Abril llegó a casa al anochecer. Sus pasos eran lentos, arrastrados por el cansancio y el peso invisible del día.
Desde hacía semanas cuidaba a la abuela Josefina Villalpando, que estuvo enferma. Y aunque debía quedarse con ella esa noche, la anciana insistió en que regresara a descansar.
Abril obedeció. No imaginaba que esa pequeña decisión le haría ver tal escena.
Al acercarse, notó algo extraño: la puerta principal estaba entreabierta. Desde el interior, música suave, risas y voces alegres rompían la quietud de la noche.
¿Una fiesta?
Una inquietud le recorrió el pecho.
Entró al pasillo, oscuro y ajeno. El eco de sus tacones en el mármol era un martilleo doloroso.
Al llegar al gran salón, encontró la puerta apenas entornada. Contuvo la respiración… y empujó.
Luces cálidas. Copas de champán. Globos flotando. Rostros felices. Y al centro de todo, él: Gregorio. Su esposo.
Tomando la mano de otra mujer.
Jessica.
Por supuesto que era ella.
La mujer que se había disfrazado de amiga para traicionarla. El falso amor de Gregorio. La misma que, con una mentira venenosa, los separó. La que nunca dejó de buscarlo. Y ahora estaba ahí, sonriente, vestida como reina en una celebración que no le pertenecía.
Gregorio alzó su copa, su voz vibrando con seguridad y emoción:
—Esta fiesta es por el cumpleaños de mi amada Jessica. Te amo con todo mi corazón. Y aunque no pueda darte una boda como mereces… te entrego mi vida y mi amor por completo.
El corazón de Abril dejó de latir.
Frente a todos, Gregorio se arrodilló.
Sacó un anillo tan brillante como la mentira que estaban viviendo.
—Prometo que en esta vida… yo, Gregorio Villalpando, seré fiel al amor de mi Jessica.
Aplausos. Risas. Fotografías. Jessica sonrió con teatralidad, aceptó el anillo y lo abrazó, como si fueran los protagonistas de un cuento perfecto.
En el umbral, invisible para todos, Abril se rompía en silencio.
“Greg... nos criamos juntos cuando tu abuela me cuidó. Te amé con una fuerza que no se enseña. Pensé que me amabas. Pensé que después del accidente volveríamos a ser nosotros. Yo te salvé. Saqué tu cuerpo del auto en llamas. Y tú… me olvidaste. Me cambiaste por la única persona que siempre quiso destruirnos. ¿Sabes lo que duele ver al amor de tu vida, jurarle lealtad a otra? Estás matando mi corazón… y ni siquiera lo sabes.”
Tragándose las lágrimas, Abril dio un paso atrás. Quiso huir. Pero entonces lo escuchó:
—¡Abril!
Se detuvo. La voz que un día adoró ahora era un filo en la garganta.
Giró lentamente. Gregorio la miraba con frialdad, como si nunca la hubiese amado.
—¿Qué haces aquí? No arruines la celebración de Jessica. ¡Debes irte!
Ella apretó los dientes, conteniendo el temblor en su voz.
—Justo eso iba a hacer. No por tú… “Amada”, si no porque me repugna estar cerca de ustedes, cerca de tu amante.
—¡No hables así de Jessica! —gruñó él—. No es mi amante. Estoy casado contigo por obligación, esto es un contrato. No lo olvides.
—Qué detalle —respondió ella, sarcástica—. Lo recordaré siempre, como tú me recuerdas.
Gregorio se acercó, con los ojos llenos de odio. La tomó del brazo y la sacó del salón.
—Nos dieron un ultimátum. Si quiero la presidencia y la herencia, debo tener un hijo. Solo así obtendré lo que merezco.
Abril lo miró, incrédula.
—¿Qué estás diciendo?
—He conseguido un hombre —soltó él, como quien ofrece un trato comercial—. Ve con él. Ten un hijo. Dales su bisnieto a los abuelos. Y todo se acaba.
Abril retrocedió, horrorizada.
—¿Me estás… vendiendo? ¿Quieres prostituirme?
Gregorio la sujetó con fuerza del brazo.
—O lo haces… o tu padre muere en prisión. Ya sabes que puedo lograrlo.
El frío se le metió en los huesos. Su padre… acusado de un crimen que ella sabía que cometió por error y desesperación. No podía permitir que le hiciera daño.
Una lágrima escapó de su control. Se soltó de su agarre con brusquedad.
—¿Por qué no tienes un hijo conmigo? ¿No temes que descubran que no es tuyo?
Él le pellizcó la mejilla, lleno de rabia.
—¡Nunca te tocaré! Jessica es la única mujer que amo. ¡Tú me repugnas!
Abril lo miró, helada.
—Bien. Tendré ese hijo.
Gregorio sonrió, creyéndose vencedor.
—Ve al hotel Platino esta noche. Allí te estará esperando un hombre que elegí.
Pero Abril ya no era la misma.
—Tendré un hijo… sí. Pero con el hombre que yo elija. No con quien tú lo digas.
—¡No te atrevas!
—Toca un solo cabello de mi padre, y lo contaré todo al mundo. A tus abuelos. A la prensa. Nadie olvidará qué clase de cobarde eres.
—¡Abril!
—Daré un bisnieto a tu familia. Pero cuando nazca, quiero el divorcio, mi hijo y mi libertad.
Gregorio apretó los dientes. Derrotado.
—Haz lo que quieras. Pero cuando sea presidente… no quiero volver a verte. Y ese bastardo será solo tuyo.
—Perfecto —respondió ella.
Subió a su auto, cerró la puerta. Respiró hondo. Las lágrimas cayeron, rebeldes.
—Gregorio… si supieras que fui yo quien te salvó la vida… ¿Me seguirías odiando? Nunca me creíste. Elegiste a la traidora. Y hoy… me empujas a los brazos de otro. Todo ha terminado, nuestro amor está muerto