Abril ha amado a Gregorio Villalpando desde siempre. Su historia juntos era el sueño perfecto: una infancia compartida, un amor correspondido y una boda feliz. Pero todo se derrumbó el día que Greg sufrió un accidente en la noche de bodas que le robó sus recuerdos… y con ellos, el amor por ella. Jessica Duarte, la mujer que siempre intentó separarlos, no tardó en aprovecharse de la situación. Fingiendo ser el gran amor de Gregorio, tomó su lugar en su corazón… y en su vida. Desde entonces, Abril vive atada a un matrimonio por contrato, soportando el rechazo y desprecio del hombre que una vez la amó, mientras él busca asegurar su lugar como heredero de la poderosa familia Villalpando. Pero para conseguirlo, los abuelos de Greg han impuesto una condición: debe tener un hijo con Abril. Gregorio, incapaz de verla como su esposa, le propone algo impensable: tener un hijo con otro hombre. Humillada y rota, Abril accede… pero con una condición: ella elegirá al padre de su hijo. Así es como conoce a Amadeo Dubois, un hombre enigmático que, sin buscarlo, se convierte en refugio para su corazón herido. Lo que comenzó como un acuerdo, se transforma en una pasión real, tan profunda como inesperada. Pero cuando Abril finalmente queda embarazada y se aleja para proteger lo que ama, descubre que Amadeo no es solo un amante cualquiera: es un hombre poderoso, dispuesto a todo por recuperarla. ¿Podrá Abril abrir su corazón a un nuevo amor o seguirá siendo la esposa olvidada del CEO que nunca la amó?
Leer másAbril llegó a casa al anochecer. Sus pasos eran lentos, arrastrados por el cansancio y el peso invisible del día.
Desde hacía semanas cuidaba a la abuela Josefina Villalpando, que estuvo enferma. Y aunque debía quedarse con ella esa noche, la anciana insistió en que regresara a descansar.
Abril obedeció. No imaginaba que esa pequeña decisión le haría ver tal escena.
Al acercarse, notó algo extraño: la puerta principal estaba entreabierta. Desde el interior, música suave, risas y voces alegres rompían la quietud de la noche.
¿Una fiesta?
Una inquietud le recorrió el pecho.
Entró al pasillo, oscuro y ajeno. El eco de sus tacones en el mármol era un martilleo doloroso.
Al llegar al gran salón, encontró la puerta apenas entornada. Contuvo la respiración… y empujó.
Luces cálidas. Copas de champán. Globos flotando. Rostros felices. Y al centro de todo, él: Gregorio. Su esposo.
Tomando la mano de otra mujer.
Jessica.
Por supuesto que era ella.
La mujer que se había disfrazado de amiga para traicionarla. El falso amor de Gregorio. La misma que, con una mentira venenosa, los separó. La que nunca dejó de buscarlo. Y ahora estaba ahí, sonriente, vestida como reina en una celebración que no le pertenecía.
Gregorio alzó su copa, su voz vibrando con seguridad y emoción:
—Esta fiesta es por el cumpleaños de mi amada Jessica. Te amo con todo mi corazón. Y aunque no pueda darte una boda como mereces… te entrego mi vida y mi amor por completo.
El corazón de Abril dejó de latir.
Frente a todos, Gregorio se arrodilló.
Sacó un anillo tan brillante como la mentira que estaban viviendo.
—Prometo que en esta vida… yo, Gregorio Villalpando, seré fiel al amor de mi Jessica.
Aplausos. Risas. Fotografías. Jessica sonrió con teatralidad, aceptó el anillo y lo abrazó, como si fueran los protagonistas de un cuento perfecto.
En el umbral, invisible para todos, Abril se rompía en silencio.
“Greg... nos criamos juntos cuando tu abuela me cuidó. Te amé con una fuerza que no se enseña. Pensé que me amabas. Pensé que después del accidente volveríamos a ser nosotros. Yo te salvé. Saqué tu cuerpo del auto en llamas. Y tú… me olvidaste. Me cambiaste por la única persona que siempre quiso destruirnos. ¿Sabes lo que duele ver al amor de tu vida, jurarle lealtad a otra? Estás matando mi corazón… y ni siquiera lo sabes.”
Tragándose las lágrimas, Abril dio un paso atrás. Quiso huir. Pero entonces lo escuchó:
—¡Abril!
Se detuvo. La voz que un día adoró ahora era un filo en la garganta.
Giró lentamente. Gregorio la miraba con frialdad, como si nunca la hubiese amado.
—¿Qué haces aquí? No arruines la celebración de Jessica. ¡Debes irte!
Ella apretó los dientes, conteniendo el temblor en su voz.
—Justo eso iba a hacer. No por tú… “Amada”, si no porque me repugna estar cerca de ustedes, cerca de tu amante.
—¡No hables así de Jessica! —gruñó él—. No es mi amante. Estoy casado contigo por obligación, esto es un contrato. No lo olvides.
—Qué detalle —respondió ella, sarcástica—. Lo recordaré siempre, como tú me recuerdas.
Gregorio se acercó, con los ojos llenos de odio. La tomó del brazo y la sacó del salón.
—Nos dieron un ultimátum. Si quiero la presidencia y la herencia, debo tener un hijo. Solo así obtendré lo que merezco.
Abril lo miró, incrédula.
—¿Qué estás diciendo?
—He conseguido un hombre —soltó él, como quien ofrece un trato comercial—. Ve con él. Ten un hijo. Dales su bisnieto a los abuelos. Y todo se acaba.
Abril retrocedió, horrorizada.
—¿Me estás… vendiendo? ¿Quieres prostituirme?
Gregorio la sujetó con fuerza del brazo.
—O lo haces… o tu padre muere en prisión. Ya sabes que puedo lograrlo.
El frío se le metió en los huesos. Su padre… acusado de un crimen que ella sabía que cometió por error y desesperación. No podía permitir que le hiciera daño.
Una lágrima escapó de su control. Se soltó de su agarre con brusquedad.
—¿Por qué no tienes un hijo conmigo? ¿No temes que descubran que no es tuyo?
Él le pellizcó la mejilla, lleno de rabia.
—¡Nunca te tocaré! Jessica es la única mujer que amo. ¡Tú me repugnas!
Abril lo miró, helada.
—Bien. Tendré ese hijo.
Gregorio sonrió, creyéndose vencedor.
—Ve al hotel Platino esta noche. Allí te estará esperando un hombre que elegí.
Pero Abril ya no era la misma.
—Tendré un hijo… sí. Pero con el hombre que yo elija. No con quien tú lo digas.
—¡No te atrevas!
—Toca un solo cabello de mi padre, y lo contaré todo al mundo. A tus abuelos. A la prensa. Nadie olvidará qué clase de cobarde eres.
—¡Abril!
—Daré un bisnieto a tu familia. Pero cuando nazca, quiero el divorcio, mi hijo y mi libertad.
Gregorio apretó los dientes. Derrotado.
—Haz lo que quieras. Pero cuando sea presidente… no quiero volver a verte. Y ese bastardo será solo tuyo.
—Perfecto —respondió ella.
Subió a su auto, cerró la puerta. Respiró hondo. Las lágrimas cayeron, rebeldes.
—Gregorio… si supieras que fui yo quien te salvó la vida… ¿Me seguirías odiando? Nunca me creíste. Elegiste a la traidora. Y hoy… me empujas a los brazos de otro. Todo ha terminado, nuestro amor está muerto
Abril salió de la habitación y alzó la mirada; sus ojos se encontraron con los de Amadeo, y un pequeño, pero sincero, destello de felicidad se dibujó en su rostro.Él, sin perder un segundo, tomó suavemente su mano y le preguntó con voz cálida:—¿Lista para ir a casa?Abril asintió, un nudo de emoción en la garganta. Subieron al auto, el silencio entre ellos estaba lleno de comprensión, de años, de experiencias compartidas, de heridas sanadas y de amor que se había fortalecido con cada prueba.Amadeo arrancó el vehículo, y el mundo exterior pareció desvanecerse; atrás quedaban los capítulos más oscuros de sus vidas, los fantasmas de un pasado que finalmente habían aprendido a dejar ir.—¿Todo bien? —preguntó él, observando el rostro de Abril en el espejo retrovisor, notando la mezcla de alivio y reflexión que la envolvía.—Todo bien —respondió ella con un suspiro—. Le conté la razón por la que nunca volví con él, la razón por la que lo perdono.Él la miró, ligeramente dudoso, como si q
Amadeo y Abril corrían a toda prisa, sus corazones latiendo con fuerza, el aire helado cortando su piel.Cada paso era un golpe de adrenalina, cada respiración un recordatorio de lo cerca que estaban del peligro. Sin embargo, cuando pensaban que podían escapar, un hombre bloqueó su camino.La pistola que sostenía brilló bajo la luz, y un escalofrío recorrió sus espinas dorsales. Era Mario.—¡Suelta esa pistola! —gritó Amadeo, tratando de mantener la calma mientras su mirada se clavaba en el de su enemigo.Mario no titubeó, sus ojos reflejaban rabia y determinación.Pero antes de que pudieran reaccionar, Gregorio apareció detrás de ellos, apuntando con su propia arma.—¡Abril, vuelve! —gritó con desesperación.Abril lo miró fijamente, la rabia y la determinación luchando en sus ojos.No retrocedería. Sin soltar la mano de Amadeo, se giró hacia él con una voz firme, cargada de resolución:—Está bien… ¿Quieres que vuelva? Lo haré, pero antes… debes matar a Mario.Todos quedaron perplejos
Lejos de aquel lugar donde el horror se desataba, Aníbal vivía un instante que parecía eterno.La luna de miel junto a Mía era un sueño cumplido.El mar acariciaba la arena con olas suaves, y el viento cálido de la costa parecía bendecir cada caricia que se daban. Estaban tan enamorados, tan perdidos en su propio mundo, que nada parecía capaz de romper esa burbuja de felicidad.Cenaban frente a la playa, iluminados por faroles que titilaban como estrellas terrenales. Sus risas se mezclaban con el murmullo del océano, ajenos a cualquier sombra, a cualquier tragedia.Para ellos solo existía el presente, ese momento de complicidad, la certeza de que habían vencido todas las pruebas que la vida les había puesto.Hasta que sonó el teléfono.El timbre rompió la calma con una violencia sutil, pero devastadora. Aníbal lo tomó, sin imaginar que esa llamada sería el principio de un tormento. Al otro lado, la voz entrecortada de su abuelo Amancio retumbó en sus oídos como un trueno:—¡Lo siento,
Abril abrió los ojos lentamente, y por primera vez en su vida, un terror absoluto la paralizó: no reconocía el lugar donde estaba.Parpadeó varias veces, intentando enfocar, y su corazón empezó a latir con violencia.Todo era blanco, un techo impoluto que reflejaba una luz fría, casi clínica, que le quemaba la retina.Su cuerpo temblaba de manera incontrolable, un temblor que no era solo físico, sino que nacía de un miedo profundo, de ese que se instala en el pecho y que hace que todo a tu alrededor parezca irreal y lejano.Se obligó a enderezar la postura, a tomar aire, aunque cada respiración le dolía en el pecho.Sus manos temblorosas se aferraron al borde del frío asiento sobre el que había despertado.Fue entonces cuando lo vio. Al principio no quiso creerlo, su mente se negó a aceptar lo que sus ojos registraban.Allí, sentado, encorvado, con la mirada clavada en el suelo, estaba él. Gregorio.El hombre que la había perseguido en sus sueños y que ahora estaba frente a ella, tan r
Mia no podía creerlo.Aquel instante que tantas veces había soñado, al fin estaba ocurriendo frente a sus ojos. Sus manos temblaban cuando él tomó la suya y, con una sonrisa llena de ternura, deslizó el anillo en su dedo.Una lágrima se escapó de sus ojos, pero era de pura felicidad. Su corazón latía con tanta fuerza que sentía que iba a romperse en mil pedazos.La gente alrededor estalló en aplausos, celebrando aquel momento sagrado.Ella levantó la mirada hacia él, hacia Aníbal, y la sonrisa que le regaló parecía iluminar el mundo entero. Sus labios se encontraron en un beso profundo, cargado de promesas, de amor y de futuro.Por un instante, el universo entero desapareció. No existían testigos, ni tiempo, ni distancia. Solo ellos dos.Los días siguientes fueron una ráfaga de preparativos y sueños. Abril, su amiga inseparable, no la dejó sola ni un segundo. Fue ella quien la acompañó a la boutique más elegante de la ciudad para elegir el vestido de novia. Mia, entre risas nerviosas,
—¡Mia eres una…! —gritó Mario, la voz temblándole entre rabia y desesperación.Quiso acercarse, con los puños apretados y la furia, latiéndole en las sienes, pero Aníbal fue más rápido.Con un empujón firme, lo derribó al suelo. Mario cayó con un golpe sordo, mientras el aire parecía comprimirse a su alrededor.—¡No la toques! —rugió Aníbal, su mirada fulminante cargada de fuego—. ¿Acaso no lo entiendes? ¡Ella me ama a mí! ¡Mi padre y mi madre se aman! ¡Nunca van a separarnos, y jamás permitiré que alguien intente dañarnos!Abril, con la respiración agitada, tomó la mano de Amadeo como si fuera un ancla en medio de la tormenta.La tensión en el aire era casi palpable, y Aníbal sostuvo la de Mia con un gesto protector y decidido, como si con ese simple contacto pudiera absorber todo el peligro que los rodeaba.Desde la distancia, Gregorio y Mario los observaban marcharse, cada paso cargado de determinación y desafío. La rabia les quemaba por dentro, pero no había forma de alcanzarlos; l
Último capítulo