que lo lograría: regresaría a su hogar, a su madre, a cualquier lugar lejos de él.
De pronto, un movimiento entre la multitud captó su atención. Lucien.
Su corazón se detuvo un segundo. Por un instante, pensó que había ido a buscarla, que tal vez había descubierto algo, que tal vez, en el fondo, la quería. El alivio la golpeó tan fuerte que casi sintió ganas de llorar.
Sin embargo, su mundo se desmoronó de nuevo, cuando vio a una mujer corriendo hacia él, lanzándose a sus brazos.
Margaret se quedó helada. La forma en que él la sostuvo, cómo se inclinó a besarle la mejilla con naturalidad, le desvaneció cualquier ilusión. Esa era la mujer que él amaba. La tal Lorain, La mujer que siempre había ocupado el lugar que a ella nunca le perteneció.
Apretó el boleto con fuerza y, sin mirar atrás, se encaminó hacia la puerta de embarque.
***
Esa noche, Lucien regresó a la mansión con Lorain tomada de la mano. Aparentemente, eso era lo que él quería, cuando cruzaron el umbral de la puerta, él sintió un espeso vacío en su estómago. La mujer fue directo hacia la sala de estar mientras sonreía feliz. Pero Lucien, no parecía tan emocionado como ella.
cuando entró en la habitación matrimonial y vio el armario, su mirada se endureció.
Margaret apenas se había llevado unas cuantas prendas. El resto seguía allí, colgado con orden meticuloso. La visión lo llenó de una ira inexplicable.
—¿Ni siquiera se llevó todo? —murmuró con desdén, aunque por dentro lo carcomía una sensación incómoda que no lograba descifrar.
Tomó el teléfono con brusquedad, marcando su número. Quería llamarla, ordenarle que recogiera lo que quedaba y dejar el espacio libre para Lorain. Pero la llamada no se completó. El teléfono de Margaret estaba apagado.
Lucien cerró los ojos un segundo y colgó con violencia.
—¿Molesté a tu esposa? —preguntó Lorain con voz suave, fingiendo culpa, mientras acariciaba su brazo—. ¿Por eso se fue?
Él lanzó el móvil sobre la mesa y le dedicó una mirada gélida.
—No tiene derecho a enfadarse. Ella aceptó el divorcio. No puede sobrevivir sin mí. Ya volverá en unos días.Lorain asintió despacio, pero en su mirada había un destello oscuro, como una chispa de celos contenidos.
Fue entonces cuando la puerta se abrió de golpe. El mayordomo entró apresurado, con el rostro desencajado y un papel arrugado entre las manos.
—Señor… encontré esto en la basura.
Lucien lo tomó sin darle mayor importancia. Era un documento, doblado, sucio… al desdoblarlo, lo primero que leyó, despertó su interés, y a medida que sus ojos se paseaban por cada línea, su corazón latía con violencia.
«Positivo»
Margaret estaba embarazada.
Su rostro cambió al instante. Las manos le temblaron apenas un segundo antes de apretar el papel con fuerza.
—¡Encuéntrenla! —rugió, alzando la voz como un trueno—. Localícenla ahora mismo, no importa dónde esté.
Lorain lo observaba desde la esquina, con el rostro congelado. Los celos le recorrieron el cuerpo como fuego. El mismo hombre que había afirmado no importarle que Margaret se fuera, ahora ordenaba movilizarlo todo por ella. La rubia hermosa no pudo contenerse y apretar sus puños con fuerza llena de ira.