La pregunta flotó en el aire, llena de veneno. Greg dejó la cuchara sobre la mesa con un golpe sordo.
Cada músculo de su cuerpo estaba tenso, la ira visible en su rostro.
—¿Por qué eres tan maleducada, Abril? —sus palabras eran cortantes, como cuchillas.
Abril apretó los dientes. Levantó la mirada, el odio y la frustración ardiendo en sus ojos.
—¡No me gusta este postre! —respondió, la voz cargada de rabia—. Puedo no comer si quiero, ¿o qué? ¿Además, me obligarás a comer?
El abuelo intervino rápidamente, buscando poner paz en medio de la tormenta que se desataba entre los dos.
—No discutan —sentenció con firmeza—. Si Abril no quiere comer, se le preparará un postre especial.
Pero Greg, incapaz de aceptar la derrota, se levantó de golpe.
Su ira era palpable, sus pasos firmes mientras se acercaba a Abril con una cuchara en la mano, cargada de pastel.
No podía permitir que ella le ganara, que su orgullo fuera aplastado por algo tan trivial como un postre.
Con un movimiento brusco, apretó