Abril salió de la habitación y alzó la mirada; sus ojos se encontraron con los de Amadeo, y un pequeño, pero sincero, destello de felicidad se dibujó en su rostro.
Él, sin perder un segundo, tomó suavemente su mano y le preguntó con voz cálida:
—¿Lista para ir a casa?
Abril asintió, un nudo de emoción en la garganta. Subieron al auto, el silencio entre ellos estaba lleno de comprensión, de años, de experiencias compartidas, de heridas sanadas y de amor que se había fortalecido con cada prueba.
Amadeo arrancó el vehículo, y el mundo exterior pareció desvanecerse; atrás quedaban los capítulos más oscuros de sus vidas, los fantasmas de un pasado que finalmente habían aprendido a dejar ir.
—¿Todo bien? —preguntó él, observando el rostro de Abril en el espejo retrovisor, notando la mezcla de alivio y reflexión que la envolvía.
—Todo bien —respondió ella con un suspiro—. Le conté la razón por la que nunca volví con él, la razón por la que lo perdono.
Él la miró, ligeramente dudoso, como si q