En el hospital.
Las puertas de la sala de emergencias se abrieron de par en par y Greg irrumpió como un vendaval, su corazón golpeando violentamente dentro de su pecho.
Sus ojos buscaron desesperados, corrió a la habitación donde ella estaba y la buscó hasta encontrarla: Jessica, tan frágil y pálida como un suspiro, descansando en una cama de hospital, su cuerpo casi perdido bajo las sábanas blancas.
—¡Jess! —exclamó, su voz quebrada por el miedo—. ¡¿Qué te pasó, mi amor?!
Jessica entreabrió los ojos, como si el simple acto de despertarse le costara el alma.
Lentamente, extendió su mano temblorosa hacia él.
Greg la tomó al instante, apretándola con fuerza, como si de esa manera pudiera transferirle su vida entera.
—Greg... —susurró ella, apenas audible—. Los abuelos Villalpando... —se detuvo a tomar aire, sus labios temblaban de dolor y rabia—. ¡Me odian! Incluso... incluso si tenemos nuestro hijo... lo despreciarán... por ser un bastardo...
Un sollozo sofocado emergió de su garganta.